Norte helado – Campamento de refugiados del pueblo de Akhazur
Después del enfrentamiento contra Khavhaz, el Portador del Fulgor Maldito, el grupo de Edu continuó su avance hasta encontrar un pequeño campamento improvisado entre ruinas y árboles ennegrecidos por el fuego.
Apenas quedaban treinta sobrevivientes del pueblo de Akhazur. Sus miradas estaban vacías, y sus cuerpos temblaban más por el trauma que por el frío.
—No son simples aldeanos —murmuró Mina, al ver los tatuajes arcanos en algunos ancianos—. Este era un pueblo de guardianes de sellos.
—Eso explica por qué fueron atacados —añadió Tetsuo con tono grave—. Khavhaz no fue enviado para conquistar, fue enviado para borrar.
Kenji ofrecía mantas y comida, mientras Daiki curaba con magia menor a los heridos.
Edu, en cambio, se mantuvo en silencio, con Zuzu envuelta en su capa. Dormía profundamente, aún débil, como si hubiese peleado contra una guerra invisible. Su pelaje, antes brillante, ahora estaba opaco, y a veces se agitaba mientras dormía, como si soñara con monstruos.
Charla en torno al fuego
—Edu —dijo Daiki de pronto, mientras el fuego crepitaba bajo un cielo estrellado—. Nunca nos dijiste cómo conociste a Zuzu. Y no me digas que "simplemente apareció", porque no me lo creo.
Todos miraron a Edu, intrigados.
Este suspiró, acariciando las orejas de la gata dormida sobre su regazo.
—Tienen razón… nunca lo conté.
La atmósfera se volvió íntima. Las chispas del fuego bailaban como si guardaran el secreto también.
—Hace años, cuando tenía apenas siete, me perdí en el bosque detrás de mi casa. Hinata estaba enferma, Kenji estaba en entrenamiento, y yo… me sentía inútil. Me interné solo buscando un lugar donde pudiera "hacerme fuerte" sin ayuda de nadie. Pero no encontré fuerza. Encontré a una criatura herida… un gato negro, quemado, con una pata rota y una mirada que parecía juzgar al mundo.
Los demás escuchaban en silencio.
—Lo llevé a casa. Lo curé. Mi madre decía que los animales con ojos tan antiguos no son simples mascotas… pero Zuzu nunca me atacó. Me seguía, me cuidaba, y… con el tiempo, entendí que no era una gata común. Lo supe desde la primera noche que soñé con un campo de batalla en llamas y ella me despertó antes de que muriera en el sueño.
Mina apretó su capa. Kenji bajó la mirada. Tetsuo asintió, solemne.
En ese momento, Zuzu se movió. Se desperezó con un pequeño gruñido y se incorporó lentamente. Todos giraron a verla. El fuego reflejaba una intensidad extraña en sus ojos oscuros.
—¿Puedes hablar? —preguntó Mina suavemente.
—¿Eres enemiga o aliada? —añadió Tetsuo, sin hostilidad.
—¿Nos has estado espiando todo este tiempo? —dijo Daiki, medio en serio, medio en broma.
Zuzu no dijo una sola palabra. Ni un maullido. Solo se quedó mirando a Edu.
Este le sostuvo la mirada.
—No importa lo que seas —dijo en voz baja pero firme—. Confío en ti. No por lo que pareces… sino por lo que has hecho por mí. Me salvaste más veces de las que puedo contar. Me cuidaste como un hermano mayor. Así que… seas quien seas, o lo que seas, gracias.
Zuzu bajó la cabeza. Luego, lentamente, se acurrucó otra vez en su regazo. Su respiración se volvió tranquila.
—Tú… la domesticaste con respeto —susurró Mina, observándolo de reojo—. Qué envidia.
Kenji bufó.
—Edu, el encantador de gatos demoníacos.
Zuzu lo miró. Él se calló al instante.
Todos rieron.
El Portal a la Academia – Evacuación
Al amanecer, un portal brillante se abrió frente al campamento. Enviado desde la Academia Yureisyn, su función era clara: trasladar a los sobrevivientes a un lugar seguro, lejos del frío y del horror.
Un anciano con túnicas rasgadas se acercó a Edu mientras este ayudaba a embarcar niños al portal.
—Ese demonio que enfrentaron… hablaba del "Ojo que ha parpadeado". Es una profecía antigua. Cuando el Ojo del Don parpadea, el velo se debilita y los que fueron sellados despertarán. Khavhaz buscaba uno de los sellos… y lo encontró. Ya es tarde.
—¿Cuántos sellos hay? —preguntó Mina, pálida.
—Diez. Uno por cada fragmento del Don. Y uno de ellos… ya no está en su sitio.
El anciano desapareció entre el portal.
Edu, en silencio, entregó una carta a uno de los evacuados, una joven pelirroja con túnica de viajera.
—Por favor… entrégasela a Sakura Hoshino. Es mi madre.
La joven asintió, con una sonrisa leve. Luego desapareció entre la luz.
El campamento estaba cubierto por una niebla fría cuando otro anciano se acercó a Edu, mientras los demás ayudaban a los últimos refugiados a cruzar el portal hacia la Academia Yureisyn. Sus ojos, profundos y vidriosos, parecían ver más allá de este mundo.
—Chico… tú eres distinto —murmuró, con voz temblorosa pero firme.
Edu no respondió. Solo lo miró con cautela.
—No fue casualidad que Khavhaz atacara Akhazur. Este lugar custodiaba uno de los fragmentos sellados del Don. Pero no buscaban solo el fragmento... buscaban los ojos.
—¿Los ojos? —preguntó Edu, frunciendo el ceño.
—Los demonios antiguos… no pueden abrir el sello al corazón del Don sin los ojos de los portadores. Cada portador deja un rastro: su sangre, su alma, su mirada. Sus ojos... son llaves.
El anciano se arrodilló con esfuerzo en la nieve, y con el dedo tembloroso dibujó un círculo con una X en el centro.
—Aquí… estaba el fragmento sellado. Y aca la tumba del portador del ojo que activa ese fragmento. Pero no lo encontraron. Solo la tumba de un portador… sin ojos. Ya lo habían desenterrado antes. Alguien más llegó antes que Khavhaz. Y lo robó.
Edu apretó los puños.
—¿Quién?
El anciano levantó la vista, y por un instante, sus ojos se tornaron completamente blancos. Una voz diferente, lejana, pareció hablar a través de él:
—El segundo ha despertado… y busca los demás. Ocho más. Ocho fragmentos más. Y uno… ya camina entre ustedes.
El viento azotó con fuerza, y el anciano cayó hacia atrás, inconsciente.
Edu se arrodilló junto a él, pero respiraba. Estaba vivo. Solo… dormido.
Zuzu, que se había acercado sin que nadie la notara, maulló suavemente mirando al anciano.
Edu se quedó helado.
—
Final del capítulo – Rumbo al norte
Con el campamento vacío, y la nieve cayendo suavemente, el grupo retomó la marcha. Zuzu caminaba con ellos, no encima de Edu, sino a su lado. Más fuerte. Más atenta.
Hacia el sello perdido – Ruinas entre la escarcha
El grupo dejó atrás el campamento después de asegurar la protección de los aldeanos. El nuevo destino estaba marcado en un viejo mapa que uno de los sobrevivientes entregó antes de cruzar el portal: las ruinas de Hidazûm, un antiguo templo subterráneo cubierto por glaciares y lava congelada.
Mientras caminaban, Tetsuo habló en voz baja:
—Los sellos están comenzando a romperse. Este lugar que visitamos… tenía uno, pero fue alterado. O eliminado.
—No… —dijo Mina—. Fue desenterrado. Y alguien se llevó lo que protegía.
Daiki, más serio de lo usual, caminaba con la vista al frente.
—¿Creen que los demonios estén buscando a los portadores para quitarles los ojos?
Kenji tragó saliva. El recuerdo de la ola maldita de energía durante el combate de Edu seguía grabado en su mente.
—¿Y si ya tienen algunos?
Edu murmuró en voz baja:
—No todos. Aún buscan.
Zuzu, el lazo y la confianza
Al llegar a la entrada de las ruinas, protegida por estatuas erosionadas y columnas caídas, Zuzu se detuvo. Sus orejas se agitaron, y se acercó a Edu. Se le subió al hombro, como lo hacía en casa.
Edu se giró hacia ella.
—¿Sabes qué hay aquí? ¿Por qué tiemblas?
Zuzu solo ronroneó y bajó la mirada.
—Sea lo que sea… lo enfrentaremos juntos —le dijo él, acariciándola detrás de la oreja—. No voy a permitir que nadie te lastime, ni a ti, ni a mis amigos.
La gata se acomodó como si entendiera.
Mina observó en silencio, sintiendo una punzada de celos que disimuló al cruzarse de brazos.
—¿Podrías dejar de ser tan bueno con todos? Me estás arruinando el odio —dijo, molesta.
—¿Y si te hablo bonito también? —replicó Edu con una sonrisa pícara.
—¡Ni lo intentes, maldito coqueto! —espetó ella, sonrojada.
Todos rieron. Incluso Zuzu pareció emitir un leve sonido parecido a una risa muy baja.
Última escena – La puerta abierta
Al final del día, al descender al corazón del templo, se encontraron con un gran círculo mágico, parcialmente desintegrado, con runas demoníacas manchadas en sangre seca.
—Esta es la tumba de uno de los portadores del Don—susurró Mina—. Ya fue quebrado.
—¿Y si algo quedó atrás? —preguntó Tetsuo.
—No algo —dijo Daiki, apuntando a una figura sentada al fondo del altar.
Una criatura pequeña, con cuernos en espiral y cuerpo escamoso, se puso de pie. Tenía alas diminutas y ojos brillantes como carbones encendidos. Su sonrisa era burlona.
—¿Quién demonios eres tú? —preguntó Kenji, alzando su lanza.
La criatura se inclinó.
—Mi nombre es Vereth, Mensajero del Segundo Demonio del abismo. No vine a pelear… vine a dejarles un mensaje.
Sus ojos brillaron.
—El equilibrio ha terminado. El Don se fragmentará por completo. El segundo se acerca… y su hambre es insaciable. Guarda tus ojos, chico del gato. Porque el próximo que muera… será uno de ustedes.
Zuzu soltó un gruñido que heló la sangre del grupo.
Vereth desapareció en una columna de humo negro.
El grupo se quedó inmóvil por unos segundos. Luego, Mina rompió el silencio:
—Así que… esto es solo el principio.
Edu miró el altar vacío. Luego a Zuzu, que aún observaba el humo desaparecer.
—Que vengan. Los enfrentaremos.
El viento gélido sopló desde la caverna. El Don ya no dormía.
El viento sopló fuerte desde el norte. Una sombra se movía en el horizonte.
Las verdaderas pruebas apenas comenzaban.