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Chapter 43 - Capítulo 41: La arrogancia del narrador

Morioh, 1999 – Día 5 (reiniciado)

Frente al espejo empañado, Yoshikage Kira retrocedió lentamente, su espalda chocando contra los fríos azulejos del baño. Su respiración era irregular, su rostro marcado por un pánico que jamás había sentido en toda su vida perfectamente construida. Los ojos fijos en su reflejo revelaban algo más que miedo: desesperación absoluta.

Había visto claramente aquella figura. La presencia imposible. El rostro sereno e inmóvil de Leo permanecía clavado en su memoria como un cuchillo congelado en el tiempo.

—No… —murmuró Kira con voz temblorosa, sus dedos crispados como garras aferradas al lavabo—. Esto no puede estar pasando. Yo… yo controlo mi vida. Nadie más. ¡Nadie más!

En su confusión, Kira golpeó el espejo con fuerza, fragmentando su propio reflejo en decenas de piezas afiladas que cayeron como lágrimas de cristal al suelo. Killer Queen apareció detrás de él, inquieto, tenso, preparado para explotar la realidad misma en defensa de su amo.

En la calle frente a la casa Kawajiri, Leo seguía firme. Un semblante de satisfacción arrogante iluminaba su rostro, su postura era segura, triunfal. Había llevado la historia al borde del precipicio, forzando al personaje principal a confrontar el fin de su guion preestablecido. Sentía el poder absoluto corriendo por sus venas como una adictiva melodía.

—Ah, Kira —murmuró Leo con voz suave y llena de soberanía—. ¿Acaso no lo entiendes? Las riendas que sostenías hace tiempo dejaron de pertenecerte. Ahora, bailas al ritmo de mis palabras.

Leo dio un paso hacia la puerta, sintiendo que el equilibrio narrativo estaba totalmente a su favor. Estaba convencido de que Kira había caído en la trampa, que estaba acabado, incapaz de escapar de la jaula literaria que él había construido con meticulosidad casi divina.

Lisa Lisa observaba desde una esquina cercana, agazapada entre las sombras del callejón. El nerviosismo palpitaba en su pecho, reconociendo en la postura de Leo algo que iba más allá de la simple confianza: era arrogancia, una peligrosa señal de que el narrador podía estar acercándose demasiado al filo de su propia pluma.

—Leo, ten cuidado —susurró al aire, consciente de que él no la escuchaba—. Tu enemigo sigue siendo peligroso.

Pero Leo ignoraba toda prudencia. Se aproximó a la puerta de la casa Kawajiri con la calma solemne de un dramaturgo que sube al escenario para cerrar la función. Tocó suavemente la madera con los nudillos.

—Sal, Kira —llamó con voz perfectamente modulada—. Ven y acepta el destino que te he preparado. Es inútil resistirse.

La puerta se abrió con lentitud. Al otro lado, Kira apareció con expresión febril, sus ojos inyectados en sangre, cabello desordenado, una postura agresiva y animal. Su máscara de compostura había caído completamente, revelando el rostro del verdadero monstruo detrás del hombre.

—¿Quién diablos eres tú para decirme lo que puedo o no puedo hacer? —rugió con una voz rasposa, desesperada—. ¡Esta es mi vida, maldito entrometido!

Leo sonrió sutilmente, su calma aún más provocadora en contraste con la desesperación de Kira.

—Soy quien sostiene la pluma que escribe tu tragedia, Yoshikage Kira. Ya no eres el protagonista que imaginaste ser. Ahora eres solo un títere cuyos hilos se mueven al compás de mi voluntad.

Kira se estremeció ante la humillación de esas palabras, el orgullo herido encendiendo su ira hasta límites que desconocía. Killer Queen apareció en toda su gloria, listo para atacar, para eliminar al intruso que se atrevía a desafiar su derecho a una vida tranquila.

—¡NO VAS A CONTROLARME! —gritó Kira fuera de sí—. ¡Morirás aquí mismo!

Sin embargo, antes de que Killer Queen pudiera actuar, Leo hizo un gesto elegante con la mano, congelando al asesino en medio de su intento de atacar.

—Quieto, Kira. ¿Crees acaso que el desenlace no está ya decidido? —preguntó con voz calmada y superior—. Este patético acto de desesperación no es más que el epílogo de tu vida escrita. Tu historia está sellada.

Por un instante, Kira pareció rendirse, sus hombros cayendo derrotados, la desesperación pesando sobre él como una lápida. Pero entonces, en ese breve segundo de triunfo absoluto de Leo, el asesino encontró una chispa final, una minúscula posibilidad que brilló intensamente en su mente rota por la presión.

Metió rápidamente la mano en el bolsillo de su pantalón, sacando un pequeño fragmento afilado de la Flecha, que había reservado como último recurso. Su mano temblaba, pero logró clavarla directamente en el dorso de su otra mano con un grito salvaje de dolor y furia.

Leo abrió los ojos, sorprendido por primera vez.

—¿Qué…?

Kira se enderezó lentamente, una sonrisa maníaca dibujada en sus labios partidos y sangrantes.

—Lo que sea… —jadeó Kira, con voz temblorosa pero feroz—. ¡Haré lo que sea para destruirte! ¡BITES THE DUST!

Una vez más, una violenta tormenta temporal estalló desde el corazón de Kira, haciendo que toda Morioh fuera arrastrada en un torbellino desenfrenado hacia atrás en el tiempo. El mundo volvió a ser empujado, retorcido y comprimido en el vórtice narrativo, devolviendo la realidad al preciso amanecer del mismo día, al inicio exacto que Kira se negaba a soltar.

Hayato se encontró nuevamente sentado en la cama, jadeando, la cabeza golpeando con fuerza en sus sienes. Miró hacia la ventana. Leo estaba allí, pero esta vez su rostro estaba serio, sombrío, sus ojos distantes y pensativos.

Leo observó el cielo matinal con una leve punzada de desagrado. Por primera vez, reflexionó sobre su propio error. Había sido imprudente. Su confianza absoluta había creado la brecha que permitió al asesino recuperar el control del flujo temporal, aunque solo fuera momentáneamente.

—Una pequeña mancha en la página, un error en la pluma del narrador —murmuró Leo con voz baja, hablando para sí mismo con un tono de autocrítica severa—. Mi arrogancia casi entrega la historia a las manos del personaje.

Lisa Lisa se incorporó otra vez en su futón, más confundida y alerta que nunca. Su cuerpo gritaba que el peligro aún acechaba, que Leo había estado cerca de perder más que su orgullo en esta jugada.

Kira, en cambio, abrió los ojos lentamente en su cama, respirando con dificultad, el rostro manchado por lágrimas de rabia y frustración. Había arrebatado un día más al narrador, pero sabía que no podría seguir así para siempre. Este ciclo era cada vez más peligroso y estrecho, y su cordura comenzaba a desmoronarse.

—Tengo que terminar esto rápido —susurró con voz ronca, mirando fijamente el techo—. La próxima vez… la próxima vez no fallaré.

Afuera, bajo el amanecer repetido, Leo permanecía inmóvil en la calle silenciosa, sus ojos fríos recuperando lentamente su calma anterior. La lección había sido aprendida, pero no olvidada. Esta vez, se prometió, sería la última repetición. El próximo movimiento sería definitivo.

—Así sea, Kira —dijo con firmeza—. A partir de ahora, mi mano será implacable.

Así, con el día reiniciado una vez más, el juego mortal entre el narrador y su personaje se intensificaba, acercándose inexorablemente a su inevitable conclusión.

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