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Chapter 235 - Capítulo 79: Máquinas Expendedoras

El corazón de Hitomi aún latía con fuerza por el encuentro con los Depps, pero el traqueteo constante del tren la obligaba a volver al presente. El paisaje, una sinfonía de verdes y marrones, pasaba ante sus ojos. El incidente en el tren la había dejado inquieta, pero la idea de llegar a Edson y comenzar su búsqueda de Ryuusei la mantenía enfocada.

Sin embargo, ni siquiera la majestuosidad de la naturaleza podía acallar el rugido de su estómago. El hambre la atacó con una ferocidad inesperada, y la idea de volver a enfrentarse al caro vagón restaurante era tan desagradable como la perspectiva de otro sándwich "casero" suyo. Decidió que la máquina expendedora era la opción más práctica. Se levantó, estirando sus músculos Valmorth, y se dirigió hacia el estrecho pasillo donde parpadeaba la luz de la máquina.

Observó los paquetes de papas fritas con sabor a queso y las barras de chocolate que prometían una explosión de energía. Insertó las monedas que le había dado su jefe, presionó el botón que correspondía al snack deseado. Nada. Lo intentó de nuevo, con un poco más de fuerza. Un zumbido, un click, pero el paquete permaneció atrapado. Su ceño se frunció. La frustración comenzaba a hervir a fuego lento.

Una Valmorth, acostumbrada a que sus órdenes fueran obedecidas al instante, no podía siquiera conseguir unas simples papas fritas. La Lanza de la Aurora vibró imperceptiblemente, como si compartiera su irritación, un eco de poder que encontraba ridículo este pequeño obstáculo.

—¿Problemas, jovencita? —Una voz grave y afable la sacó de sus pensamientos.

Un hombre mayor, de unos sesenta años, con una barba canosa cuidadosamente recortada y unos ojos bondadosos, la observaba con una sonrisa divertida. Llevaba una gorra de lana y un chaleco de cuadros, irradiando una tranquilidad que era el polo opuesto a la tensión que Hitomi llevaba dentro. Sentía el rubor subir por sus mejillas, una sensación de vergüenza que nunca antes había experimentado. Era tan humillante.

—Esta... esta cosa —dijo Hitomi, señalando la máquina con un gesto que intentaba ser despectivo, pero que solo delataba su impotencia—. No funciona. Me ha robado el dinero.

El hombre soltó una carcajada suave, un sonido cálido y genuino.

—Ah, las máquinas expendedoras tienen sus propias personalidades, ¿sabe? A veces hay que tratarlas con un poco de... de cariño. O quizás con un empujoncito.

Con una sorprendente agilidad para su edad, el hombre se acercó, levantó un brazo y, con un golpe seco pero preciso, le dio un toque firme al costado de la máquina, justo debajo de donde se atascaban los productos. Con un clunk satisfactorio, el paquete de papas fritas deseado se deslizó hasta el compartimento de recogida.

—¡Voilà! La violencia es a veces la respuesta más directa —dijo el hombre, con una sonrisa cómplice.

Hitomi lo miró, boquiabierta. Era tan simple. Tan... ineficiente para su mente Valmorth, pero tan efectivo.

—Gracias —murmuró, tomando el paquete. Se sintió absurdamente agradecida por unas papas fritas.

—De nada, jovencita. ¿Vas a Edson? —preguntó el hombre, sus ojos escrutando los suyos con una amabilidad que Hitomi encontró desarmante.

—Sí —respondió Hitomi, con más cautela ahora. La gente "normal" en este país era demasiado abierta.

—Es un lugar hermoso. Mucha naturaleza. Y... algunas personas muy interesantes han encontrado su camino por esos lares últimamente —dijo el hombre, con una mirada que parecía saber más de lo que decía, una velada referencia a la creciente afluencia de "dotados" en busca de Ryuusei—. Mucha gente buscando algo, o a alguien.

Hitomi se tensó, pero el hombre simplemente asintió con la cabeza y se alejó por el pasillo, dejándola con sus papas fritas y una creciente sensación de que Edson no sería tan "normal" o tan fácil de navegar como había imaginado.

El resto del viaje transcurrió en una mezcla de nerviosismo y reflexión. Hitomi sacó su cuaderno de dibujo, un objeto que, aunque trivial para otros, representaba un santuario personal. Desde su infancia, el arte había sido su escape secreto de la opresiva perfección Valmorth, un lugar donde podía crear mundos propios, lejos de la oscuridad y la brutalidad de su linaje.

Mientras el tren traqueteaba y el paisaje boscoso se volvía más denso, sus dedos se movían hábilmente sobre el papel. Dibujó los contornos de los picos nevados que se alzaban en la distancia, luego un personaje poderoso con un arma etérea, y finalmente, una figura más pequeña, parecida a ella, observando un paisaje de cuento de hadas. Un pensamiento, un anhelo casi doloroso, se formó en su mente:

"Si tan solo hubiera nacido sin poderes. Sin este... título pesado que me persigue. Sin la carga de los Valmorth. Hubiera podido ser solo Hitomi. Una artista. Quizás una dibujante de manga, creando mundos en vez de huir de ellos. Una vida simple, sin sangre, sin conspiraciones. Pero el destino, o la maldita sangre Valmorth, siempre tuvo otros planes para mí. Planes que implicaban más que simples lápices y papel. Implicaban luchas, supervivencia y la búsqueda de dragones."

La melancolía duró solo un momento. Sabía que era un sueño imposible. El arte era un lujo, no una vocación, para una Valmorth.

Finalmente, el tren redujo su velocidad y se detuvo. Habían llegado a Edson, Alberta. Era una pequeña ciudad, más bien un pueblo grande, anidado en el borde de una vasta extensión de naturaleza salvaje. El aire era limpio y frío, cargado con el aroma fresco del pino y la tierra húmeda. Hitomi bajó del tren, con Sombra en su jaula de transporte, sintiendo el suelo firme bajo sus pies. Miró a su alrededor, absorbiendo la simplicidad de la estación, los pocos coches, la gente tranquila que esperaba o se despedía. Era una calma engañosa.

Mientras se mezclaba con la poca gente que bajaba del tren, sus sentidos, agudizados por su herencia Valmorth y el reciente peligro, captaron algo. Una vibración. Un olor sutil. No de Sombra, ni de la gente común. Era un rastro. Lentamente, casi imperceptiblemente, escaneó los alrededores.

Y entonces lo vio.

A lo lejos, al otro lado de la pequeña plaza de la estación, bajo la sombra de unos pinos altos, una figura alta y delgada observaba. Vestida de un gris oscuro que se mezclaba con las sombras del anochecer que empezaba a caer, pero con una postura inconfundible. No era el líder de los Depps que había visto en el tren. Este era diferente, más joven, quizás, con una agilidad felina en su forma de moverse, pero la misma aura depredadora, el mismo tipo de collar de acero brillante que se asomaba por debajo de su cuello. Sus ojos, incluso a esa distancia, parecían escanear la multitud con una intensidad inhumana.

Era otro Depps. La estaba esperando.

Hitomi sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío aire de Alberta. La sensación de ser un animal acorralado se apoderó de ella, pero rápidamente se transformó en una determinación helada. No era una coincidencia. Su huida no había sido tan limpia como había esperado. Estaba siendo cazada. Sistemáticamente. Los Valmorth, o quien los hubiera enviado, no la iban a dejar ir tan fácilmente.

Sin perder un instante, sin mostrar emoción alguna en su rostro para no delatar que los había visto, Hitomi se mezcló con la multitud que se dispersaba de la estación. Su objetivo principal ahora era el camuflaje y la seguridad. Vio un modesto hotel a solo unas cuadras, con un letrero de neón parpadeante.

—Un hotel —murmuró para sí misma, con una voz apenas audible.

Necesitaba relajarse, sí, pero no era solo por descanso. Necesitaba un lugar con puertas y paredes, un punto desde donde pudiera observar, planificar, y quizás, comenzar a desentrañar la red que los Valmorth le estaban tendiendo. La cacería, pensó, no solo había comenzado. Se había intensificado. Y en los vastos bosques de Alberta, el depredador podía convertirse en presa en cualquier momento.

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