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Cronicas del Cuervo de Skagos

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Synopsis
Ivar Lodbrock era un hombre común en el siglo XXI: analista de datos, escéptico, solitario y desencantado con un mundo que parecía girar sin sentido. Una noche, tras un extraño accidente automovilístico, despierta en un lugar imposible: la isla de Skargos, un territorio ancestral olvidado por el tiempo, donde el hierro aún gobierna y los dioses antiguos responden. Pero Ivar no es el mismo. Reencarnado en el cuerpo de un guerrero joven y desconocido, lleva consigo fragmentos de su vida pasada, recuerdos de tecnología, ciencia y estrategia moderna. Mientras intenta comprender este nuevo mundo brutal, descubre que lleva el nombre de un antiguo héroe perdido: Lodbrock, una figura temida por clanes, venerada por druidas y odiada por los Señores del Hielo. Skargos es una tierra de mitos vivos, bestias arcaicas y alianzas frágiles. Entre guerras tribales, antiguos pactos mágicos y conspiraciones sobrenaturales, Ivar debe decidir si usará su conocimiento para sobrevivir... o para cambiar el destino de una isla que lo llama su salvador. Entre la sangre y la leyenda, nace un nuevo Ivar.
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Chapter 1 - Capítulo I: Nieve en la Sangre

Desde el punto de vista de Hakon Lodbrok, hijo mayor de la casa Lodbrok

Mi padre decía que las tormentas no traen muerte, sino herencia. Que lo que nace entre truenos y frío no muere fácil. Lo decía en las noches en que el mar se alzaba como una muralla y las casas crujían bajo la nieve como huesos viejos. Yo crecí escuchándolo hablar de linajes, de poder perdido, de reyes olvidados que una vez fueron temidos desde las costas del Muro hasta la Bahía de las Focas. Decía que los Lodbrok no éramos un clan, sino un recuerdo esperando despertar.

Para entonces, ya éramos los más fuertes de Skagos, aunque la isla entera fuera más hueso que músculo. Nuestra fortaleza, Rimholt, se alzaba sobre riscos duros, rodeada por barrancos y bosque. No teníamos oro ni caballos, pero teníamos hierro, astucia y los mejores guerreros. Ningún otro clan osaba alzarse contra nosotros sin perder hombres y orgullo. Los Skane y los Thorgar sabían que no se tocaba a un Lodbrok sin provocar a todos.

Mi padre, Bjorn Lodbrok, gobernaba con la voz, no con el hacha. No necesitaba gritar. Decía lo justo, lo suficiente. En las reuniones del Consejo de Piedra, su palabra era la última. Y aunque ya no había reyes en Skagos desde hacía siglos, todos sabían que, si alguno merecía volver a usar la corona de hueso, era él.

Yo era su primer hijo. Hakon. Me enseñó a pelear, a cazar, a hablar sin bajar la mirada. Me contaba historias junto al fuego: de cómo nuestros antepasados navegaban en drakkars antes de que los Stark siquiera cruzaran el cuello, de cómo los cuervos eran sagrados y no augurios de muerte, de cómo los dioses del norte no eran solo rostros en árboles, sino nombres con memoria.

Y luego vino la tormenta.

La más larga del invierno. Cuatro días de viento y hielo. El mar se tragó dos barcos. El ganado murió congelado en sus establos. Los lobos bajaban tan cerca que podías oler su hambre. Fue en la tercera noche cuando mi madre empezó a gritar.

No era su primer parto, pero yo nunca la había oído así. Había sangre. Demasiada. El partero murmuraba viejas plegarias y pedía a los dioses antiguos que cerraran los ojos. Cuando al fin el niño nació, no lloró. Solo abrió los ojos.

Uno gris. El otro rojo.

El partero dio un paso atrás. Escupió al suelo.

—No es normal… —murmuró—. Ese niño ha visto la muerte antes de nacer.

Mi padre no lo miró. Solo se acercó al niño, lo sostuvo en brazos. Le temblaba la mandíbula, pero no dijo palabra durante minutos. Luego, sin apartar la vista de los ojos extraños de su hijo, pronunció el nombre:

—Ivar.

El partero se persignó al modo de los antiguos. Se fue sin recoger sus cosas.

La madre de Ivar, mi madre, Yrsa, no habló esa noche. Cayó en sueño profundo, extenuada. No despertó hasta el día siguiente. Y cuando abrió los ojos, miró a su hijo en silencio largo rato, como si lo estudiara desde una vida anterior.

Desde el punto de vista de Yrsa Lodbrok, madre de Ivar

Lo sabía. Desde antes de que naciera, lo sabía. Había soñado con cuervos. Tres, posados en la ventana del cuarto común. Uno tenía los ojos grises como la ceniza. Otro, ojos de fuego. El tercero no tenía ojos. Solo me observaban, quietos. Y cuando trataba de espantarlos, no se movían. Soñé eso todas las noches del último mes.

Cuando sentí que el niño se acomodaba para nacer, supe que vendría distinto. Supe que no sería como Hakon, que lloró antes de nacer, como si ya supiera lo que le esperaba. Este no. Este vino en silencio. Como los que no tienen miedo.

Cuando abrí los ojos después del parto, lo vi. A mi hijo. Pequeño. Frágil. Y sin embargo, sentí como si el cuarto entero se encogiera a su alrededor. Como si todos estuviéramos en presencia de algo viejo. No miré sus ojos. No aún. Solo supe que debía protegerlo, aunque no entendiera por qué.

Desde el punto de vista de Hakon Lodbrok

Mi madre cuidó de Ivar como cuidó de mí. Pero nunca fue igual. Él no lloraba. Apenas hablaba en sus primeros años. Miraba todo. Tocaba todo. Y cuando hablaba, lo hacía con palabras que no parecían suyas.

—¿Por qué no hacen casas con aislamiento? —me preguntó una vez, con apenas cuatro inviernos.

—¿Con qué? —le respondí.

—Con materiales secos. Con más piedra. Si el viento entra, el calor se va.

Lo miré en silencio. No entendía nada. Pero él sí. Él lo veía todo. Y cada día hablaba más claro. Como si recordara cosas que nadie le había enseñado.

Y luego, el día en que padre fue asesinado, cambió del todo.

Había ido a parlamentar con los Skane. Fue una emboscada. Dijeron que tropezó, que lo rodearon, que murió sin soltar su espada. No enviaron el cuerpo. Solo la empuñadura partida.

Esa noche, nadie en casa durmió. Ni madre. Ni yo. Ni Ivar.

Él no lloró. No dijo nada. Solo salió de casa y caminó hacia el risco. Yo lo seguí, en silencio. No por protegerlo. Por curiosidad. Por algo que no sabía nombrar.

Se sentó allí. En la nieve. Con un cuchillo pequeño. Talló una piedra.

Al día siguiente, dejó esa piedra al pie del muro de los caídos. Nadie se lo pidió. Nadie lo acompañó. Solo él.

Vi la inscripción después.

Aquí yace Bjorn Lodbrok, último rey de nada.El siguiente no se arrastrará.

Desde entonces, Ivar ya no fue mi hermano menor.Fue algo más.El silencio antes del trueno.El cuervo antes de la tormenta.