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Chapter 8 - Chapter 5: The Subterranean Labyrinth: Unraveling the Root's Geometry (Part 2)

Mientras Elias se adentraba en el intrincado mundo subterráneo, su tranquilo trabajo en la ladera fue interrumpido por un crujido en la maleza. El ratón de campo, ahora más audaz, salió corriendo, moviendo su diminuta nariz. Se detuvo, con sus brillantes ojos fijos en Elias, y luego, como si no percibiera ninguna amenaza por la concentración del niño, comenzó a limpiarse meticulosamente los bigotes; su pequeña presencia era un testimonio de la próspera e invisible vida del suelo del bosque. Elias registró la proximidad de la criatura no como una distracción, sino como otro dato en el rico tapiz del ecosistema. «Interacción simbiótica, índice de amenaza mínimo», categorizó su mente, una fugaz confirmación antes de volver a concentrarse en las raíces.

Su curiosidad por lo que realmente yacía bajo las plantas se volvió insaciable. No se conformaba con simplemente trazar patrones; quería ver lo invisible, comprender los minuciosos procesos invisibles a simple vista. Este anhelo lo impulsó más allá del sentido común, más allá de las limitaciones de la típica indagación infantil. «Datos visuales insuficientes. Se requiere aumento», dedujo su lógica interna. Empezó a recorrer la granja en busca de objetos desechados, su ingenio viendo potencial en lo que otros consideraban basura. Una botella de vidrio desechada, un trozo roto de la lente de una vieja linterna, incluso gotas de rocío matutino adheridas a las telarañas: todo se convirtió en posibles componentes. Metódicamente, y con un conocimiento intuitivo de la óptica, experimentó. Colocó cuidadosamente los fragmentos de vidrio sobre gotas de agua, aprovechando los principios de la refracción. Tras varios intentos, bajo la luz fresca y sombreada de un gran roble, fabricó un microscopio casero rudimentario, pero notablemente efectivo. No era más que una lente cuidadosamente colocada sobre una superficie cóncava llena de agua, pero a través de ella, floreció un nuevo universo.

Elías se arrodilló, conteniendo la respiración, mientras observaba una diminuta mota de tierra, luego un jirón de raíz. El mundo ampliado reveló un ecosistema microscópico y palpitante: bacterias, hongos y organismos invisibles trabajando en conjunto, una ciudad de vida en miniatura. «Interacciones biológicas no observadas anteriormente. Expansión significativa de datos», murmuró su voz interior, con una oleada de puro deleite intelectual que lo reconfortó. Este simple acto, esta ventana autoconstruida hacia lo infinitesimalmente pequeño, le proporcionó una profunda sensación de relajado disfrute. Sus aparentemente monótonos días rurales eran, en realidad, un flujo continuo de tales descubrimientos, cada uno un delicioso desafío al orden ordinario de la naturaleza. Su cuerpo aún frágil, anhelando igualar el alcance ilimitado de su mente, sintió una renovada oleada de motivación gracias a estos avances sensoriales e intelectuales.

Continuó su meticulosa exploración de las plantas, pasando de las raíces a las hojas, de las estructuras del tallo a los intrincados patrones de venas que parecían diminutos y eficientes conductos. Analizó los sutiles cambios de color, la formación del rocío, la forma en que las hojas se orientaban hacia el sol; cada detalle revelaba un proceso de optimización, un lenguaje silencioso de eficiencia biológica. El ratón de campo, ya más acostumbrado a su silenciosa presencia, aparecía de vez en cuando como un fugaz signo de puntuación viviente en las intensas sesiones de estudio de Elias.

Al acercarse el anochecer, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas intensos, Elías, percibiendo el ritmo familiar de los preparativos nocturnos de sus padres, regresó en silencio a la granja. Se movía con sutileza, asegurándose de que su ropa estuviera limpia de suciedad delatora, y su expresión era la de un niño tranquilo y despreocupado. Regresó a la casa, sin que sus padres se dieran cuenta de las profundas investigaciones científicas que realizaba su hijo. Más tarde, metido en la cama, Elías contempló por la ventana el tapiz de estrellas. Sus ojos, que ya no solo observaban, parecían extenderse, trazando las tenues líneas de las constelaciones, calculando distancias estelares y cartografiando las corrientes cósmicas invisibles. «Un universo de patrones, esperando», pensó, con un anhelo familiar y silencioso floreciendo en su pecho. Pronto, esperaba, sus exploraciones se extenderían más allá de los confines del valle, más allá de la Tierra misma. Un día, visitaría esas luces distantes y brillantes, para comprender su geometría de primera mano.

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