Morioh, 1999 – Día 5 (reiniciado)
El día comenzó como una mala repetición.
Las voces de siempre se alzaban desde las casas vecinas. Los mismos pasos cruzaban las calles, los mismos ladridos sonaban a lo lejos, como si el mundo se hubiera quedado atrapado en una trampa invisible. Para todos los habitantes de Morioh, ese amanecer era tan común como el anterior.
Pero Hayato Kawajiri sabía que era una mentira.
Miraba su reflejo en el espejo del baño. Su rostro estaba pálido, marcado por la tensión. La cámara oculta seguía en su bolsillo, intacta, como una maldita reliquia de un crimen que aún no se había cometido. Recordaba todo. La mano de Kira sobre su hombro. Killer Queen. La explosión. El reinicio.
Alzó la vista hacia la ventana. Afuera, tras el vidrio empañado, Leo observaba en silencio. No se movía. No sonreía. Solo estaba ahí. Constante. Como si el propio universo lo hubiera asignado al rol de centinela.
Y, en cierto modo, eso era lo que era.
Leo sostuvo la mirada del niño durante un segundo. Bastó con eso para hablarle sin palabras. Sus ojos decían lo necesario: "Este es el mismo juego, Hayato. Pero esta vez, conocemos las reglas."
En la cocina, Kira preparaba el desayuno con una precisión obsesiva. Los movimientos eran los mismos que el día anterior, cada uno idéntico al otro, pero había algo nuevo en su expresión: una incomodidad que no lograba disimular.
—Buenos días, Hayato —dijo sin volverse.
—Buenos días —respondió el niño con esfuerzo, bajando las escaleras como si no supiera que estaba caminando hacia una trampa.
Se sentó en silencio. Evitó el contacto visual. Imitó cada gesto que recordaba de la última vez. Tenía miedo de cambiar incluso la forma en que sostenía el vaso. El más mínimo desliz podía hacer que Kira sospechara. Y si eso pasaba, todo volvería a explotar. Literalmente.
Mientras tanto, Leo seguía en las calles. Su figura avanzaba entre las sombras del callejón, paso a paso, su capa ondeando apenas con la brisa matinal. Sus pensamientos giraban como engranajes, trazando rutas de intervención, desenlaces posibles.
—El tiempo —susurró para sí mismo— no es más que una partitura. Y yo soy la nota que no pertenece a este compás.
En otra parte de Morioh, Lisa Lisa se había despertado con un dolor punzante en la frente. Había soñado con fuego. Con un estallido que no recordaba haber vivido. Se incorporó despacio. Su Stand, Silver Threads, vibraba en el aire como si también sintiera que algo andaba mal.
Se vistió en silencio. Apretó los labios y salió. La ciudad estaba tranquila. Demasiado tranquila. Como si hubiera retrocedido en el tiempo… pero su cuerpo no lo recordara.
Se encontró con Leo en una esquina. Él la esperaba con los brazos cruzados.
—Algo no cuadra —dijo Lisa Lisa, sin rodeos—. No puedo explicarlo, pero sé que algo pasó.
Leo la miró con serenidad absoluta.
—Tu alma recuerda lo que tu mente no puede. Hemos sido arrastrados por una corriente que no nos pertenece, Lisa. Y ahora el río corre en círculos.
—¿Estamos atrapados en un bucle?
Leo asintió lentamente.
—Un bucle que solo Hayato y yo podemos ver. Y tú... aunque no lo recuerdes, estuviste ahí también.
Lisa Lisa apretó los puños.
—¿Qué hacemos?
—Lo dejamos actuar. Hayato es la chispa que hará arder la ilusión de Kira. Mientras tanto, tú y yo vigilamos. El momento de intervenir se acerca.
En la casa Kawajiri, Kira terminaba su café. Sus ojos no dejaban de observar a Hayato. Había algo diferente en el niño. Algo... contenido.
«¿Qué está escondiendo…?», pensó.
Killer Queen apareció detrás de él, como una sombra obediente. No hablaba, pero reflejaba el mismo instinto asesino de su amo. Kira miró de reojo hacia el televisor apagado… y se congeló.
Por una fracción de segundo, creyó ver un reflejo que no era suyo.
No era de Hayato.
Era Leo.
Se giró de inmediato. Nada. Vacío.
Su corazón latió más fuerte. Una gota de sudor bajó por su sien.
—¿Me estoy volviendo paranoico…?
Pero no lo estaba.
En otra calle, Lisa Lisa se agachaba sobre el borde de una azotea. Su Stand había detectado una presión anormal en el aire. Sentía una vibración, como una resonancia que no pertenecía a ese momento del tiempo. Era casi como si el universo respirara al revés.
Mientras tanto, Hayato sostenía la taza con ambas manos. Sentía que el día pesaba el doble sobre sus hombros. Pero no podía rendirse. No ahora. Cada minuto que lograra replicar del día anterior era un paso más cerca del error de Kira. Un paso más cerca de la grieta que Leo prometió aprovechar.
Y entonces escuchó la voz. No en la habitación, sino en su cabeza. Suave. Implacable.
—Has comenzado bien. Mantente fiel al papel. En esta obra, solo el silencio muerde con más fuerza que el aplauso.
Era Leo. Siempre Leo.
Hayato tragó saliva. No respondió. Solo pensó: "No dejaré que este monstruo me gane."
Kira, de pie frente al fregadero, miró el reflejo del cuchillo. Y allí estaba otra vez. Un destello. Una sombra.
Leo.
Giró el cuchillo en su mano. Por primera vez desde que había tomado la identidad de Kosaku Kawajiri, se sintió realmente desnudo. Vulnerable.
Subió las escaleras. Entró en el baño. Miró directamente al espejo.
Y ahí estaba.
La figura de Leo, detrás de él, mirándolo con ojos inmóviles.
—¿Qué…? —Kira giró en seco.
Vacío.
Pero el susurro quedó flotando en el aire como una sentencia que no se puede borrar:
—Este ya no es tu cuento, Kira. Este escenario me pertenece.
Kira retrocedió un paso. Por primera vez en su vida, Yoshikage Kira no sintió control. Sintió terror. El tipo de terror que no proviene del peligro físico, sino del saber que alguien más está escribiendo tu historia.
Y tú... ya no eres el protagonista.