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Chapter 14 - 11: EN LAS SOMBRAS

Castillo del príncipe Kaladin

Año 860 de la Era Vampírica

En la Biblia de Ashém hay un pasaje que dice:

«Un alma puede corromperse, purificarse o destruirse. Un alma puede ser de luz u oscuridad. Renacer o extinguirse; pero, sin importar la semilla que le dé la vida, si esta es fragmentada, jamás volverá a ser una sola otra vez».

 

Otro día más en las sombras. Así se sentía Rune cada mañana al despertar otro día en el castillo de Kaladin.

Su vida ahora era incierta y solitaria. Se había rodeado de muchas preguntas que parecían no tener respuesta. Rune se preguntaba qué iba a pasar después de aquella extraña y reveladora reunión con los dos príncipes vampiros. ¿Kaladin realmente confiaba en él? y lo más importante de todo: ¿qué sabía el vampiro acerca del Santo Inmortal? Quedaban muchas dudas en la cabeza del exterminador, revoloteando en su mente cada vez con más fuerza. De repente pensó en Archer y se preguntó qué haría él en su lugar. ¿Creería en el vampiro? ¿Dejaría de lado su orgullo y su odio por un príncipe que daba la impresión de ser distinto al resto de los sangre oscura?

Ciertamente, no tenía cómo saberlo. Tal vez los de la organización ya lo daban por muerto. Se enderezó en la cama y agitó la cabeza para aclarar sus pensamientos. Luego escrutó la habitación y contempló la penumbra que lo rodeaba.

¿Así es como viviré… en las sombras?

Suspiró en un intento de aliviar la ansiedad.

Pero a pesar de lo que la razón dictara, no podía dejar de lado el hecho de que Kaladin no se mostraba ansioso de poder; tampoco había señales de que quisiera matarlo. Por el contrario, todo este tiempo lo había tratado con cierta amabilidad.

¿Por qué?, se preguntó. ¿Por ser, según él, el Santo Inmortal?

Riéndose, se deslizó fuera de la cama y se vistió. De repente, como un impulso inexplicable, sintió que tenía que ir a hablar con el vampiro. Era obvio que el sangre oscura sabía más de lo que le dijo esa noche. Y él quería enterarse de todo.

Si me pasaré la vida aquí, al menos quiero saber lo que oculta.

Rune se miró en el espejo de medio cuerpo que había en una esquina. Se acomodó el cabello con las manos y comprobó que su aspecto no reflejara el cansancio y las noches de mal dormir.

—No sé ni por qué me preocupo por mi apariencia —dijo mientras se arreglaba la túnica—. Esto es ridículo. —Resopló y desistió.

Se dio media vuelta y se apresuró en salir de la habitación. Pero cuando abrió la puerta, se encontró de cara con la muchacha del servicio. La esclava.

—Buenos días, joven amo —saludó ella.

—No tienen nada de buenos —refunfuñó Rune en voz baja. Luego cerró la puerta y dijo—: niña, escucha, quiero ver a tu príncipe. Ahora.

La chica lo miró con ojos grandes.

—¿Qué? —soltó Rune—. Si supiera donde está, iría por mi cuenta. Por favor.

Ella, silenciosa, inclinó la cabeza y se volvió.

—Sígame —dijo y comenzó a caminar.

Rune la siguió.

El castillo de Kaladin era, en efecto, como se suelen describir en los viejos cuentos del reino. El hogar del menor de los príncipes era un espectro que se erguía más allá del oscuro bosque, en los confines del sur del Imperio, como un monstruo en el borde del precipicio. Con torres negras altas y puntiagudas, de ventanas ciegas que contemplaban el territorio desde lo alto.

En el patio interior del castillo, Rune podía ver algunos vampiros de clase practicando sus habilidades y el combate cuerpo a cuerpo; por lo que el santo sabía, Kaladin tenía bajo su mando a los vampiros de hueso y cristal. El resto de los clanes estaban en manos de Roan. En cuanto a los otros dos hermanos vampiro, apenas tenían escolta y unos cuantos ghuls a su servicio. El ejército del Imperio se había dividido entre el hermano mayor y el menor.

Rune comprendía que eso debía a que Roan y Kaladin eran los más aptos para liderar los ejércitos del Señor del Acero.

La seguridad del castillo, advirtió Rune, la conformaban principalmente vampiros de hueso. Kaladin, por otro lado, se hacía acompañar por un selecto grupo de vampiros de cristal casi todo el tiempo. Había algunas excepciones, por supuesto, pues el príncipe también disfrutaba de la soledad. Rune se percató de que todas las veces que compartió con el vampiro, siempre estuvo solo. En ningún momento vio a sus guardaespaldas de cristal cerca.

En ese sentido, el exterminador descubrió una brecha, una oportunidad. Sin embargo, aunque lo fuera, Kaladin seguía siendo un vampiro de plata. Le bastaba con su habilidad para aplastar cualquier amenaza. Incluido él, de haber sido necesario.

Pero Rune ya había dejado de pensar en una manera de acabar con el vampiro. Tenía más que claro que no tenía oportunidad contra él; mucho menos de escapar de aquella fortaleza oscura. Además, sabía que estaba bajo vigilancia todo el tiempo. En cada pasillo de la propiedad había un guardia vampírico observándolo.

Así que, en lugar de enfrentarse a ellos en una lucha imposible, prefirió deambular por las instalaciones y estudiar las costumbres de los vampiros; nunca se podía obviar nada y aprender de los sangre oscura tan de cerca podría servir en el futuro. Si es que existía tal cosa para él.

Sin saber qué esperar, siguió avanzado detrás de la escuálida muchacha. Recorrieron viejos pasillos y salones abandonados. El ambiente del castillo era una mezcla de solemnidad y antigüedad. De igual manera, se sentía un aura de muerte y desolación. Rune también notó que mientras más se acercaba al ala norte, el aroma a sangre viciaba el aire que respiraba.

—Estamos por llegar, amo —anunció la chica al doblar por un corredor nuevo.

El exterminador no se había aventurado por ese sector del castillo, por lo que no lo reconocía. Una chispa de nerviosismo saltó por su cuerpo cuando llegaron a una puerta de hierro que estaba entreabierta.

La esclava se anunció.

—Mi señor, el joven amo ha venido a visitarlo —dijo.

A Rune no le agradó la elección de palabras, así que no pudo evitar hacer una mueca de disgusto.

Solo he venido a sacarle información, corrigió.

Hubo un momento de expectación antes de que la puerta se abriera y un vampiro poco amigable apareciera en el umbral.

—El mortal no debería venir hasta aquí —le dijo el vampiro de aspecto severo a la esclava. Rune vislumbró una enorme cicatriz que le cruzaba la frente.

La sirvienta se hizo a un lado y asintió con timidez.

—Lo siento —murmuró.

—Orión —se oyó la voz amortiguada de Kaladin. El vampiro gruñó.

—Ya sé —dijo, mirando a Rune con aquellos ojos dorados que parecían atravesarle el alma—. ¡Muévete, santo!

El exterminador frunció el ceño, pero obedeció.

Orión pasó como una flecha por el lado del exterminador.

—Adelante —volvió a decir Kaladin.

La muchacha le indicó a Rune que podía pasar.

Y Rune, con más confianza de la que tenía, entró.

El vampiro se encontraba de pie frente al amplio ventanal de la sala, con vistas al oscuro mar que, cuyas aguas turbias por la ceniza, se mecían. De hecho, Rune pudo oír el rugido de las olas rompientes desde el umbral. El amplio salón era iluminado por la luz indirecta proveniente de cientos de candelabros distribuidos por el lugar. También había una enorme chimenea que ardía con fuerza en una esquina. El piso de piedra oscuro absorbía parte de la luz y a pesar de la rudimentaria decoración, el salón lograba ser acogedor con sus sillones forrados de piel y las estilizadas estatuas de ébano.

Rune extrañó el acero o el hierro en abundancia. Allí casi no había nada de eso, a excepción de algunos decorados y la puerta, la cual se cerró detrás del santo.

—Que agradable visita —dijo Kaladin sin mirar a Rune.

—Creo que he interrumpido una reunión importante —soltó el exterminador, estudiando el entorno, como si buscara algo.

—Para nada —Kaladin vio el reflejo de Rune en el cristal—. Acércate y dime a qué debo el honor.

El santo avanzó un poco, pero no se aproximó tanto como el vampiro hubiera querido.

—A tu esbirro pareció molestarle que estuviera aquí —dijo Rune—. ¿Por qué? ¿Este es su lugar secreto?

Kaladin sonrió.

—No lo es. Pero Orión es un tanto escéptico. Desconfiado. Tu presencia le perturba de cierto modo. 

—Ah… —Rune escrutó el horizonte a través del inmenso ventanal.

La oscuridad que cubría el cielo, hacía parecer que ya era de tarde, casi de noche. Y el extenso mar que el vampiro contemplaba, daba la impresión de que era la refracción de aquel cielo ennegrecido. Rune tuvo curiosidad de saber qué veía el sangre oscura cuando miraba el mar. ¿Se sentiría poderoso? ¿El dueño del mundo mortal? Si recordaba la noche anterior, diría que no dejaba de pensar en la guerra y en todo lo referente a su creador, el Señor del Acero.

Una mano fría se posó en su hombro. Dio un respingo al volver a la realidad y ver al vampiro frente a él. ¿En qué momento se había movido?

—¿Fascinado por la vista? —preguntó—. Aunque supongo que mi mundo no se compara al tuyo. Lleno de colores y vida.

Rune vaciló. En parte, él tenía razón. Su mundo era sombrío y muerto. No había belleza en su naturaleza seca, descolorida. Sin embargo, incluso en aquel mundo deprimente podría encontrar algo que admirar.

—Es posible —dijo el santo pasado un rato—. Mi mundo tampoco es perfecto… yo no soy perfecto.

Kaladin esbozó una sonrisa.

—Sé a qué has venido, santo.

—¿Cómo…? —miró al vampiro.

—Está en tu rostro. Puedo leerlo en tus ojos y en tu labios —explicó el sangre oscura—. No te culpo. Has tenido que experimentar con mucha información en tan poco tiempo. cualquiera en tu lugar hubiera enloquecido.

Estoy a punto de hacerlo, pensó el santo. Luego dijo:

—Si viviré como tu sirviente —puso énfasis en la última palabra—, al menos merezco la verdad.

—¿Que ves tú por ese ventanal, joven santo? —preguntó el vampiro.

Rune hizo el ejercicio de observar, pero su mirada solo se entornó y su gesto pareció tensarse.

—Mar —dijo, inseguro—. Oscuridad y… —Miró al sangre oscura—. ¿Qué tiene qué ver esto?

—Nada en absoluto —confesó el vampiro, acomodando un mechón de cabello detrás de una oreja—. Pero, te advierto, que para conocer la verdad deberás estar dispuesto a ahogarte en la más profunda oscuridad. A caminar en los senderos espinosos del Dios de la muerte, Asht.

—¡No me convertiré en uno de los tuyos! —le espetó él, mirándolo con ojos desafiantes—. Prefiero morir en este momento antes que volverme un vampiro.

Kaladin le sostuvo la mirada, pensando: sí, santo, irremediablemente conocerás las tierras de Asht. Después dijo:

—Bien. Cumpliré tu deseo, pero con una condición.

Rune frunció el entrecejo.

—¿Cuál?

El vampiro dio un poso hacia Rune. Él se envaró, pero no retrocedió.

—Que llegado el momento, deberás aceptar cualquier tipo de decisión que tome con respecto a ti y que permanecerás a mi lado. Esta es la única manera de protegerte.

Rune se rio.

—¿Protegerme? ¡Pero si tú y tu raza son el enemigo! ¿De qué más vas a protegerme, vampiro? Los únicos aquí que representan una amenaza para la humanidad son los vampiros, y no al revés. No entiendo qué otra cosa podría hacerme daño aparte de ti o tus hermanos.

Kaladin escrutó un destello de odio en los ojos del exterminador. Eso algo contra lo que tendría que batallar si quería al santo de su lado.

Me aseguraré de que esa mirada cambie.

—Tu padre —dijo el vampiro, y el semblante del exterminador se desfiguró—. Él sabe quién eres en realidad, santo.

—No lo metas a él en esta conversación, no lo conoces —refutó él. ¿Cómo podrían si quiera conocerse? Su padre lo hubiera eliminado de haberse acercado.

—De hecho, estás aquí por su causa, Rune. Este supuesto secuestro fue planificado para sacarte de la organización. —Se volvió hacia el ventanal—. Hay muchas cosas que los exterminadores no se han enterado de la orden para cual trabajan. Los Maestros Santos ocultan la verdad de sus pupilos. De ti, Rune.

Al santo se le apretó el estómago.

—¡Imposible! Todo eso… ¡es una mentira!

—Ellos tienen al primer Santo Inmortal —aseguró Kaladin, volviéndose hacia Rune—. Pero me encargaré de que no tengan al segundo.

Rune torció el gesto. Cada vez estaba más confundido.

—No puede ser… ¿cómo? La historia afirma que el Señor del Acero acabó con el primer Santo Inmortal hace más de cincuenta años. Lo que dices, vampiro, no tiene sentido. Y yo…, mi padre… ¡no es verdad!

Kaladin se acercó al exterminador y deslizó sus dedos por el rostro de él para luego obligarlo a que lo mirara a los ojos.

—No permitiré que nadie te dañe, Santo Inmortal Rune. Ni la organización ni Roan. Ningún demonio te pondrá una mano encima mientras yo esté contigo. Te lo prometo.

Rune no pudo evitar que el rubor manchara sus mejillas, tampoco que su corazón se agitara. Mucho menos pudo contrarrestar la extraña sensación que Kaladin había comenzado a despertar en su interior. Sencillamente no comprendía qué estaba haciendo el vampiro para que sus emociones de pronto se revelaran en su contra. Pero rebuscó en lo más profundo el odio y la repulsión que debería de sentir en ese instante, y se forzó —como le fue posible— a separarse del sangre oscura.

—¡No me toques! —ladró sobresaltado—. Nunca vuelvas a hacerlo.

Kaladin bajó la mano y suspiró.

—Querías la verdad, y yo cumplí con decírtela. Ahora, por tu bien, te aconsejo que hagas caso a mi advertencia inicial. Soy tu mejor aliado, no lo olvides.

Rune se desplomó al suelo y golpeó con un puño la piedra debajo de él.

—¿Debería también protegerte de ti mismo? —El vampiro se aproximó y se inclinó para ver si había hecho daño.

El santo ignoró la pregunta y levantó la cabeza.

—¿Qué más ocultas? —inquirió.

La mirada de ambos pareció congelarse cuando se encontraron la una a la otra. El vampiro, por primera vez, se sintió intimidado. Entonces parpadeó y se incorporó.

—Suficiente por hoy, santo —dijo, dándole la espalda a Rune—. He sido demasiado generoso.

El exterminador se puso en pie, y con una confianza repentina, dijo:

—¿Ahora te arrepientes, vampiro? —rio—. ¿Cuál es tu problema?

Pero Kaladin no se volvió. En vez de eso, comenzó a toser compulsivamente.

—Por favor… Rune —gimoteó con la voz quebrada—. Retírate.

El santo percibió que algo ocurría con el vampiro. Dio un paso hacia Kaladin.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—¡Tienes que salir, santo! —espetó el sangre oscura, encorvando el cuerpo—. ¡Vete ya!

Rune vaciló. No había visto al vampiro tan irritado. Aunque, para el exterminador, pareció que estaba al borde de un ataque. ¿Eso era posible?

—No te ves bien —Rune insistió—. ¿Debería llamar a la muchacha?

—¡He dicho que…! —Kaladin se desplomó antes de acabar de hablar.

El santo se quedó perplejo. No supo qué hacer. Nunca vio a un vampiro en ese estado. Excepto cuando a estos se le arrancaba el corazón y convulsionaban mientras caían muertos. En un momento de lucidez, Rune se giró hacia la entrada y gritó:

—¡Alguien, ayuda! Kaladin está… —no tuvo idea sobre qué decir a continuación.

No pasaron ni cinco segundos y la puerta se abrió se golpe. Rune pensó que vería a la muchacha del servicio, sin embargo, quien entró no fue ella, sino Orión. El rígido vampiro avanzó hacia el exterminador.

—Definitivamente, eres un gran problema, santo —le dijo antes de acudir al lado del príncipe.

Rune se quedó paralizado. Más confundido que nunca. Ni siquiera se atrevió a dar la vuelta y ver qué pasaba. En ese instante, la joven esclava apareció y sin mediar una sola palabra, tomó al santo por el brazo y lo sacó de allí.

Orión se arrodilló junto a Kaladin y le ofreció su brazo desnudo.

—Beba, mi señor.

Kaladin, sometido por el dolor, clavó sus colmillos en la piel del vampiro.

—Se lo advertí, mi señor. Aquel chico le va a traer muchos problemas —decía Orión mientras el príncipe se alimentaba de su sangre—. Además, se está debilitando y enfermando. Debe mejorar su dieta. Necesitamos sangre nueva. Tal vez, ese muchacho podría…

Kaladin, aun con los labios tintados de un rojo casi oscuro, apartó la boca del brazo de Orión e inclinó la cabeza hacia él. Sus ojos de acero se clavaron en los del otro vampiro.

—Nadie tocará al santo —dijo, su voz pareció retumbar en el salón—. Ni siquiera tú, Orión.

El sangre oscura bajó la mirada y asintió.

—Como usted ordene, mi señor. Cumpliré sus deseos.

Kaladin se puso de pie, se limpió los labios con el dorso de la mano y recorrió la sala en una ojeada.

—¿Dónde está? —preguntó.

 Orión se cubrió el brazo con la manga de su túnica y echó también un vistazo.

—¿Quién, mi señor?

Kaladin le lanzó una mirada al vampiro de cristal.

—El santo —respondió con obviedad.

Orión arrugó el ceño.

—Se lo ha llevado Calia.

—¿A dónde? —quiso saber el príncipe.

El otro vampiro negó con la cabeza. Luego dijo:

—Por cierto, mi señor, ¿el santo ya sabe que vendrán los Oscuros para la ceremonia?

Kaladin, que parecía haberlo olvidado, se giró y abandonó el salón con apremio.

—El exterminador nos va a destruir —largó Orión, volviéndose a mirar al mar—. Nos va a aniquilar a todos…

 

Rune estaba aovillado en su cama, aferrado a una almohada. Calia lo observaba desde el umbral.

—¿Por qué? —murmuró el santo—. En vez de dejarlo morir, he pedido ayuda. —Apretujó la almohada con fuerza y gritó—. Ashém me va a condenar por esto. Estoy perdido.

Calia suspiró al verlo tan acongojado.

—Tal vez era lo correcto —dijo, en un pensamiento en voz alta.

—¡Pero soy un exterminador! —dijo Rune, como si tratara de convencerse de ello—. Yo acabo con ellos, les arranco el corazón. No los salvo. Y hace un rato yo… —Lanzó la almohada contra la pared—. Ashém va a enviar mi alma directo al submundo.

Calia se quedó mirando la almohada que yacía en el suelo.

—Debería descansar, joven amo.

—¡Debería morir! —largó Rune.

—Estaré afuera por si me necesita —dijo la muchacha y salió de la habitación.

Rune se enderezó y se encontró otra vez en compañía de las sombras.

—¿Qué pasa conmigo? —preguntó a la penumbra, y permaneció ansioso como si esperara a que estas le respondieran, pero eso no sucedió; entonces se volvió a tumbar en la cama y cerró los ojos.

Archer, he fallado…

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