Cherreads

Chapter 9 - Chapter 6: The Syntax of Corn and the Human Algorithm 1/2

El maizal, símbolo típico de la abundancia rural, le planteó a Elias un nuevo e inesperado desafío. A primera vista, era un tapiz de un verde uniforme, pero al analizarlo con su mente cuántica, vio anomalías. Manchas de crecimiento atrofiado, hojas con decoloraciones reveladoras, tallos que carecían del vigor vigoroso de sus vecinos. No se trataba simplemente de un problema por resolver; era una sinfonía desafinada, una desviación del algoritmo óptimo de crecimiento y nutrición. Una sutil inquietud, casi una preocupación, se apoderó de Elias. Era una sensación novedosa: no la frustración intelectual de una ecuación sin resolver, sino una resonancia más profunda con la lucha del mundo natural. «Se ha detectado una eficiencia subóptima. El sistema está estresado», observó su monólogo interno, aunque teñido de una extraña nota de preocupación. Sintió la dificultad, la lucha inherente al crecimiento y la mejora, un eco del esfuerzo incesante que su propio cuerpo frágil exigía.

Sus días, aunque aparentemente monótonos, eran todo lo contrario. El aburrimiento, un concepto que sus padres podían experimentar al terminar las tareas domésticas, era para Elias un lienzo, un vacío que su mente llenaba al instante con nuevos cálculos y observaciones. Lo reconocía como una experiencia humana fundamental, una señal de un cerebro subestimulado. «Un estado basal, a menudo malinterpretado como falta de actividad, pero en realidad un estímulo para nuevas entradas», analizaba. Esta percepción, tan ajena a la mente promedio, le permitía ver la tranquila rutina de la granja como un flujo constante de datos, que lo desafiaba a encontrar nuevos patrones donde otros solo veían repetición. Empezó a equiparar este «aburrimiento» humano con un impulso básico, un detonante químico para la búsqueda de nuevos estímulos: el mismo deseo y las oleadas de dopamina que recientemente había empezado a comprender en su interior.

Para Elias, el tiempo no era una progresión lineal de días, sino una dimensión de datos acumulados. Sentía su peso, el lento e implacable proceso de cambio a nivel molecular. Observó los cambios sutiles, casi imperceptibles, en el maizal a lo largo de horas, luego días, comprendiendo los procesos biológicos en juego. Esto lo condujo, casi instintivamente, a los conceptos nacientes de la botánica cuántica. Empezó a percibir cómo las plantas, en su nivel más fundamental, respondían a señales ambientales que trascendían la simple luz solar y el agua. Las sutiles cargas electrostáticas en el aire, las imperceptibles frecuencias vibratorias del suelo, incluso las mínimas variaciones en el campo magnético terrestre: la mente de Elias procesaba todo esto como información vital, percibiendo cómo influía en la división celular y la absorción de nutrientes. Se adaptaba lenta y metódicamente a estos nuevos patrones, ajustando sus modelos internos de cómo prosperaba la vida.

Un pequeño cachorro de zorro, con sus movimientos como un borrón de pelaje rojizo, se abría paso entre la maleza al borde del maizal. Se detuvo, con la cabeza ladeada, observando a Elias desde una distancia prudencial; una sombra salvaje y curiosa reflejaba la propia intensidad silenciosa del niño. La visión periférica de Elias registró su presencia, un ejemplo viviente de gasto energético eficiente, pero su atención permaneció fija en el maíz. Observó los rápidos reflejos del zorro, su adaptación al entorno: otro conjunto de datos sobre la supervivencia.

Las reflexiones de Elias se profundizaron, extendiéndose más allá de la granja hasta el propio pueblo. Los aldeanos, con sus rutinas predecibles, sus conversaciones mundanas y sus problemas cíclicos, se convirtieron en sus sujetos involuntarios, sus experimentos de aprendizaje silencioso. «Cada individuo es un complejo algoritmo de deseos, miedos y reacciones químicas», planteó su hipótesis. Observó su búsqueda del placer, su evitación de la incomodidad, sus rituales sociales repetitivos, vinculando estos comportamientos con los sistemas internos de recompensa de la dopamina y la evitación del «aburrimiento». No juzgó; simplemente analizó. ¿Cómo impulsaban sus acciones sus deseos de nuevos bienes, de chismes, de aprobación social? Veía el exceso, el anhelo constante de experiencias novedosas, como una lucha humana fundamental contra la misma monotonía que su mente única encontraba infinitamente fascinante. La experiencia humana colectiva, con sus deseos y su lucha perpetua contra el vacío percibido, era un rompecabezas mucho más intrincado que cualquier radio estropeada o una planta enferma. Y en la resolución de estos algoritmos humanos, Elias sabía, residía la clave para comprender verdaderamente el "sistema" más amplio que habitaba. Su silenciosa búsqueda de la verdad era solitaria, pero fue precisamente esta soledad la que permitió que su mente única floreciera, libre de las sensaciones humanas que estudiaba meticulosamente.

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