En consecuencia, los tres no hicieron oídos sordos y se bajaron inmediatamente, uno tras otro. La niña, por primera vez con asombro, admiró la belleza de algo que siempre soñaba ser: una heroína como aquella subcapitana de un aire imponente con su uniforme naranja y blanco: chaqueta blanca con detalles naranjas, botones dorados y el emblema de Varnok en el pecho; pantalones a juego y botas blancas altas. Su cabello negro y corto enmarca unos ojos penetrantes tras sus gafas, y una capa blanca con interior oscuro ondea tras ella. Lleva una espada al cinto, lista para liderar.
A sus ojos, ella era su perfecto ideal, cuando quiso volverse cazarrecompensas por su mérito y esfuerzo para llegar a ser algún día un caballero de la facción de la división que protege a las personas.
Luego, la subcapitana empezó a buscar entre las cajas y verificar. Uno de los otros guardias, por protocolo, quería empezar a buscar qué traían Miriel y Don en sus bolsas, pero ella les dijo que no era necesario. Parece que no desconfiaba de él, pero sí del viejo. Cuando ella entrecerró los ojos, al instante dio una sola orden al captar dentro de las bolsas un componente ilegal, además de llevar hierbas.
—Subcapitana Veyra, le encontramos tatuajes que confirman que este usuario de vegetación es parte de la banda de los Imitadores de las Serpientes Lloronas —dijo uno de los guardias.
—Sí, ya lo sé. Encontré frascos de lágrimas de azules escondidas aquí. Llévenlo al cuartel e interróguelo, pero traten de no matarlo —respondió ella con firmeza.
—Como usted ordene, subcapitana —contestaron al unísono.
—¡Pero no puede ser…! Este señor nos acompañó durante todo el viaje, hasta fuimos atacados… los ladrones… —protestó el joven Don, incrédulo.
—Miriel, ¿de dónde sacaste a esta cría esta vez? Nunca viajas con gente decente —preguntó la subcapitana, dirigiendo una mirada crítica a Miriel.
— ¿Qué puedo decir? Parece que estoy maldecida —respondió Miriel con un tono resignado.
—Mira, chico, aunque no lo creas, es muy probable que ese viejo al que defiendes orquestó su propio robo. Es bastante común escuchar lo mismo cada vez que me envían a esta isla —explicó la subcapitana a Don.
—Y ¿qué encontraron? —preguntó él, curioso.
—Llevaba un producto ilegal con el que suelen traficar muchos delincuentes, un producto que proviene de una red de trata de hidroides, más específicamente, las sirenas —aclaró ella.
—Nunca he visto una. ¿Sirenas? ¿Por qué hacen esto? —insistió Don, sorprendido.
—Pregunta sería: ¿de dónde sacaste a este chico? —dijo la subcapitana, mirando a Miriel confundida. Luego volteó, presintiendo algo extraño venir de Don—. Oye, no capto absolutamente ningún rastro de éter en ti. ¿Cómo haces para camuflar tan bien tu verdadera fuerza? Tienes que ser muy fuerte…
—Es porque no tiene —interrumpió Miriel.
— ¿Qué es lo que no tiene? —preguntó Veyra, frunciendo el ceño.
—… —Don guardó silencio.
— ¿No tiene punto de éter? —preguntó ella, sorprendida al darse cuenta en el silencio.
—Miriel, no es asunto tuyo —dijo Don enfadado.
Sin dudarlo, la subcapitana, que ya no quería perder más tiempo, se despidió de Miriel y siguió con su patrulla por la ciudad. Mientras caminaba, asqueada, murmuró:
—Qué desgracia. Vaya inútil —y dio la orden de que confiscaran absolutamente todo menos a los viajeros
—¡Oiga, él se llevó mi dinero! —gritó Don detrás del viejo impostor, sin resultados.
Justo luego, Miriel miró a la niña con la misma mirada arrepentida que la perseguía desde hace horas, e incluso cuando bajó de la carreta. Pero admiraba a la subcapitana. Miriel, con su mirada afilada como siempre, seguía con detalle cómo los ojos de aquella niña se iluminaban cuando veía a Veyra patrullar.
Entonces, ella se puso delante de Don y le dijo que se acercara para esconder sus manos. Pronunciado:
—Papel —conjuró un papel limpio y de un color cremoso que se formó desde las pequeñas centellas que iluminaban el centro de su mano hasta que obtuvo un papel completo.
Luego se paró en la espalda de Don, usándolo como escritorio provisional, y escribió un mensaje para Veyra en él. Lo dobló, lo selló, afilando la punta con su lengua. Agarró la mano de la niña y le puso el sobre en la mano, mencionando:
—Agárralo muy fuerte en tu pecho —y terminó—. Este es tu único boleto de salida, pequeña niña, si quieres volver a hacer las cosas bien. Pero si tu verdadera voluntad es que te maten o cargar con un crío a los 15 años o termines vendida en los barrios bajos antes de que cumplas 17, vuelve con esas ratas. No me importa en lo más mínimo tu presencia ni tu futuro. Pero si quieres alcanzar a Seraphina —señalando con el dedo a Veyra, que se encontraba ya a decenas de metros de distancia—, dale esta carta y hazme el favor de que no me arrepienta de esto. ¿Oíste?
Aunque ninguno de ellos estuvo consciente de esto, por primera vez la niña sonreía de emoción, de felicidad. Y de manera egoísta, sin pensarlo mucho, sin dar las gracias, solo se fue corriendo a toda velocidad sin mirar atrás ni un solo segundo hasta que logró alcanzar a la subcapitana. Le entregó la carta, aunque ella estaba molesta porque una mocosa le estaría insistiendo en darle la carta. Entonces, por curiosidad, accedió a leerla. Cuando terminó, aunque la carta no estuviese firmada, reconoció de inmediato la forma de escribir y volteó la cabeza mirando a Miriel. Ella simplemente tomó la mano de la niña y siguió caminando junto a ella.
Después, y solo después, la niña, a cientos de metros, ya preparándose mentalmente para una nueva vida, miró hacia atrás. Sus labios murmuraron un “Gracias” junto con una sonrisa de agradecimiento que cambió radicalmente su actitud decaída, que en realidad llevaba toda su vida, sumisa a que todos y todas la maltrataban, queriendo ser parte de algo o de una familia que la recibiera con las manos abiertas y sin condiciones.
Y Don preguntó con curiosidad:
—¿Por qué la dejaste ir?
—Le regalé una oportunidad que nunca tuve —se expresó Miriel lejana, reduciendo el pasado en siete fragmentos que sirven de palabras.
—¿Y qué había en esa carta?
—¡Vámonos, ¿quieres?! Que la noche ya está cayendo —respondió ella, cortando.