Momentos antes de la llegada de Hitomi a Edson, Alberta
El aire frío y nítido de Alberta no lograba disipar la irritación en el rostro del líder Depp.
Constantine Valmorth le había dado un plazo. Un plazo para encontrar a la chica Valmorth que se había extraviado, y no estaba contento con la falta de progreso. Estaba reunido en una cabaña rústica, pero bien equipada, en las afueras de Edson, con un pequeño contingente de sus Depps: un grupo de hombres y mujeres de aspecto recio, vestidos con ropas oscuras y práctica, cada uno con una o dos cadenas sujetas a los collares de sus "perros" humanos. La luz de una lámpara de queroseno proyectaba sombras alargadas sobre sus rostros.
—No entiendo cómo no hayamos dado con ella aún —gruñó el líder, el mismo al que Hitomi había evadido en el tren, un hombre de hombros anchos y mirada de halcón—. Constantine quiere resultados, no excusas.
Uno de sus "perros", un hombre musculoso con una cicatriz sobre el ojo, se agitó en su cadena, su nariz moviéndose inquietamente. Era Diente, el que había captado el rastro de Hitomi en el tren.
—Mi perro la olió, líder —dijo Diente, su voz ronca, casi gutural, su humanidad casi borrada por el adiestramiento—. En el tren. La marca Valmorth. Estaba allí. Fuerte.
El líder se cruzó de brazos, su paciencia agotándose.
—Ya lo sé, Diente. Lo revisamos. Era una chica con el pelo negro y ojos oscuros, no blancos ni rojos. Ella dijo que era por el olor de su gato, que se había orinado en la mochila —el líder hizo un gesto de desdén—. Una distracción. Una coincidencia. El olor Valmorth es inconfundible. Es probable que sea una pista falsa, un eco residual o el olor de otra persona cercana. No es la chica.
Diente gruñó de nuevo, pero se calmó ante la mirada de su amo. Los perros Depps eran infalibles, pero también lo eran sus amos, quienes dictaban la verdad final.
En un rincón de la cabaña, un hombre esbelto y extraordinariamente alto, con el cabello rubio ceniza recogido en una coleta y unos ojos tan claros que parecían casi transparentes, levantó una mano. Se llamaba Matt. Su postura era elegante, casi felina, a diferencia de la brutalidad de la mayoría de los otros Depps. Sus tres "perros" humanos, más pequeños y ágiles que Diente, estaban acurrucados a sus pies, temblando ligeramente.
—Líder —dijo Matt, su voz sorprendentemente suave, casi susurrante, pero con una autoridad innegable—. Permítame ir a Edson. El tren de Vancouver llega pronto. Si ese olor era tan fuerte para Diente, aunque la apariencia no coincidiera... quizás haya algo allí. Mis perros tienen un olfato más... particular. Pueden diferenciar matices.
El líder lo consideró. Matt era su mejor rastreador, casi tan valioso como sus perros. Era obsesivo, implacable.
—¿Creéis que es necesario, Matt? No tenemos tiempo para desviaciones —dijo el líder, con una pizca de duda.
—Siempre es necesario corroborar, Líder —respondió Matt, sus ojos claros brillando con una luz extraña—. Y si no es la chica, habremos descartado una posible pista. Si lo es... sabremos dónde se esconde antes de que pueda desaparecer de nuevo. Mis perros no fallarán.
El líder asintió lentamente. —Bien, Matt. Tienes mi permiso. Ve a Edson. Y si es ella... si esa chica de pelo negro resulta ser la Valmorth, informa de inmediato. No quiero fallos esta vez. No podemos permitírnoslos.
—No habrá fallos, Líder —Matt asintió, su sonrisa era una línea fina y cruel.
Matt se levantó, sus tres "perros" se pusieron de pie a su alrededor. Eran más delgados que Diente, con ojos más astutos, y sus narices se movían como las de sabuesos de raza pura. Eran sus ojos y narices, y jamás fallaban. Se despidió con una reverencia casi elegante y salió de la cabaña, sus pasos resonando en la nieve recién caída. La promesa de la caza los excitaba.
Poco después, en el tren hacia Edson
Matt se sentó en un compartimento vacío del tren que se dirigía a Edson. Sus tres "perros" humanos —Ladrido, Garra y Susto— se acurrucaron a sus pies, sus ojos fijos en él, esperando la orden. El viaje fue corto, apenas unas horas, pero Matt usó ese tiempo para concentrarse, para afinar sus propios sentidos y los de sus perros. Estudió el informe rudimentario del Líder: "Olor Valmorth fuerte, pero no coincide con la descripción visual". Era un enigma que Matt ansiaba resolver. No le gustaban los cabos sueltos.
A medida que el tren se acercaba a Edson, el ambiente en el vagón se volvió más ligero. La gente se preparaba para bajar. Fue entonces cuando Susto, el más joven y sensible de los "perros" de Matt, se agitó bruscamente. Sus orejas se pusieron rígidas, su nariz se contrajo violentamente, y un gemido bajo escapó de su garganta.
—¿Qué pasa, Susto? —susurró Matt, su voz una seda fría.
Susto levantó una mano temblorosa, señalando vagamente hacia una de las ventanas del tren. Matt siguió su mirada. En la plataforma, una multitud se movía, mezclándose con los pasajeros que bajaban del tren. Y allí, entre ellos, vio una figura que le resultó familiar.
Una chica. Con el cabello negro y ojos oscuros. Cargaba una mochila y, sí, un pequeño transportín del que asomaba la cabeza de un gatito. Era la chica del informe. La misma que Diente había detectado. Su olfato, el de Susto, ahora confirmaba la fuerza del rastro que Diente había captado, pero no la había visto.
Matt sonrió, una expresión de triunfo que apenas tocó sus labios finos. El Líder se había equivocado al descartarla. Los "perros" nunca se equivocaban. La chica era astuta, sí. Se había teñido el cabello, había cambiado su aspecto. Pero el olor... la esencia Valmorth era inconfundible para un olfateador tan refinado como los suyos.
El tren de Matt se detuvo en la estación, justo cuando el tren de Hitomi había terminado de descargar a sus pasajeros.
La llegada de Hitomi a Edson
Hitomi bajó del tren, sintiendo la brisa fría de las Montañas Rocosas. Miró a su alrededor, con sus sentidos Valmorth en alerta máxima. Había sentido una vibración extraña, una disonancia en el aire. Y entonces lo vio. La figura delgada y alta, vestida de oscuro, observándola desde la distancia, bajo la sombra de unos pinos. Otro Depps.
La mente de Hitomi funcionó a la velocidad del rayo. No había tiempo para dudar. Había sido detectada. Se había percatado de la vigilancia de Matt en el instante en que sus ojos se encontraron brevemente a través de la multitud, percibiendo la intención depredadora en su mirada. Su plan de ir a un hotel ya no era solo para relajarse, sino una necesidad estratégica para esconderse. Necesitaba un lugar con paredes, con cámaras de seguridad, con una recepción donde pudiera registrarse para dejar un rastro "normal" y despistar cualquier intento de seguimiento. No podía correr hacia los bosques de inmediato; era demasiado expuesto.
Mientras Hitomi se dirigía rápidamente hacia el hotel más cercano, Matt dio la orden a sus perros con un siseo casi imperceptible.
—Ladrido, Garra, Susto. Síganla. Rápido, discretamente. Y Ladrido... prepárate.
Matt, con su increíble velocidad, se movió entre la multitud. Era como una sombra. Se acercó a Hitomi por detrás, sus pasos tan ligeros que no produjeron ningún sonido. Ella se movía con prisa, su atención dividida entre el hotel y el Depps a lo lejos. No se dio cuenta de la proximidad de Matt hasta que fue demasiado tarde.
Con una navaja pequeña, fina como una aguja, que apenas sintió, Matt le hizo un corte minúsculo en el brazo, una micra de piel, imperceptible para ella en la prisa y la tensión. No era una herida. Era una muestra. Fue tan rápido que Hitomi apenas sintió un leve pinchazo, que achacó a la ropa o a un roce accidental. Matt se retiró tan rápidamente como apareció, mezclándose de nuevo con la gente y yéndose en dirección opuesta a la de ella, mientras un par de gotas de la preciada sangre de Hitomi quedaban en la punta de su navaja.
Hitomi siguió caminando, su mente ya concentrada en el hotel, mientras Sombra maullaba suavemente desde su jaula. Sentía una urgencia fría en su estómago. Necesitaba desaparecer.
Matt, oculto tras la esquina de un edificio, observó a Hitomi desaparecer por la calle que llevaba al hotel. Luego, sacó la navaja. Las diminutas gotas de sangre Valmorth brillaban débilmente bajo la luz de los faroles. Matt sonrió, una sonrisa de victoria fría.
—Aquí está —susurró Matt a sus "perros", acercando la navaja a sus narices entrenadas—. El rastro de Hitomi Valmorth. El verdadero rastro. Encuentren el olor. Sabrán dónde se esconde.
Los tres "perros" humanos olfatearon la sangre, sus ojos se abrieron, sus narices se contrajeron con una excitación animal. El olor, el rastro de la sangre, era inconfundible. Era fuerte, puro, sin diluir por orina de gato. Un gemido de aprobación salió de las gargantas de Ladrido y Garra. Habían encontrado su presa. El juego había comenzado en Edson.
—Bien, muchachos —dijo Matt, con una satisfacción cruel en su voz—. Ahora, búsquenla. Quiero saber en qué habitación se hospeda. Y no la pierdan de vista. No la alerten. Solo rastro.
Los tres "perros" asintieron, sus narices pegadas al suelo, siguiendo el rastro invisible de sangre que Hitomi, sin saberlo, había dejado en su camino hacia el hotel. La Valmorth, a pesar de su astucia, había dejado caer una gota de su esencia, y esa gota era suficiente para condenarla.