[Narrador, perspectiva]
Miriel le dijo a la niña que se subiera a la carreta con ellos. En ningún momento se negó a desobedecerla, ni siquiera intentó pelear o escapar de ella. Después de media hora que pasaron tratando de sacar las ruedas atascadas bajo el suelo, y que Don se ofreciera a repararlas, él había digerido el hecho de que se quedó sin habilidades y que tampoco podía hacer algo para recuperarlas. Su cara, estando decaída aún si, trataba de mostrar tranquilidad levantando la cabeza, siempre ante los problemas, como le enseñó su Maestro.
Con una nueva marca en su cara, una cicatriz bastante larga que empezaba a marcar su aspecto, le preguntó a Miriel sobre la niña:
—¿Vendrá con nosotros?
La niña, que jamás trató de escaparse ni pelearse con la nueva decisión que le impuso Miriel, parecía estar acostumbrada a este tipo de tratos hacia su pequeña persona. Y viendo cómo la trataban aquellos ladrones, Miriel se quedó lejana en sus azules brillantes y se llevó las uñas a la boca, reflexionando sobre el verdadero futuro que le preparaba su señora al lugar donde planeaba llevarla. Pero, sobre todo, no paraba de mirarla, recordando y viéndose en ella cuando también era solo una niña y tuvo que pasar por un infierno al ser también una abandonada por sus padres, aunque fueran circunstancias y caminos completamente diferentes.
Se quedó pensativa durante todo un rato hasta que, 3 horas después, al atravesar un hermoso puente decorado de farolas, veían pasar por el puente barcos que pasaban por debajo y niños jugar con pelotas. Solo algunos plebeyos, usuarios de vegetaciones seguramente, se mezclaban entre muy pocos mercaderes, artesanos, caballeros, y hasta se veían los hermosos uniformes de la Orden de la tercera división patrullar por las calles antes de entrar dentro de esta villa. Y fue entonces que Don y Miriel se asomaron al escuchar todos esos ruidos normales que cualquier persona vive cuando está ya cerca de una pequeña ciudad activa y llena de personas. Entonces se dieron cuenta de que ya habían llegado al destino que querían.
Riverside Dusk de Lu’u Teruise
Mientras la hermosa melodía venida de la flauta barata de Gregory creaba una melancolía que danzaba en las ondas del viento, creando un ambiente tranquilo y acogedor para viajar en silencio.
Cuando asomó la cabeza, Don, por primera vez desde hacía horas, tal vez días, no miraba con asombro a aquella chica que vestía un uniforme militar distintivo de los caballeros de la tercera división. Su atuendo incluía una chaqueta blanca con detalles en naranja, adornada con galones dorados en los hombros y botones dorados en la frente. Llevaba una faja negra con hebilla y un cinturón cruzado sobre el pecho. Su falda combinaba con los tonos blancos y anaranjados de su uniforme, con un diseño asimétrico que dejaba sus piernas parcialmente visibles. Completaba el uniforme con botas blancas altas con hebillas y guantes blancos. En la cabeza portaba una gorra blanca con un emblema dorado, resaltando el dominio y el símbolo de Varnok en su gorra y su pecho, sin olvidar una banda naranja que complementaba su apariencia elegante y autoritaria. Su cabello largo y castaño caía suelto por la espalda, mientras era acompañada por un apuesto caballero, su compañero rubio.
Resaltaba el pañuelo ondeando al fuerte viento con el símbolo del Batallón de los Escuderos de Guerra de la tercera división. Entonces, el viejo cochero miró hacia los lados, viéndose acercar poco a poco los caminos cruzados justo delante de aquellos edificios dispersos por el enorme paisaje de cultivos, antes de seguir derecho en su camino para vender sus hierbas, que traía en cajas atrás suyo, junto con carga humana y no humana adicional.
El valiente caballo que nos acompañó durante toda esta travesía avanzaba entre el polvo y la maleza como si la misma tierra le gritara que se rindiera. Tiraba de la carreta con cada músculo tensado, las riendas rozándole el cuello sudado, las patas resbalando en el barro seco de un camino olvidado por los mapas. Las ruedas chirriaban como si compartieran el esfuerzo. Atravesaron colinas, bordearon ríos y soportaron el crujido del sol sobre el cuero de la carga hasta que el sol empezó a ponerse. Cada paso era una batalla, cada sacudida, una orden de no ceder. Y al fin, tras una última cuesta donde el viento se calló y solo quedó el ritmo de sus cascos, el caballo se detuvo. Se quedó quieto, jadeando fuerte, el pecho subiendo con orgullo y fatiga por horas y horas galopando en los peligrosos e inciertos senderos de la nueva Glimmetropolis. Sus ojos, cansados pero firmes, no pedían descanso… solo respeto.
Entonces, alzó las patas delanteras y relinchó hacia el cielo.
Una vez.
Otra más.
Y una tercera, como un rugido de victoria desde el corazón de una bestia que no se dejó vencer. Entonces, la lluvia llegó, bajo la roja luz del sol escondiéndose para dar lugar a su enemigo nocturno, la azul luz de la luna.
Y sus ojos se voltearon atrás mirando a sus pasajeros. Asimismo, con total neutralidad, el viejo gruñón, malhumorado y terco empezó:
—Ya llegamos a destino, señoras y señores. Mi camino acabará en el fuerte de Riverside de los Dusk. Si algunos de ustedes desean llegar hasta la frontera, la próxima villa, entonces tomen la ruta principal a la izquierda —dijo el conductor, como lo indicaba el poste del viajero clavado en medio de la encrucijada.
Rápidamente, Gregory se levantó y dijo apenado:
—Bueno, chicos, ha sido un gusto que me dejaran cantarles mis melancolías y viajar con ustedes —saltando de la carreta con fuerza, ensuciando torpemente sus botas y continuando mientras lanzaba una moneda de plata al conductor, algo que no le gustó nada, pero, por alguna razón, ni se pensó reclamarle.
—Nunca he tenido o visto fans tan curiosos y guías tan her… (una celosa le picó) …apasionadas —gritó y se corrigió con fuerza, y retomó sin dejar de sonreír con nervios mientras la distancia entre él y nuestros viajeros se hacía notar más y más—. ¡Tan apasionados! Eso es… apasionados como ustedes, camaradas. ¡Nos vemos pronto, Don! Espero que resuelvas tu problemita —dejó con una larga sonrisa simpática, alzando la mano y agitándola con mucha energía en señal de despedida.
—Espero verte de nuevo, Gregory, y que me cuentes más de tus viajes. ¡Suerte con la inscripción! —gritó Don, y volteó a ver a Miriel, tratando de decirle que ella también hiciera un gesto para despedirse. Pero ella ni caso le hizo, como si Don no existiese.
—¡Miriel también se despide! —gritó Don sin su permiso.
—¡Chao! ... —respondió Gregory, aunque casi apenas se escuchaba lo que expresaba mientras seguía caminando de espaldas, y al final solo se volteó y se fue caminando hasta la próxima villa para tomar un barco y viajar hacia el reino de Montesis, como indicó él horas antes de su partida.
Volteó una segunda vez y le preguntó a Miriel:
—¿Cuánto tiempo le tomará llegar a pie a su destino?
—¿Quién, ese tipo?
—¿Por qué eres así?
—Viendo al ritmo que camina, si piensa llegar al fuerte de Duskfort de Valdric, se tardará 17 a 18 horas y media en llegar.
—¿Y para mí, cuánto te pagó Mister Snuch?
—Me pagó por un viaje de 5 días y 21 horas.
—¿Y cuántas monedas viene eso?
—6 monedas de oro. Y tienes suerte de que todavía no alcanzo el nivel de experta, te estaría cobrando más.
—Así que solo me queda un día y 21 horas… —dijo con una sonrisa escondida y nerviosa—. Este viaje duró más de lo que me puedo permitir, tendré que ganar dinero de alguna forma para pagarte por tus servicios. No creo que, con tu carácter, lo harías gratis por todos los buenos momentos que pasamos… je, je… ¿verdad?
—En cuanto dejes de pagarme, te dejaré a tu suerte y buscaré a otro viajero más interesante con el que viajar. Defender a un crío no era parte del trato.
—¿Más interesante? Entiendo… pues te pagaré —respondió Don con tristeza.
«Espero que las 85 monedas de oro que tengo puedan completar el viaje, porque si no, no sabría cómo ganar dinero en este mundo. Mi maestro nunca me dijo cómo se hacía dinero, aunque dijo que el conocimiento era una moneda de cambio también… No sé mucho, pero espero que me sirva… y… ni siquiera tengo mis habilidades de pirokinesis y geokinesis… ¿Qué debería hacer? No quiero decepcionar a mi maestro. ¿Tal vez debería esforzarme más?» Hablaba Don consigo mismo, entrando en un círculo de dudas que se convertían en una prisión con presos inculcándole inseguridades que nunca había tenido antes.
Entonces, su rostro ya parecía cansado y sus manos ásperas por el combate que tuvo y el trabajo que puso en arreglar la carreta del viejo. Una nueva mirada amable con fondo de tristeza había sellado su nuevo aspecto, de un chico tranquilo medio enérgico. Todo un momento de reflexión cuando el viejo empezó a reclamar el dinero que le deben por el viaje. Entonces, como Don no tenía cambio para darle una moneda de plata, le dio una moneda de oro pensando que sobraría para el viaje, pero no.
—Le faltan 6 monedas más, joven —comentó el viejo.
—¿Cómo? ¿6 monedas de plata?
—¡Monedas de oro! ¡Seis monedas de oro me debe usted, joven! —gruñó con fuerza el viejo.
—¿Cómo que le debo 7 monedas de oro si enfrente mío Gregory le pagó con una moneda de plata e hicimos el mismo viaje?
—…Es… él hizo un pago por adelantado, y usted no. Es cliente regular —mintió el viejo, porque en realidad le tenía miedo.
Y Don, ya bastante cansado, ya no se atrevía a seguirle la contraria al viejo y simplemente aceptó, respondiendo que “por lo menos que le haga un descuento”, algo que no puede faltar cuando hablas de un chico tan simpático. Y el viejo terminó aceptando solo porque le arregló sin costo alguno la rueda de su carreta, pero solo quitándole una sola moneda de oro con la justificación de que debe pagar por la niña, por Miriel, por su cabeza y por los problemas que le causó en el camino, ya que los daños a su carreta fueron por su culpa y la de sus compañeros. Dijo el viejo descarado. Pero igual aceptó y le pagó sin poner peros.
Los costos de este viaje le habían dejado el bolsillo con 79 monedas de oro, algo preocupante viendo que en un principio no quería gastar tanto, sabiendo que los metales más importantes para que funcione el mundo empezaron a escasear, encareciendo los precios de absolutamente todos los materiales, bueno, solo por este lado del mundo, hablando del reino de Montesis y su dominio sobre el vasto terreno de la isla de la nueva Glimmetropolis, parte del reino de Montesis III, vivo hasta la fecha.
Y es entonces cuando llegaron frente al portón. Miriel comentó al aire que esta vez habían más guardias que de costumbre, y solo se veían caballeros más o menos importantes, refiriéndose a los uniformes naranjas, y supo que por lo menos había tensiones, tal vez problemas.
Cuando el viejo llegó frente a los guardias, le hicieron parar el vehículo para verificar la carga. Eran 4 guardias vigilando la entrada; uno de ellos era una señorita de lentes que desprendía firmeza y autoridad. Sus ojos afilados reconocieron a Miriel, que estaba a bordo sentada enfrente de la niña que los acompañaba. Aunque el viejo indicó que solo llevaba hierbas medicinales, no confió absolutamente nada solo con ver a Miriel a bordo, como si ellas dos tuvieran ya algún pasado conflictivo. Entonces, Miriel empezó:
—Qué sorpresa ver a la subcapitana de los escuderos de guerra aquí. Se acabaron los bravucones en la cloaca de tu perímetro en el metrópoli.
—Me da gusto verte también… Miriel —mencionó totalmente ajena de emociones afectivas en sus palabras, y continuó de manera seca—. Todos bajen del vehículo.
Don, inocentemente, comentó:
—Señora, solo viajamos para comprar aleación mística, y ya.
Al decir esto, la subcapitana frunció las cejas de manera seca y repitió con mayor frialdad cada palabra, que sobrepasó la advertencia y llegó directamente a la amenaza, poniendo la palma de su mano en el bucle de su espada:
—Bajen del vehículo.