Reino de Kaen, al alba.
El canto de los cuervos se mezclaba con el crujir del viento entre los pinos altos que rodeaban la imponente residencia Hoshino. La luz del amanecer entraba por los vitrales, tiñendo el mármol del pasillo principal con reflejos dorados y azulados. La paz era palpable… hasta que se oyó un golpe seco en el jardín.
—¡¡Kenji, eso fue trampa!! —gritó Edu, rodando por el césped mientras su hermano menor blandía su espada de madera con una sonrisa de victoria.
—¡Tú dijiste que podíamos usar cualquier truco de samurái! ¡Yo solo seguí las reglas!
—Eso no fue un truco samurái, ¡eso fue una patada ninja en mi espinilla!
—¡Igual te gané! —rio Kenji.
—¡Repetimos! —Edu se reincorporó sacudiéndose el polvo y señalándolo con aire solemne—. Esta vez sin patadas, sin mordidas, sin ataques sorpresa de gatos del infierno.
Como si hubiera sido invocada, Zuzu, la gata negra de ojos brillantes, saltó del tejado directo al hombro de Edu, enterrando sus garras justo en la parte del cuello que dejaba expuesta su camisa.
—¡¡¡Agh, tú no eres un gato, eres una asesina con patas!!! —gritó Edu, girando en círculos para intentar quitársela—. ¡¡Shizukaaa, Zuzu activó su modo berserker otra vez!!
Desde el umbral de la cocina, Shizuka, de largos cabellos plateados y voz dulce, negó con una sonrisa.
—Zuzu solo ataca a quienes lo merecen… o a los que tienen olor a salchicha robada.
—¡Eso fue una sola vez y fue por una causa noble! ¡El desayuno de emergencia existe! —replicó Edu mientras alzaba a la gata con ambas manos como si fuera un demonio exorcizado.
Azumi, la otra sirvienta, de ojos afilados y cabello corto, cruzó los brazos mientras lo miraba con seriedad.
—Te juro que un día Zuzu cumplirá su cometido, y nosotras la ascenderemos a jefa del castillo.
—¡¿Qué clase de golpe de estado está tramando esta casa?! —se quejó Edu, soltando a la gata que se acomodó en el hombro de Kenji con la dignidad de una reina.
—Uno dirigido por una gata con más inteligencia que tú —susurró Shizuka, pasando a su lado con una bandeja.
Edu le lanzó una mirada seductora.
—¿Eso fue un cumplido? Porque me sonó como una cita.
—Te va a sonar como una cachetada si sigues hablando así —respondió sin perder la sonrisa.
Hinata, que observaba todo desde el columpio del jardín, rio inocente mientras trenzaba flores.
—A Zuzu le gusta Edu, por eso lo muerde. Como yo con mi muñeco de peluche. Lo quiero mucho, pero también le pego.
—¡¿Qué clase de lógica es esa?! —Edu se tiró al suelo fingiendo desmayo.
—¡Un momento! —Kenji levantó la mano como si estuviera en clase—. ¿Entonces Hinata también me quiere mucho cuando me patea dormido?
—¡Exacto! —Hinata sonrió con inocencia. Los tres estallaron en carcajadas.
Más tarde, en el comedor principal…
El desayuno era un caos organizado: platos humeantes, conversaciones cruzadas y carcajadas constantes.
Ibuki Hoshino, el patriarca, leía con atención una carta mientras masticaba con calma. A su lado, Sakura, su esposa, distribuía panecillos sin dejar de observar a sus hijos con dulzura.
—Así que Edu fue derrotado por su hermano menor esta mañana… otra vez —comentó Ibuki sin levantar la vista.
—¡Objeción! ¡¡Hubo interferencia felina!! —Edu alzó el tenedor como si fuese un abogado en juicio.
—Interferencia tuya al no levantarte a tiempo. Zuzu solo ejecutó la justicia —añadio Sakura mientras servía el té.
—¡Eres cruel, madre! ¡Lo sabes! —Edu hundió su rostro en el plato con teatralidad—. Este mundo ya no tiene lugar para los soñadores como yo…
Kenji y Hinata rieron de nuevo, mientras Zuzu, sentada junto al plato de Edu, robaba otro trozo de salchicha.
—¡Zuzu, eso era lo único que me quedaba de dignidad!
En el dojo familiar…
Más tarde en el dojo familiar estaba Kakashi maestro personal de los hermanos Hoshino, entrenando personalmente a Edu.
—Te ves más torpe cada vez que te haces el tonto —gruñó Kakashi, al detener el golpe de su discípulo con su brazo—. ¿Por qué lo haces?
Porque todos se relajan cuando creen que no eres una amenaza —dijo Edu con una sonrisa torcida—. Y cuando bajan la guardia… ahí es donde entra el tonto.
Kakashi sonrió por primera vez en días.
—Eres más peligroso de lo que pareces, chico.
—¿Eso es un cumplido?
—No. Es una advertencia.
Atardecer en la azotea…
Los tres hermanos miraban cómo el sol desaparecía entre las montañas.
—¿Edu… te quedarás con nosotros para siempre? —preguntó Hinata, abrazando sus piernas.
Edu acarició su cabeza con ternura.
—Claro. Aunque me convierta en un viejo gruñón, estaré cerca para molestarlos.
Kenji lo miró en silencio, como si presintiera algo en lo más profundo. Como si ese momento estuviera destinado a volverse un recuerdo.
—Y si tú no estás… —dijo con voz suave— yo cuidaré de Hinata.
Edu lo miró, serio por primera vez en todo el día.
—Sabes que confío en ti, ¿verdad?
Kenji asintió.
—Pero igual te quedarás.
—Por ahora sí —dijo Edu con una sonrisa forzada.
Después de las peleas de Edu y Zuzu, los entrenamientos y los regaños, la familia Hoshino finalmente se reunió en la sala común para la cena.
El fuego de la chimenea crepitaba mientras el cielo se teñía de tonos naranjas y morados. Hinata se recostaba en el regazo de Sakura, mientras Kenji y Edu disputaban una partida de Shinsen-Go, un juego de estrategia mágica con piezas encantadas.
—Si mueves ese peón, pierdes tu barrera celestial —advirtió Kenji, empujando sus lentes con aire calculador.
—O… te obligo a mover tu dragón oscuro y dejo tu templo expuesto —replicó Edu con una sonrisa confiada.
—Chicos… por favor, no peleen más como la última vez —pidió Sakura desde su esquina.
—¿Cuál de todas? —preguntaron los dos al unísono.
Shizuka llegó con una bandeja de dulces. Azumi, la otra sirvienta, le seguía con tazas de leche tibia y pasteles de nube.
—Hoy están tranquilos. ¿No han causado explosiones ni portales en la biblioteca? —preguntó Shizuka con tono sospechoso.
—Eso fue la semana pasada —dijo Edu con la boca llena de pastel.
—Y esta vez fue Hinata —acusó Kenji.
—¡Yo no fui! ¡Fue Zuzu! —chilló Hinata.
Zuzu maulló desde lo alto de la repisa. Tenía puesta una corona hecha con una flor y una capa diminuta que decía "Reina de la Mansión".
Todos rieron.
El día terminó con todos dormidos cerca del fuego. Edu y Kenji, espalda con espalda, con Hinata abrazando a Zuzu. Sakura cubrió a todos con una manta mágica que se ajustaba sola al frío.