Cherreads

Chapter 40 - Capítulo 38: El susurro bajo la piel

Morioh, 1999 – Día 5

El amanecer se filtraba entre los cables eléctricos y los árboles domesticados de Morioh, derramando una luz que no calentaba. Como si el propio sol estuviese dubitativo sobre iluminar esta ciudad marcada. El barrio parecía calmo, pero esa calma era una máscara. Una membrana tensa por donde los ecos de algo más grande, más roto, comenzaban a reptar.

Las memorias ya no estaban donde deberían.

Las miradas de quienes se habían cruzado con Leo eran más huecas. Más neutras. El equilibrio narrativo del mundo se tambaleaba sobre un hilo tan delgado como los hilos del Stand de Lisa Lisa.

Y en el corazón de todo… un niño comenzó a resistir.

Mientras tanto Hayato Kawajiri ..

Despertó al filo de la madrugada. Un ruido blando en el pecho, un pensamiento enterrado a medio formar. En sus sueños, había visto sombras moviéndose por las calles. Una figura de ojos vacíos y sonrisa quebrada. Un nombre que no había escuchado jamás, pero que su cuerpo ya conocía.

Leo.

Hayato se sentó en la cama. Se sentía como si hubiera estado corriendo, aunque no recordaba moverse. Su pijama estaba empapado. Su boca sabía a polvo. Y cuando se levantó, algo en su interior ya había decidido:

Hoy grabaría todo.

Lo hizo sin dramatismo. Solo con una precisión casi adulta. Guardó una pequeña cámara dentro del botón suelto de su camisa. Otra, más tosca, en el hueco entre el inodoro y la pared. Encendió un viejo grabador portátil y lo ocultó dentro de su lonchera, bajo el papel aluminio del almuerzo.

No era valentía.

Era instinto.

La certeza brutal de que su "padre" no era quien decía ser. Que esta historia no tenía un final feliz. Y que, por alguna razón que escapaba a su comprensión, él era el único que todavía podía verla desarrollarse.

Yoshikage Kira sentía que el mundo se le deshilachaba como los bordes de una camisa mal cocida.

Desde que la Flecha lo atravesó, Killer Queen había mutado. Su silueta era más aguda, más perfecta. Sus dedos brillaban como cuchillas selladas en seda. Y su mirada… no era la misma. Había dejado de ser un arma. Ahora era un concepto.

Pero Kira no sentía seguridad. Sentía fragilidad. Sentía… que su historia ya no era suya.

—Estás siendo observado —le dijo su padre aquella noche—. La historia que creías vivir ya no está escrita solo por ti.

Kira no respondió. Sus dedos temblaron ligeramente. No por miedo. Sino por rabia. Por el ultraje de ser un personaje desplazado.

"Leo", decía su padre. Una presencia sin edad. Sin lugar.

—Él no pelea… escribe.

Esa frase se convirtió en una astilla. Y como toda astilla, comenzó a infectar.

Kira apretó los dientes.

Activaría Bites the Dust muy pronto.

Mientras, en una estación de radio abandonada, sellada por capas móviles de The Archive Over Void, Leo reconfiguraba la arquitectura narrativa del universo como un restaurador que trabaja sobre una pintura que aún sangra.

El sistema mostraba la estabilidad recuperada del grupo principal.

Okuyasu, Yukako, Jotaro: memorias editadas.

El único precio fue Rohan.

Leo había querido absorberlo.

Pero el sistema había sido claro:

[ADVERTENCIA: Solo se pueden absorber seres con naturaleza narrativa inmortal.]

[Condición alternativa: eliminación del sujeto.]

Y lo hizo.

No sin consecuencia.

Desde entonces, el silencio se volvió más denso. La oscuridad interna más cercana. Como si algo dentro de él –la voz de Kars, la sonrisa de DIO, los gestos de Wamuu– comenzara a tomar forma entre las grietas de su propia identidad.

Lisa Lisa lo observaba desde el futón. No hablaba. No lo juzgaba. Pero algo en su respiración indicaba que el abismo entre ellos crecía cada noche.

—Kira está mutando —dijo ella—. No lo sientes, ¿verdad?

Leo la miró. El iris de su ojo reflejaba una línea de comandos flotando.

—Lo siento. Como un error de guion que aún no ha sido corregido.

El sistema vibró con un nuevo mensaje:

[ALERTA: Nodo "Hayato Kawajiri" ha comenzado acción de resistencia narrativa espontánea.]

[Riesgo de colapso temporal detectado. Bites the Dust latente.]

Leo se puso de pie.

Sus pasos no sonaban al tocar el suelo.

—Es momento.

Hayato, esa noche, bajó al baño.

El aire estaba inmóvil. Demasiado inmóvil.

Y cuando levantó la mirada al espejo, no se vio solo. Detrás de él, como una sombra que no proyectaba luz, Leo lo observaba. Silencioso. Casi inexistente.

Hayato no gritó. No pudo.

Leo se agachó, su voz como papel mojado:

—No confíes en tu padre.

El niño parpadeó. Y cuando volvió a mirar…

Leo ya no estaba.

Solo quedaba su reflejo.

Y una certeza que no podría explicar.

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