El rumor sobre la grieta en la muralla baja, cerca del antiguo embarcadero de pescadores, se propagó por París como el hielo en el Sena. La Porte Saint-Germain, una poterna secundaria casi olvidada, se convirtió de repente en el centro de todos los miedos. Era una puerta de servicio, reforzada con hierro herrumbrado que chirriaba al abrirse, destinada al paso de carretas de pescado y leña en tiempos más pacíficos. Ahora, sus bisagras oxidadas y una losa de piedra desplazada por las brutales heladas del año anterior dejaban una rendija vertical, apenas más ancha que la mano de un hombre, pero suficiente para que el aire gélido y los aullidos penetraran directamente en la ciudad.
El capitán de la guardia de ese sector, un hombre gordo y propenso al vino llamado Thibault, desestimó las preocupaciones. "¡Tonterías de viejas!", gruñó, calentándose las manos sobre un brasero en la garita. "Ni un gato flaco pasa por ahí. Y menos un lobo." Pero los hombres bajo su mando, que patrullaban el adarve cercano, no estaban tan seguros. Por las noches, el silbido del viento a través de esa grieta sonaba diferente. Era un susurro húmedo, un jadeo lejano, como si algo enorme estuviera olfateando al otro lado, probando el aire de la ciudad. Y el olor... un olor a bestia húmeda y aliento fétido que se mezclaba con el hedor habitual del río congelado y las basuras.
Fue Mathis, un joven aprendiz de pescador cuyo padre había desaparecido en un ataque en el camino de Melun, quien vio las primeras pruebas tangibles. Obligado por la miseria a buscar leña en la orilla peligrosa, dentro del perímetro pero cerca de la puerta maldita, encontró marcas en la nieve fresca. Huellas. Grandes, redondeadas, con las garras marcadas profundamente, que se acercaban a la base misma de la muralla, justo donde estaba la grieta. Y junto a ellas, en la piedra húmeda, manchas oscuras: sangre seca y mechones de pelo grisáceo y áspero. No eran de perro. Eran de lobo. Y señalaban hacia dentro. Algo había estado allí, justo al otro lado del umbral de hierro. Acechando. Probando.
Mathis corrió a avisar. Thibault, borracho y malhumorado, lo llamó mentiroso y lo echó a bastonazos. Pero la semilla del pánico estaba plantada. Esa noche, el viento del este trajo un nuevo sonido sobre el Sena congelado. No solo aullidos. Era el crujido sordo, insistente, de algo rascando la madera vieja y el hierro oxidado de la poterna. Scraaatch... scraaatch... scraaatch. Un sonido metódico, paciente, que duró horas, resonando en la quietud helada. Los guardias en la muralla apretaron sus lanzas, sus rostros pálidos a la luz de las antorchas. Nadie se atrevió a bajar a investigar. Scraaatch... scraaatch... Era como si la oscuridad misma estuviera intentando entrar, arañando la frágil barrera entre el mundo de los hombres y el dominio del Louvre.
Al amanecer, con la ciudad aún sumida en un sueño inquieto, el silencio fue más aterrador que los ruidos de la noche. Mathis, desafiando el miedo y la prohibición, se acercó sigilosamente a la Porte Saint-Germain. La nieve a sus pies estaba revuelta, marcada por muchas pisadas grandes. Pero lo que lo dejó sin aliento, congelado de terror, fue la puerta misma. La gruesa madera de roble, reforzada con bandas de hierro, mostraba profundas marcas paralelas, recientes, como si colosales garras hubieran arañado la superficie con furia contenida. Y en la base, donde la nieve se fundía contra la piedra, una mancha oscura y pegajosa: sangre fresca. Algo había estado allí. Algo poderoso. Y había probado la resistencia de la puerta. La rendija, a la luz del día gris, parecía burlarse de él, un pasadizo oscuro hacia el vientre de la ciudad. La puerta susurrante había hablado. Y su mensaje era de intrusión inminente.
Las garras del Louvre arañan las puertas de París. ¿Cederá la última barrera? Si el suspense te tiene en vilo, apoya al escritor para mantener viva esta historia. Cada contribución en paypal.com/rrbaroni alimenta el fuego narrativo. ¡La batalla por París está a punto de comenzar! Descubre el desenlace completo en Patreon.