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Chapter 12 - CAP 11

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Capítulo 11: Félix se Presenta — La Futura Guerra

Pangu flotaba en posición de loto, su cuerpo maltrecho cubierto apenas por jirones de su túnica celestial. Habían pasado milenios desde la última batalla con Gea, y aunque sus heridas sanaban lentamente, su mente no hallaba descanso.

—Gea, maldita víbora dormilona… ¿cuánto más dormirás? —murmuró mientras cerraba los ojos en meditación—. Me estoy pudriendo del aburrimiento.

El silencio absoluto del caos lo envolvía. Un lugar sin tiempo, sin forma, sin dirección. Un vacío eterno, ahora hogar y prisión.

Pero de pronto, una chispa se encendió en su mente.

—¿Y si… vuelvo a intentarlo? El centro del caos...

Lo había intentado en el pasado, cuando apenas alcanzaba el nivel multiversal alto. En aquel entonces, la presión de la energía caótica condensada lo obligó a retroceder. Pero ahora, con su nivel megaversal alto, creía tener una oportunidad real.

—Nada me ata aquí. Gea no despertará por otros cien millones de años... Si he de morir, que sea intentando conquistar lo inconquistable.

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Su avance fue lento. Cada paso lo acercaba más a lo que se sentía como una dimensión líquida, densa y turbulenta. La energía se ondulaba a su alrededor como un mar vivo que intentaba devorarlo. Olas de caos se alzaban sin aviso, y aunque al principio Pangu se mantenía firme, con cada década sus fuerzas comenzaban a menguar.

Millones de años después, su respiración era pesada. Su piel resplandeciente ahora estaba agrietada, su energía al borde del colapso. Y aún así, no podía vislumbrar el centro.

—Yo soy Pangu —rugió, resistiéndose a caer—. ¡La voluntad del poder! ¡El principio de la creación!

Pero las olas no se detuvieron. Una gigantesca masa de energía, más vasta que cualquier galaxia, cayó sobre él como un juicio divino.

Y todo se volvió negro.

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No sabía cuánto tiempo había pasado. Ni siquiera sentía su cuerpo, su alma, o su poder. Solo un silencio suave, casi... acogedor.

—Qué valiente eres, muchacho —dijo una voz profunda, casi burlona, pero sin malicia—. O muy valiente… o muy tonto.

—¿Quién…? —Pangu intentó moverse, pero no sentía sus habilidades. Ni su poder, ni el sistema. Nada.

—Tranquilo. Aquí no tienes poderes. Solo… abre los ojos.

Y fue entonces que se dio cuenta. Sus ojos estaban cerrados.

Cuando los abrió, se encontró con algo imposible. Estaba de pie. Tenía brazos, piernas… pero no su forma megaversal. Era el cuerpo de su vida anterior, aquel de cuando era un simple mortal.

—¿Qué brujería es esta?

Frente a él, un hombre lo observaba con una sonrisa tranquila. Su presencia no era intimidante, pero algo en él exudaba poder absoluto. Era como mirar una estrella que no necesitaba luz para brillar.

—Félix Zerethul. Ese es mi nombre —dijo el hombre con una voz que retumbaba en el plano mismo de la existencia—. Pero puedes llamarme simplemente Félix.

—¿Tú me salvaste? ¿Dónde estamos?

—En un plano fuera del caos. Un rincón más allá de toda creación. Y sí, te salvé. Estabas a punto de ser desintegrado por la condensación del núcleo caótico.

—¿Y este cuerpo?

—Pensé que sería más apropiado conversar como los antiguos. Como los que fuimos antes de tocar el poder.

Pangu se mantuvo alerta. —¿Quién eres realmente?

—Un amigo.

—¿Amigo? ¿Por qué querría una entidad como tú ser amigo de alguien tan... débil como yo?

Félix suspiró. —Yo también fui un viajero, Pangu. Igual que tú y Gea. Pero mientras ustedes llegaron al caos al nacer los primigenios, yo existía mucho antes.

Pangu entrecerró los ojos. —¿Antes del caos?

—Sí. Antes del tiempo, antes de la energía, antes de las leyes. Antes de todo… solo existía la nada. Y yo... estaba allí. Solo.

Un escalofrío recorrió a Pangu. —Más antiguo que el caos…

—No fue una existencia feliz —admitió Félix—. La nada no ofrece consuelo, ni distracción. Por eso, cuando ustedes llegaron, supe que tenía que acercarme. Tal vez por simple curiosidad. Tal vez por necesidad.

Pangu lo observó con nuevos ojos. Por primera vez, sintió verdadera humildad.

—Lo siento. No puedo imaginar lo que viviste. Yo me aburrí con unos pocos millones de años sin Gea...

Félix sonrió, como si recordara viejos dolores y placeres al mismo tiempo.

—No estás solo. Pero te traje aquí por otra razón.

Su voz se tornó grave.

—Dentro de unos cuantos billones de años, los dioses primigenios alcanzarán el nivel megaversal. Lo que sigue… es una guerra.

Pangu se tensó. —¿Guerra?

—Sí. El caos será desgarrado por las ambiciones de los dioses. Miles morirán. La realidad colapsará. Pero de sus cadáveres, los primeros multiversos verdaderos comenzarán a florecer. Así nacerá la nueva creación.

—¿Y Gea?

—Ella sobrevivirá… si se fortalece. Tú también, si das el siguiente paso.

—¿Hay algo más allá del megaversal?

Félix asintió, pero no respondió.

—¿Y tú? ¿No intervendrás?

—No. Esta historia ya no me pertenece. Solo vine a advertirte. Lo demás... es decisión tuya.

Pangu apretó los puños, la determinación brillando en sus ojos. —Gracias por salvarme. Pero no necesito que luchen mis batallas. Volveré al caos... y me fortaleceré.

Félix rió suavemente. —Sabía que dirías eso.

—Una última cosa —dijo Pangu—. ¿Por qué te llamas Félix?

—Porque en mi vida original... era un simple humano, igual que tú. Y con ese nombre, conservo mi humanidad. Aunque ya no lo parezca.

Pangu asintió.

—Nos volveremos a ver, ¿cierto?

—Cuando el caos llegue a su fin —respondió Félix mientras extendía la mano—. Fortalécete, amigo mío.

Y con un resplandor blanco, Pangu fue devuelto al caos.

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El caos volvió a recibirlo con su rugido silencioso. Pangu, aún con el cuerpo original de su vida anterior, ahora fusionado con la voluntad de continuar, flotaba como una chispa en un mar infinito.

—Gea... Félix... guerra... —murmuró—. No hay tiempo para dormir más. Debo trascender.

Y así, el viaje continuó.

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