Era mediodía cuando Hinata, con la determinación escrita en su carita de siete años, se plantó en medio del comedor familiar con un trozo de pergamino en la mano.
—¡Vamos a hacer un pacto de hermanos eternos! ¡Como en las leyendas antiguas! —exclamó, con una flor detrás de la oreja y brillo en los ojos.
—¿Otra vez con tus pactos, sacerdotisa de bolsillo? —se burló Edu desde su asiento, con una cucharada de arroz a medio camino hacia su boca—. ¿No bastaba con el de la semana pasada? ¿Ese en el que prometimos no contarle a mamá que tú rompiste el florero antiguo?
—¡Ese era un pacto de emergencia! Este será uno verdadero. Para siempre —Hinata cruzó los brazos, sin perder la firmeza.
Kenji levantó la cabeza del libro que leía y sonrió.
—¿Para siempre como los pactos que hicimos con Zuzu y ella nos arañó a los tres?
—¡Zuzu no entiende los pactos! ¡Es una gata salvaje! —Hinata frunció el ceño.
Como si la hubiesen invocado, Zuzu apareció en el marco de la puerta, con la cola erguida, caminando con elegancia... hasta saltar con precisión felina sobre la mesa y empujar el tazón de Edu con una patita.
—¡Oye, maldita lagartija peluda! ¡Ese era mi segundo desayuno! —gritó Edu, intentando apartarla sin éxito mientras la gata le mostraba los colmillos y soltaba un bufido digno de un tigre enfadado.
Shizuka y Azumi, que observaban desde la cocina, rieron en silencio. La más joven, Azumi, murmuró divertida:
—Zuzu lo quiere, pero a su manera...
—O lo quiere muerto, que es parecido —agregó Shizuka mientras limpiaba una bandeja.
El Maestro Kakashi, sentado en la terraza con el padre de los niños, observaba la escena con una sonrisa serena.
—Qué espíritu tienen esos tres —murmuró el maestro, bebiendo su té—. La unión que comparten no es común.
El padre, ibuki, asintió.
—Mi esposa siempre dice que el destino de un lazo familiar se revela en los pequeños actos... y en las grandes decisiones.
El plan secreto
Hinata convenció a sus hermanos sin demasiado esfuerzo. Había elegido cuidadosamente el lugar del "pacto sagrado": una antigua caverna en las colinas del sur, a una hora de caminata del jardín trasero, entre robles torcidos y una cascada oculta.
—Dicen que allí los guerreros antiguos hacían juramentos que ni el tiempo ni la muerte podían romper —explicó Hinata mientras preparaba su mochila con flores, cinta y una botella de jugo de mora.
—Y también dicen que esa cueva está maldita y llena de espíritus vengativos con nombres impronunciables —añadió Edu mientras lanzaba manzanas a su mochila.
—¡Mentira! —Hinata infló las mejillas—. ¡Esa es otra cueva! ¡La de las cabras mutantes!
Kenji rio. —Si nos morimos, mamá nos va a matar otra vez.
Zuzu los seguía a una distancia prudente, aunque fingía desinterés. Sus orejas giraban al más mínimo crujido del bosque.
La llegada
La Caverna del Juramento se reveló tras una cortina de lianas y niebla suave. Era una boca oscura tallada en piedra viva, con dibujos antiguos casi borrados en los bordes de la entrada. Parecían ser símbolos... ¿de manos entrelazadas?
—¿Lo ven? Este es el lugar. Perfecto para una promesa sagrada —dijo Hinata con emoción.
Edu miró los símbolos con una expresión extrañamente seria por un momento.
—Hmm… esto no fue hecho por cualquiera. Hay trazos de alfabeto antiguo. Y esos círculos… parecen parecidos a los de los sellos espirituales que sensei me enseñó.
—¿Te lo tomas en serio? —preguntó Kenji, asombrado.
Edu frunció el ceño, pero luego sonrió.
—Claro que no. Estoy improvisando para parecer sabio. Ahora entren, antes de que Zuzu nos deje y llame a mamá con su "miau-sirena-de-pánico".
La caverna los recibió con una calma extraña. El aire era frío, y aunque afuera brillaba el sol, adentro la luz apenas tocaba las paredes. Hinata sacó su papel, lo puso sobre una piedra plana, y colocó alrededor flores silvestres, ramas cruzadas y tres pequeños cristales.
—Ahora, repetid conmigo —dijo ella, colocando su anillo sobre el centro—:
"Prometo que este lazo no será roto ni por el tiempo, ni por la distancia,
ni por la muerte.
Juro que si uno de nosotros se pierde, los otros lo buscarán.
Y si uno de nosotros muere, su luz no se apagará en nuestros corazones."
Kenji lo repitió con solemnidad. Edu dudó… luego dijo con una voz diferente, más profunda, menos juguetona:
—Juro que si desaparezco… dejaré una señal para regresar. Y si no puedo regresar, haré que me recuerden.
Las gemas en sus anillos brillaron suavemente.
Zuzu soltó un sonido inquieto y se fue corriendo de la entrada.
En lo más profundo de la caverna, una grieta invisible pareció respirar.
Un susurro... como si una antigua promesa hubiese sido despertada.
El regreso
En el camino de vuelta, nadie habló por varios minutos. Solo se escuchaba el crujir de las hojas bajo sus pasos.
Kenji fue el primero en romper el silencio:
—Edu… ¿realmente crees que uno de nosotros podría… desaparecer?
Edu no respondió al principio. Luego sonrió.
—Si tú desapareces, yo te encontraré. Si Hinata desaparece, la encontraré. Si yo desaparezco... bueno, espero que ustedes también tengan sentido de la orientación.
Hinata lo abrazó de lado, sin decir palabra.
Kenji miró el anillo en su mano, y luego a Edu. Quiso decir algo… pero se lo guardó.
Zuzu los esperaba en el límite del bosque. Al verlos, se metió entre las piernas de Edu y le mordió el tobillo con sutileza.
—¡Auch! ¿¡Otra vez con eso!?
—Te lo mereces, por andar haciendo juramentos antiguos sin invitarme —parecía decir con sus ojos.
Y en el cielo, muy por encima de las colinas del Reino de Karyuu… una nube oscura se formó, como si el destino hubiera recibido la noticia del pacto.
Una tormenta se estaba preparando… pero los niños aún no lo sabían.