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Darkness' Last Son / El último hijo de la oscuridad

Arieandy
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Chapter 1 - Our Last Time | Part 1.0 / Nuestra última vez | Parte 1.0

"Nota: Los capítulos están tanto en español como en inglés. Espero que les guste esta historia, que aún está en proceso."

----------------------------------------------------------"Note: The chapters are available in both Spanish and English. I hope you enjoy this story, which is still in progress."

Comenzamos / Let's begin 👇

[ 7:15 a.m. - Retornando a Time Square ]

Una mañana tranquila.

El cielo parecía en calma.

El aire, limpio.

Y el mundo… aún creía estar en equilibrio.

Pero esta no es una historia de paz.

No todo es color de rosa.

Porque justo en este día —aparentemente ordinario— el curso de la historia comenzará a desviarse.

Una catástrofe se avecina.

Y cuando suceda, nada volverá a ser como antes.

Mientras tanto, en algún lugar del país, un niño llamado Micah hablaba por teléfono con su mejor amiga, Leyra, riendo mientras regresaba a casa después de unas vacaciones.

Tenía doce años. Y aunque ya no era un niño pequeño, su voz aún cargaba la emoción despreocupada de quien no ha conocido el peso de una pérdida.

—Sí, ya vamos. Papá dice que en menos de una hora llegamos —decía con una sonrisa—. ¿Todavía tienes las galletas en forma de estrella? Porque si no, me voy a decepcionar.

La risa de Leyra del otro lado lo contagió.

—Te van a esperar. Pero si llegas tarde, me las como todas.

—¡Oye! —rió él.

Jane giró desde el asiento del copiloto para mirarlo con ternura.

—¿Sigues molestando a Leyra?

—Un poco —admitió Micah con orgullo infantil.

Asher soltó una risa suave sin apartar las manos del volante.

—Dile que no le guardamos ninguna si se duerme antes de llegar.

Micah soltó otra carcajada.

Pero su mirada se perdió unos segundos en el paisaje. El cielo teñido de naranja. El horizonte temblando suavemente con calor.

Entonces, un sonido seco y brutal, como si se tratase de un temblor, hizo que Asher poco a poco perdiera el control del auto.

La carretera se partió frente a ellos como un cristal bajo presión. Una falla gigante apareció de la nada, arrancando el asfalto en una explosión de polvo y caos.

Asher intentó girar el volante con todas sus fuerzas.

—¡Jane, agárralo! ¡¡Micah!!

Micah soltó el teléfono.

—¡Ley...!

La llamada se cortó.

El coche derrapó, se ladeó. Todo se volvió un torbellino de gritos, metal y vértigo.

Y justo entonces...

Una barrera surgió.

Silenciosa. Instantánea. Invisible.

Un pulso de energía pura se activó alrededor del cuerpo de Micah, pero sin poder alcanzar a sus padres antes del impacto. Nadie la vio. Ni Jane. Ni Asher. Ni siquiera él.

El vehículo cayó.

Se estrelló contra la autopista que quedaba debajo.

Micah no sintió el impacto. No vio la barrera. No escuchó el final, pero aún así quedó casi inconsciente.

[8:10 a.m.]

Pasada una hora aproximadamente, se escucharon sonidos de sirenas de ambulancia acercándose al lugar del accidente.

Estaba solo.

Tendido boca arriba.

Rodeado de los restos del auto.

Su cuerpo, cubierto de polvo, estaba ileso. Sin una sola herida.

Pero no lo sabía aún.

No hubo respuesta.

Y en lo alto del cielo, un brillo extraño pareció parpadear. Apenas visible. Como si algo se hubiera abierto... y ya estuviera empezando a cerrarse.

Micah no lo vio. No lo entendió.

Entrecerró los ojos al escuchar el sonido que se acercaba. Una ambulancia se aproximaba a toda prisa al lugar del accidente. Habían tomado otra ruta, ya que la autopista principal estaba destrozada. Al frenar, los paramédicos, junto al chofer, salieron corriendo hacia el auto. Se pusieron de acuerdo e intentaron voltear el vehículo que yacía casi destruido. Al lograrlo, lo primero que hicieron fue sacar a los padres, y luego a Micah, que seguía ileso.

Levantaron a sus padres, que presentaban fracturas, e inmediatamente los llevaron a la ambulancia. Otro paramédico levantó a Micah y también lo llevó. El chofer volvió a la cabina del piloto y emprendió una rápida huida, ya que la carretera secundaria los llevaría a un destino más cercano.

[Mount Sinai West – Hospital de West Side Highway

[ 8:25 a.m ]

Las luces frías del hospital no tenían nada que ver con las de la ciudad. No brillaban para adornar, ni para impresionar. Solo estaban ahí, crudas, funcionales, bañando de blanco las paredes agrietadas del pequeño centro médico donde la noche se sentía más pesada que en cualquier otro lugar.

En una de las salas de urgencias, médicos con uniformes manchados de urgencia y desesperación se movían como sombras. Uno sostenía una mascarilla de oxígeno sobre el rostro inerte de Jane. Otro presionaba el pecho de Asher con fuerza intermitente (fue el primero en ser llevado a urgencias), luchando contra un silencio que ya se volvía familiar. Las máquinas pitaban sin compasión.

Al otro lado del vidrio, Leyra miraba sin parpadear la habitación donde se encontraba Micah.

El padre de Leyra tenía la mano en su hombro, pero ella ni lo sentía. Su madre, con el teléfono aún en la mano tras haber sido quien llamó a emergencias, murmuraba algo al personal de recepción, pero Leyra no podía oír nada. Solo el zumbido persistente en sus oídos.

—¿Está bien? —preguntó finalmente Zeshia, madre de Leyra, rompiendo el silencio.

Una enfermera bajó la mirada. No sabía a cuál de los tres se refería.

Micah, por su parte, yacía en una camilla al final del pasillo, cubierto por una manta térmica. Los paramédicos lo habían traído en shock, pero sin heridas visibles. Ileso. Solo... inconsciente. Y frío.

Otra doctora se acercó a la familia de Leyra. Su rostro estaba cansado, pero no indiferente.

—El niño... está estable. No tiene daños físicos, lo que es extraño. No hubo lesiones internas, ni fracturas. Nada.

—¿Y sus padres? —interrumpió Zeshia, con la voz temblando.

La doctora vaciló.

—Seguimos intentándolo.

En la otra habitación, Micah abrió los ojos un instante.

Solo eso. Un segundo.

Y en ese instante lo sintió: la ausencia. No el dolor físico, ni el ruido. Fue algo más profundo. Una sensación que no tenía nombre aún para él. Un hueco. Algo faltaba.

Quiso hablar, pero su garganta no respondió.

Parpadeó otra vez, confundido por las luces del techo y por los susurros apagados que llegaban desde afuera.

Todo era borroso. Desconectado. Como si su mente aún no se hubiera alcanzado a sí misma.

Volvió a cerrar los ojos, pasando así más tiempo.

[ 8:30 a.m ]

El reloj marcó el tiempo que ya no regresaría.

En la sala de reanimación, el pitido constante de una línea recta rompió lo poco que quedaba de esperanza. Uno de los médicos bajó los brazos. Otro retiró lentamente la sábana que cubría a Asher. Luego a Jane.

Un silencio espeso llenó la habitación.

No hubo gritos. Solo vacío.

Una enfermera apagó la máquina con un clic sutil. Las luces ya no parecían tan blancas. Solo frías. Inútiles.

Micah dormía aún. Inconsciente. Ignorante. Ajeno a que, mientras dormía, el mundo que conocía ya no existiría más.

Y allá afuera, muy lejos en el cielo, una grieta que había comenzado a abrirse... seguía cerrándose lentamente.

Como si el universo intentara borrar las huellas de un error que acababa de nacer.

El hospital se sentía más frío de lo que debería.

El aire acondicionado no era el culpable.

Era el silencio... el que cae justo antes de las palabras que uno nunca quiere oír.

Leyra seguía en la misma silla, los ojos abiertos pero fijos en ningún lugar. Su padre le tenía la mano en el hombro. Su madre estaba de pie, mirando con impaciencia hacia el pasillo cada vez que una bata blanca aparecía y desaparecía tras una puerta.

Finalmente, la doctora regresó.

Pero esta vez... no sonrió.

Se detuvo frente a ellos con las manos entrelazadas. No traía una tabla de informes. No traía esperanza en los ojos.

Leyra se incorporó un poco, sintiendo que algo no estaba bien.

—¿Cómo están ellos? —preguntó la madre de Leyra, con urgencia—. ¡Por favor, doctora, responda!

La doctora asintió muy levemente.

—Como ya le había respondido antes, el niño está bien —dijo—. Estable. Sin heridas graves.

Un suspiro colectivo cruzó el pequeño grupo. Leyra cerró los ojos por un segundo, dejando que el aire volviera a entrarle a los pulmones.

Pero entonces...

—¿Y el señor y la señora Jane? —preguntó Magnitud, el padre de Leyra, con voz temblorosa pero algo firme.

La doctora bajó un poco la mirada. Su expresión cambió. Se preparó. No había forma fácil de decirlo.

—Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance... pero las lesiones internas fueron demasiado severas. Lo sentimos. No sabemos cómo reaccionará el niño si llega a enterarse de esto...

Al terminar de hablar, casi desesperadamente, tomó un respiro para luego decir:

—El señor Asher y la señora Jane no lograron sobrevivir a este accidente.

Terminó de hablar y se retiró con la mirada al piso.

Zeshia se llevó una mano a la boca. Magnitud apretó los labios, dejando que la noticia se clavara sin decir nada.

La madre de Leyra se llevó la mano a la cara, en gesto de lástima por ellos. Tampoco sabrían qué decirle a Micah cuando despertara, así que solo se sentó en uno de los asientos al lado del cuarto médico. Su esposo hizo lo mismo. Las horas pasaron, tanto que llegó la noche.

Leyra se quedó en la habitación de Micah. Sus padres permanecieron afuera para no dejarla sola. Para aliviar sus pensamientos, decidieron dormir juntos en los asientos del pasillo. Con el pasar de los minutos, se quedaron dormidos.

Los padres de Micah no fueron las únicas víctimas. Aquel temblor, que luego se volvió un terremoto, fue causado por una grieta que apareció en varios lugares... y uno de ellos fue esa autopista.

[ A la mañana siguiente — 7:10 a.m ]

La habitación estaba en silencio, salvo por el zumbido leve del monitor y el murmullo lejano del hospital despertando poco a poco.

Leyra dormía acurrucada en una silla al lado de la cama de Micah, envuelta en una manta que le habían dejado sus padres. Se había quedado despierta hasta las dos de la madrugada, vigilando cada minuto, negándose a moverse. Ahora, con la frente apoyada sobre los brazos, seguía allí, sin querer irse.

Del otro lado de la puerta, sus padres esperaban en el pasillo, cansados y todavía durmiendo.

Dentro de la habitación, Micah respiraba con calma. Su rostro seguía sereno... pero algo había cambiado.

Su ceño se frunció ligeramente. Un suspiro tembloroso escapó de su boca. Su mano se movió, apenas.

Dentro de su mente, un murmullo se abría paso entre las sombras.

¿Dónde...?

Mamá... ¿Papá...?

Esas palabras bastaron para que Leyra también despertara poco a poco, murmurando.

Pasados cinco minutos, la doctora entró a tomarle la presión a Micah. Al ver que estaba mejor, se retiró de la habitación y despertó a los padres de Leyra para tener una conversación con ellos. Se oyeron palabras fuera de la habitación.

Así, tras pasar dos días y asegurarse bien de su condición, dieron de alta a Micah.

Dado que sus padres no fueron las únicas víctimas, la ciudad de Nueva York —y muchas otras ciudades de Estados Unidos— organizaron el funeral más grande que se haya visto jamás, para que los familiares y conocidos de aquellas víctimas pudieran despedirse apropiadamente.

Fue uno de los eventos más trágicos para la humanidad, ya que no solo ocurrió en Estados Unidos, sino en todo el mundo.

Micah asistió al funeral de sus padres acompañado de Leyra y sus padres. No lloraba. No decía una sola palabra. Solo apretaba los puños con fuerza, con una expresión que no encajaba en el rostro de un niño de doce años.

La muerte, hasta entonces ajena, le había arrebatado todo lo que conocía, dejándolo envuelto en un silencio denso, rodeado por una tristeza que no sabía cómo expresar. La oscuridad y el dolor lo apretaban desde dentro, haciéndolo temblar, aunque por fuera pareciera de piedra.

A su lado, Leyra lo abrazaba con los ojos llenos de lágrimas, sin soltarlo. Sus padres también estaban cerca, intentando ser un ancla en medio del vacío.

Pero no estaban solos. Aquel funeral, uno de los más grandes jamás vistos en la ciudad, reunía a miles de personas que, como él, habían perdido algo irremplazable.

Y aunque el mundo parecía guardar luto en silencio, dentro de Micah, algo mucho más oscuro acababa de despertar.

[ Text in English ] 👇

[ 7:15 a.m ]

A calm morning.

The sky looked peaceful.

The air, clean.

And the world… still believed it was in balance.

But this is not a story of peace.

Not everything is sunshine and roses.

Because on this —seemingly ordinary— day, the course of history will begin to drift.

A catastrophe is looming.

And when it happens, nothing will ever be the same again.

Meanwhile, somewhere in the country, a boy named Micah was talking on the phone with his best friend, Leyra, laughing as he returned home from vacation.

He was twelve. And although no longer a little kid, his voice still carried the carefree excitement of someone who had never known the weight of loss.

> "Yeah, we're almost there. Dad says we'll be home in less than an hour," he said with a grin.

"You still have the star-shaped cookies? 'Cause if not, I'm gonna be seriously disappointed."

Leyra's laugh on the other end was contagious.

> "They're waiting for you. But if you're late, I'm eating them all."

> "Hey!" he laughed.

Jane turned from the front seat and looked at him warmly.

> "Still teasing Leyra?"

> "A little," Micah admitted with childish pride.

Asher let out a quiet chuckle, his hands still on the wheel.

> "Tell her she's not getting any if she falls asleep before we get there."

Micah burst out laughing again.

But then, for a moment, his gaze drifted to the scenery.

The sky tinged with orange. The horizon shimmering softly from the heat.

Then, a dry, brutal sound —like a distant quake— made Asher begin to lose control of the car.

The road split in front of them like glass under pressure.

A massive fault appeared out of nowhere, tearing up the asphalt in an explosion of dust and chaos.

Asher gripped the wheel with all his strength.

> "Jane, hold him! Micah!!"

Micah dropped the phone.

> "Le—...!"

The call cut off.

The car skidded, tilted.

Everything became a whirlwind of screams, metal, and vertigo.

And just then...

A barrier emerged.

Silent. Instantaneous. Invisible.

A pulse of pure energy activated around Micah's body —but it didn't reach his parents before the crash.

No one saw it. Not Jane. Not Asher. Not even him.

The vehicle fell.

It crashed onto the lower highway.

Micah didn't feel the impact. He didn't see the barrier.

He didn't hear the end —yet he was left nearly unconscious.

[ 8:10 a.m ]

Roughly an hour later, the sound of ambulance sirens approached the accident site.

He was alone.

Lying on his back.

Surrounded by the wreckage of the car.

His body, covered in dust, was untouched. Not a single wound.

But he didn't know that yet.

There was no response.

And high above in the sky, a strange flicker blinked. Barely visible.

As if something had opened... and was now beginning to close.

Micah didn't see it. Didn't understand.

He squinted at the sound getting closer.

An ambulance was rushing to the scene. They had taken a detour since the main highway was shattered.

As it braked, the paramedics and driver jumped out and ran toward the car. Working together, they flipped the vehicle, nearly destroyed.

First, they pulled out the parents. Then Micah, still unharmed.

His parents, showing clear fractures, were rushed into the ambulance.

Another medic lifted Micah and carried him in too.

The driver returned to the front and sped off —the side road would lead them to the closest hospital.

[ Mount Sinai West – West Side Highway Hospital | 8:25 a.m ]

The cold lights of the hospital were nothing like those of the city.

They didn't shine to decorate or impress.

They were just there —raw, functional— bathing the cracked walls of the small medical center where the night felt heavier than anywhere else.

Inside one of the emergency rooms, doctors in uniforms stained with urgency and desperation moved like shadows.

One held an oxygen mask over Jane's lifeless face.

Another pressed down on Asher's chest —he had arrived first— fighting a silence that was becoming all too familiar.

Machines beeped without mercy.

Behind the glass wall, Leyra stared without blinking at the room where Micah lay.

Her father rested a hand on her shoulder, but she barely felt it.

Her mother, still holding the phone from calling emergency services, murmured something to the receptionist, but Leyra couldn't hear.

Only the persistent ringing in her ears.

> "Is he okay?" —asked Zeshia, Leyra's mother, finally breaking the silence.

A nurse lowered her gaze.

She wasn't sure which of the three she was referring to.

Micah, meanwhile, lay on a stretcher at the end of the hall, wrapped in a thermal blanket.

The paramedics had brought him in shock, but without any visible injuries.

Unharmed. Just… unconscious. And cold.

Another doctor approached Leyra's family. Her face was tired —but not indifferent.

> "The boy… is stable. No physical damage. Which is strange. No internal injuries, no fractures. Nothing."

> "And his parents?" —Zeshia interrupted, voice trembling.

The doctor hesitated.

> "We're still trying."

In the other room, Micah opened his eyes —just for a moment.

Only that. One second.

And in that second… he felt it.

The absence.

Not physical pain. Not noise.

Something deeper.

A sensation he didn't yet have a name for.

An emptiness.

Something was missing.

He tried to speak, but his throat wouldn't respond.

He blinked again, confused by the ceiling lights and the muffled whispers coming from outside.

Everything was blurry. Disconnected.

As if his mind hadn't caught up with itself yet.

He closed his eyes again.

And time passed.

---

[8:30 a.m.]

The clock marked a moment that would never return.

In the resuscitation room, the steady beep of a flatline cut through the last shred of hope.

One doctor dropped his arms.

Another slowly pulled a sheet over Asher. Then Jane.

A heavy silence filled the room.

There were no screams.

Only emptiness.

A nurse shut off the machine with a subtle click.

The lights no longer seemed white.

Only cold. Useless.

Micah still slept.

Unconscious. Unaware.

Unknowing that, while he slept, the world he knew… no longer existed.

And far above, in the sky,

a rift that had begun to open… was still slowly closing.

As if the universe were trying to erase the traces of a mistake that had just been born.

The hospital felt colder than it should have.

But it wasn't the air conditioning.

It was the silence.

The kind that falls just before the words no one ever wants to hear.