Elias, impulsado por su incansable pasión por expandir los inmensos territorios de su conocimiento, inevitablemente se encontró tropezando con una extensa red subterránea tejida bajo el accidentado terreno de una ladera rural. No fue un tropiezo literal, pues Elias se movía con una conciencia sobrenatural de su entorno, sino más bien un choque intelectual con un fenómeno que aún no había asimilado del todo. Mientras observaba la aparentemente caótica extensión de zarzas silvestres que se aferraban a la ladera, su mente, dotada de tecnología cuántica, registró un orden subyacente, una distribución no aleatoria que insinuaba una arquitectura oculta bajo la superficie del suelo.
Utilizando las herramientas más rudimentarias disponibles —un palo afilado y sus agudos sentidos—, Elias comenzó su investigación. Desenterró con cuidado secciones de la ladera, trazando meticulosamente el recorrido de las raíces, mientras sus jóvenes dedos separaban con delicadeza zarcillos de distintos grosores. Era como diseccionar un mapa oculto, un plano biológico grabado en la oscuridad. Mentalmente, Elias comenzó a observar y analizar los patrones: los ángulos en los que se ramificaban las raíces primarias, la densidad de las redes fibrosas, la forma en que las raicillas más delgadas se extendían con una eficiencia casi precalculada hacia zonas de humedad o tierra más rica. Había repeticiones, simetrías y diseños fractales que revelaban una lógica intrínseca. «El algoritmo de supervivencia de la planta expresado en forma física», declaraba su monólogo interior, mientras su mente intentaba codificar la compleja geometría que presenciaba.
Se concentró intensamente en extraer la máxima información de esta red subterránea. La magnitud de la interconexión era asombrosa. Las plantas individuales no eran entidades solitarias, sino parte de un vasto y silencioso sistema de comunicación, que compartía recursos y quizás incluso información a través de sus raíces entrelazadas. «Una red descentralizada para la asignación de recursos y la posible señalización», teorizó Elias, con curiosidad por las implicaciones de dicho sistema. Observó variaciones en la densidad de las raíces en diferentes composiciones del suelo, la forma en que estas parecían sortear obstáculos y el soporte casi arquitectónico que proporcionaban las raíces de anclaje, más grandes. Aunque aún no podía descifrar la totalidad de este lenguaje silencioso y subterráneo, cada observación representaba un nuevo punto de referencia, un paso más hacia la comprensión de los principios fundamentales que rigen este mundo oculto.
Bajo la luz moteada del sol que se filtraba a través del dosel del bosque, un pequeño ratón de campo, con el pelaje del color de las hojas secas, seguía cautelosamente a Elias. Llevaba un rato observando los extraños y concentrados movimientos del niño, con sus brillantes ojos destellando con una mezcla de curiosidad y aprensión. Se detenía tras los matorrales, con los bigotes crispados mientras analizaba el olor desconocido y la serena intensidad del joven humano, sin atreverse nunca a acercarse demasiado.
Elias, absorto en su intrincado mundo de geometría radicular y redes subterráneas, permaneció ajeno a su silencioso seguidor. Su concentración era absoluta, su mente atiborrada de hipótesis y cálculos. Aun sin comprenderlo por completo, comenzó a mejorar sutilmente el entorno de sus pequeñas excavaciones. Observó zonas donde la congestión radicular parecía obstaculizar el crecimiento superficial y aflojó cuidadosamente la tierra, creando vías para una mejor aireación y penetración del agua. Observó cómo ciertas estructuras radiculares ayudaban a prevenir la erosión y comenzó a replicar esos patrones en intervenciones a pequeña escala. Con cada pequeño ajuste, la ladera parecía responder, y la vegetación circundante lucía ligeramente más sana y vibrante. Elias, en su silenciosa búsqueda del conocimiento, se estaba convirtiendo sin darse cuenta en un administrador de la tierra, y su genio se manifestaba en mejoras silenciosas e invisibles en el mundo natural que lo rodeaba.