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Chapter 41 - Capítulo 39: Réquiem para el Silencio

Morioh – Día 5

El atardecer caía sobre la ciudad en tonos rojizos, filtrando su luz por entre las ventanas de casas que, lentamente, encendían sus lámparas. El aire pesaba sobre las calles como si la propia atmósfera contuviera el aliento, anticipando algo que aún no había ocurrido. Pero en la casa Kawajiri, esa tensión ya había explotado en mil pedazos invisibles.

Hayato Kawajiri estaba sentado a la mesa del comedor, frente al hombre que fingía ser su padre. No hablaba. Solo observaba. En su bolsillo, una diminuta cámara continuaba grabando, cada segundo pesando como una carga radioactiva. Yoshikage Kira—oculto bajo el rostro robado de Kosaku Kawajiri—arreglaba los cubiertos con una precisión tan perfecta que resultaba enfermiza. Su voz, cuando rompió el silencio, era tan suave como una cuchilla deslizándose por la seda.

—Hayato, ¿estás bien?

El niño parpadeó, tragando saliva. Su respiración era corta, medida. La última vez que dudó, casi muere. Esta vez no cometería el mismo error.

—Sí, papá. Solo estoy… cansado.

Kira sonrió. Pero había algo diferente en esa sonrisa: ya no era la máscara tranquila que llevaba con tanto orgullo, sino una curva tensa, forzada, como si su rostro comenzara a traicionarlo.

En el tejado de una casa cercana, Lisa Lisa se mantenía agazapada, los hilos de su Stand extendiéndose como filamentos etéreos a través del aire. Percibía el cambio en la energía. El ambiente estaba cargado, como antes de una tormenta. Cerró los ojos un segundo, enfocando su respiración Hamon.

No era el miedo lo que la inquietaba.

Era la sensación de que el mundo mismo estaba por torcerse en dirección contraria.

A unas calles de distancia, Leo aguardaba. De pie bajo un árbol del parque, sus ojos estaban fijos en la ventana del segundo piso de los Kawajiri. No parpadeaba. No se movía. Solo pensaba.

Había dejado de sentirse parte de este mundo hacía ya varios días. Su voz interior, amplificada por la presencia de The Archive Over Void, lo envolvía como un segundo corazón latiendo dentro de su cráneo.

"Ya lo acorralé."

—Ahora solo falta… que salte.

La desesperación era una cuerda invisible que Kira no sabía que ya estaba alrededor de su cuello.

Desde el interior de la casa, el asesino sentía algo que odiaba por encima de todo: vulnerabilidad. Había pasado toda su vida construyendo una rutina perfecta, una fachada tan impecable que ni el tiempo podía erosionar. Y sin embargo, ese niño… ese maldito niño lo estaba viendo.

No solo lo miraba: lo leía.

Igual que esa sombra. Esa presencia que sentía fuera de su alcance, pero siempre allí, al margen de su percepción. Como si su historia estuviera siendo escrita por otra pluma.

Y entonces su padre, ese espíritu incorpóreo que flotaba en los cables de electricidad como una mancha de pasado, susurró desde el televisor encendido con estática:

—Kira… ya no puedes mantener el equilibrio. Usa la flecha. Protégete. La historia está fallando.

Los ojos de Kira temblaron. Entendió.

"Si no puedo controlar el presente… lo eliminaré."

Se levantó lentamente y colocó una mano sobre el hombro de Hayato, quien por un momento pensó que sería asesinado en ese instante.

—Hayato —dijo con tono suave, incluso afectuoso—. Yo solo quiero… paz.

El Stand apareció detrás de él. Killer Queen. Su forma era aún más elegante, más mortal.

—Y tú, hijo mío —susurró Kira—, me la vas a dar.

Entonces ocurrió.

Bites the Dust fue activado.

Fue como si el tiempo se quebrara, no con un estallido, sino con un suspiro contenido por siglos. Un parpadeo eterno. Una explosión en silencio. Todo Morioh se replegó en sí misma en un solo instante, como si la ciudad fuera un pergamino enrollándose hacia el principio del día.

Los relojes giraron al revés. Las aves volaron hacia sus nidos como si nunca hubieran salido. El viento retrocedió. Las voces se deshicieron en murmullos que regresaban a sus gargantas. En un segundo, el amanecer reemplazó al crepúsculo. Todo volvió a empezar.

Lisa Lisa fue tragada por la marea temporal con una fuerza invisible. No tuvo oportunidad de resistirse. Sus hilos se desvanecieron en el aire mientras era arrastrada a una realidad reescrita.

Pero dos seres se mantuvieron firmes en el centro del colapso.

Leo y Hayato.

El niño despertó sobresaltado en su cama, la respiración agitada, empapado en sudor. Se revisó las manos. Revisó su bolsillo. La cámara estaba allí. El reloj marcaba las 7:00 a.m.

Y entonces sintió algo.

Miró hacia la ventana. Leo estaba allí.

Exactamente en el mismo lugar.

No solo eso: lo estaba mirando directamente, como si nunca se hubiera ido.

Leo no había sido afectado. No podía serlo. Su cuerpo, su mente, su existencia, estaban protegidas por la doble armadura de The Archive Over Void y The World Over Heaven. Su voluntad narrativa ya era más fuerte que el propio guion que regía ese universo.

Kira, en cambio, despertó con una sonrisa tranquila. Se estiró, sintiéndose satisfecho. Se convenció de que había ganado. De que esta vez, la historia estaba de su lado.

Pero mientras se cepillaba los dientes frente al espejo, algo lo detuvo.

Una imagen, un reflejo.

En la esquina del vidrio, borroso pero inconfundible, el rostro de Leo. Sin expresión. Sin juicio. Solo presencia.

Kira se giró con violencia. El baño estaba vacío.

El espejo, sin embargo, aún temblaba.

—No… no puede ser…

Y en ese silencio, por primera vez, Yoshikage Kira no escuchó el tic-tac habitual de su propia historia.

Solo una voz invisible, resonando como la sentencia de una pluma sobre el papel:

—Buen intento, Kira. Pero tu historia… ya no es tuya.

Y así, el Día 5 comenzó otra vez. Pero esta vez, no para todos.

Solo para los que aún no habían sido leídos.

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