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Chapter 34 - EL COMIENZO DE TODO: Primer camino - Parte 10

Miriel estuvo buscando a Don por toda la ciudad y no pudo encontrarlo, hasta que llegó al distrito religioso y lo encontró escondido en la oscuridad de un callejón sin salida.

Y se acercó, con pasos lentos, y empezó:

— ¿Don? —Sin respuesta, sigue acercándose a él.

Don agachado, cubierto y escondido totalmente por la manta que le regaló su maestro, pero en el fondo expulsaba un éter inmenso y siniestro, pero totalmente desconocido para Miriel, como si no fuera uno normal, como si fuera un flujo totalmente diferente.

Pero con valor seguía acercándose, y aunque lo llamaba no respondía, hasta que llegó frente a él, se quedó quieta y desveló la capucha de su cabeza revelando a un Don totalmente normal pero en trance, con todas las partes de sus ojos oscurecidas en negro puro, tan puro que se traga la misma oscuridad de su alrededor, la cabeza echada para atrás y de rodillas mirando al cielo, totalmente perdido en algún lugar.

Miriel volvió a llamarlo unas cinco veces hasta que le dio una bofetada que por alguna razón le devolvió la razón y funcionó. Haciendo que Don tome un gran respiro como si se estuviera ahogando y se estaba quedando sin aire, sujetándole fuertemente la ropa que lleva Miriel puesta y justo al momento en el que volvió, esa presencia que se sentía como el éter pero a la vez no lo era desapareció al segundo de su despertar, guardando aún más preguntas en su cabeza, dudas por responder.

— ¿Ya estás bien?

— Sí —respondió Don esperando otra pregunta en específico, incluso así, no ocurrió de la manera en la que él se lo imaginaba.

— Vámonos, se hace tarde. Hay que encontrar una posada, estoy cansada.

¡Vamos, levántate ya que hay que irnos!

Don se levanta débilmente, con dificultad para poder caminar, Miriel ayudándole a cargarlo pero mientras lo ayuda vio caer un frasco en el piso, con un líquido azul, pero siguió adelante y lo ignoró intuyendo rápidamente el contenido de ese frasco vacío que se le escapó a Don.

Y por supuesto, Don para zafarse de este problema bebió la última poción que le quedaba para poder seguir camuflándose como humano, pero en el camino algo le pasó, y terminó en ese callejón, perdido en un mundo oscuro.

Cruzaron varios distritos como el de los gremios y el comercial, hasta llegar al distrito de alojamiento. Y entraron a la primera posada que se encontraron, esta solo disponía de un cuarto disponible, pero solo tenía una cama así que Don esta vez dormiría en el piso, y a Miriel no le importaba mucho, aunque pagara 2 monedas de oro para el hospedaje y la comida de los dos.

Después de llegar, por turnos, se bañaron y se vistieron con las ropas disponibles en el armario de la posada, y como si fuera ley, Miriel siempre monopoliza la cama única.

Posteriormente cortando el hilo de la somnolencia de Don, bruscamente cuando conciliaba el último fragmento que lo llevaría a otro mundo lleno de paz.

— ¿Te transformaste, verdad?

— ¿Cómo? —preguntó Don tratando de entender.

— Lo vi en el taller, tus ojos cambiaron de color, tus venas brillaron, y un bulto duro y enorme creció detrás de tu manta… vi cómo eres realmente cuando… un supaibi real —dijo mirando con interés, queriendo saber más, aunque ya lo sabía.

— ¿De qué hablas? —preguntó Don confundido, pero en un instante se dio cuenta de que se refería a él.

— No te hagas el idiota, tuve mis dudas de que fueras un… Supaibi. El sello de Narsozas no me falló, sí eres real. Pero tengo más preguntas, conozco la historia de tu pueblo bastante bien —mencionaba mientras que Don no encontraba palabras para rechazar sus afirmaciones—. Los protectores, de línea de Inocensy, la fuente del éter, los elegidos para proteger, y mi sangre descendiente de los tuyos, pero seguimos siendo inferiores. Eso cuentan los libros… pero tú… en ese callejón, ¿qué estabas haciendo? —preguntó ella curiosa.

— No sé de qué hablas… Miriel —replicó.

— Venga ya, soy tu guía, podrías tenerme un poco más de confianza, ¿no? —dijo tratando de manipularlo.

— ¿Confiar en ti? ¿Por qué? Me menosprecias, me llamas inútil cada que tienes la oportunidad. En cuatro días de viaje no has parado de juzgarme, eres cruel, eres fría, arrogante y muy egoísta, no tengo ninguna razón para confiar en ti.

— Vaya, vaya… fíjate que yo no tengo pelos en la lengua. Te digo inútil porque lo eres, no eres más que un pendejo ingenuo que le tira la mano a todos, y me irritan humanos como tú que se creen héroes, ni quieras saber lo que eres, un puto indeciso, sin rumbo —menciona entre furia, marcando sus palabras en su mente.

Don se le queda mirando, sabiendo que tiene razón, esperando que la mínima palabra aparezca mágicamente en la punta de su lengua, para darle una réplica que le duela igual… pero no. A continuación, Don se tragó su orgullo pero aún así cuando respondió, se notaba molesto:

— Tienes razón —dijo, y neutralmente Miriel se le quedó mirando, mirando de un lado al otro, en un silencio que se alargó tanto que pasaron minutos, volvieron a acostarse, y pasaron horas… entonces Miriel recordó unas palabras: «Si quieres encontrar la felicidad, trabaja como guía. Completa mil trabajos hasta sentirte feliz, pero recuerda que… a nadie le agrada una persona que no sonríe… Miriel… entrégate y te entregarán.»

Molesta por querer obligarse a dar el primer paso para arreglar las cosas entre ellos, empieza:

— Si me disculpo contigo, ¿responderás mi pregunta?

Don deja escapar pequeñas risas, sin poder creer la actitud de Miriel tratando de arreglar su relación de compañeros.

— ¿De verdad es tu mejor intento? —preguntó con cierta ironía.

— ¿Sí o no?

Don se rasca la cabeza y se resigna, arrojando la cabeza de un lado para el otro sin poder creerlo todavía.

— Sí…

— Discúlpame, no debía decirte eso.

— Bueno, ya no importa… ¿y qué quieres saber?

— En aquel callejón, emanabas un éter desconocido, sin color, totalmente oscuro y sentía que me atraía fuerte hacia ti como si fuera un imán irresistible, no podía ni ver tu flujo, pero sentía que existía, pero al instante desapareció y volviste a ser el mismo inútil de siempre.

Molesto, Don retrae su boca a un lado y responde:

— Al final no tienes remedio. No sé de qué me hablas, pero antes de que me despertara… —dice sin poder terminar, desmayándose, tumbado en el suelo, como la luz de una vela que se apaga lentamente.—

— ¿Don? —llamó.

— ¿Don? —volvió a llamar.

— ¿Don? —dijo una y otra vez tratando de levantarlo.

Pero de un momento a otro empezó a temblar, con violencia.

Paró secamente…

Abrió los ojos… pero al igual que antes en ese callejón, sus ojos se oscurecieron, las velas se apagaron aunque las suaves brisas no podían ni crear relieves en la sábana de la cama, y las luces artificiales de terralitos se consumieron de la nada dejando el cuarto a oscuras.

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