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Chapter 27 - EL COMIENZO DE TODO: Primer camino - Parte 3

Don se bajó del carrete y se unió a ella, parándose a su lado, quedando sorprendido por el cambio de mirada que dio, pareciendo una asesina. Y frente a ellos, los cuatro ladrones alineados esperaban el momento del enfrentamiento. Las miradas se chocaron, pero en ese instante las palabras no sobraban; era como sentir el frío momento de solo matar a tu enemigo sin importar sus deseos o convicciones.

Entonces, Don se paró frente a Miriel, cortando su duelo directo entre ella y el jefe de aquellos ladrones, tomando él la atención y el peso de acabar con el jefe.

Una decisión que Miriel solo se quedó mirando atentamente, curiosa nuevamente en ver qué podía hacer alguien como Don, sabiendo ya su secreto más preciado: el único posible superviviente de su raza.

Entonces, ella guardó sus cuchillas y se quedó atenta a este enfrentamiento silencioso, que posiblemente acabará en instantes, conociendo la superioridad de aquellos que dominaron el mundo.

Entonces, Tapia detectó algo extraño provenir del éter de Don y, rápidamente, alzó su espada larga de fachada ancha y pronunció con ironía que Don no sería su oponente, sino que sería Vargus. El asesino, de fachada tranquila, de ojos azules bordeados de tinta, dando un aspecto decaído y lento, pero expulsando un éter sumamente siniestro, fumándose un cigarrillo sin apartar ni por un segundo la mirada, dio un paso adelante y empezó a caminar totalmente confiado.

Y Don, sin ninguna arma en la mano, también se abalanzó sobre él, pero en el instante en que simplemente parpadeó, desapareció de su rango de vista. Don miró dos veces hacia los costados y, aunque parezca increíble, a la milésima de una fracción de segundo notó la pierna estirada de unos zapatos lista para romperle el cuello de una sola patada a una velocidad sin precedentes, pero con bastante agilidad logró esquivarla.

Aunque pasó a centímetros de su garganta.

Inmediatamente, no paró ahí. Vargus, con una proeza digna de un asesino, intentó derribarlo en el suelo y luego clavarle la daga en el cuello, pero igual no logró ganarle en reflejos. Entonces, con una rapidez, logró un movimiento que puso en jaque un punto ciego que Don no logró notar: sus dos costados a la vez. Entonces, el asesino arrojó la mano derecha con un movimiento imposible de frenar, pero Don contraatacó su golpe, logrando arrojar su daga de su mano derecha fuera de su alcance, “normalmente”. Pero en el instante en que simplemente rozó su piel, Vargus giró, desapareciendo y esquivando el segundo contraataque de Don… Luego, desapareciendo y reapareciendo a su izquierda para plantarle la cuchilla izquierda en el cráneo, pero con el impresionante reflejo de Don, aunque ni de broma se lo esperaba, solo logró trazarle un largo corte que iniciaba desde la parte derecha baja de su mentón hasta su ojo, casi dejándolo ciego.

Con este logro, se alejó al instante, mirando cómo Don se desangraba. Don pasó su mano por la cara, mirando la sangre, empapando su ropa y su mano. Rápidamente, empezó a notar que podría morir si seguía subestimando a este loco, pero, poniéndose serio, notó que, desde antes de iniciar la batalla, se sentía cada vez más débil, como si dejara de sentir un calor único recorriendo su cuerpo.

Y Vargus lo notó en su mirada y, manteniendo su cigarro y peleando al mismo tiempo, se puso las manos en los bolsillos, levantando el mentón con la mirada baja, indicando quién era el superior en esta pelea… Y segundos después, le sonríe en la cara descaradamente, algo que enfureció a Don, dejándole en claro que no tenía ni la pizca de respeto por su rival.

Así que Don se abalanzó sobre él, aún con la vista hecha mierda por la sangre que le caía por la cara… Y Vargus sacó su carta bajo la manga: sin moverse, sin decir nada, solo se volvió… invisible… invisible para todos en un instante, como si borraran su cuerpo con una goma perfecta.

Don ya tenía muchos de sus sentidos estropeados estratégicamente: era más lento, más impulsivo, sin un rango de vista claro. Era como si todo su entrenamiento duro lo estuviera olvidando poco a poco.

Pero lo cierto es que parecía como si Vargus estuviera jugando con él, o que el jefe ya sabía sobre su posible debilidad, como si su fuerza se estuviera apagando. Entonces, Vargus, que ya había desaparecido y vuelto a aparecer a su izquierda, cargó con frialdad el último golpe, pero el sonido del viento advirtió a Don de un posible ataque a su izquierda, otro ataque imposible de parar aunque Don lo percibiera. Así que, rápido, Don alzó las manos para levantar un muro de piedra y pensar cómo carbonizarlo después a distancia… Pero, al contrario de lo que creyó…

Como Miriel lo había predicho, aunque solo había pasado un día, tal parecía que Don ya se había hundido en su inevitable desgracia de quedarse sin las pocas habilidades que tenía, por culpa del sello en su espalda que le seguía chupando todo el éter que tenía hasta dejarlo sin vida. Viendo cómo llegaba con lentitud su muerte, se dio cuenta de que metió la pata y pensó: «No quiero morir ahora».

Pero al instante, Vargus pensó en retroceder por panico cuando, mágicamente, vio el trayecto de un hilo cortando y volando por los aires la mitad del brazo con el que planeaba matar a Don y, de paso, sintió brotar un chorro de sangre venir de su propia garganta. Se alejó de Don tan rápido como se acercó, asustado, aunque todo eso fuera el flash de la respuesta de su instinto de supervivencia como clase asesina.

Don miró hacia atrás, mirando a Miriel en el fondo, sin hacer nada, pensando que ella hizo algo, aunque no movió ni un dedo para salvarlo, aunque sí hubo ciertas intenciones por parte de ella.

Empezó a caminar lentamente hasta pararse delante de un supaibi que ya parecía un farsante a sus ojos. Pero del lado del que fue completamente vencido, estando en posición para seguir luchando, la sorpresa lo terminó turbando. En shock, vio y sintió cómo decepcionó el orgullo de su querido maestro, y de su esfuerzo, de su empeño en convertirlo en un estudiante preparado y digno de representar el respeto que todos tienen por su nombre (aunque no se le conoce más allá de las tierras de Dunkaster). Para hacer, aunque sea algo, se dio cuenta de que tal vez estaba muriendo al entender que su punto de éter se estaba apagando y que ya ni siquiera emanaba una pizca de respeto con su éter tan mediocre. Se volvió alguien común y corriente, pero moribundo.

Entonces el jefe empezó:

—No deberías meterte en peleas ajenas, no es tu duelo, asesina asquerosa.

En ese momento, Miriel, otra vez desagradada por su presencia, lo miró en el suelo y le comentó algo que entendería mucho más tarde:

—No entiendo qué es lo que vio en ti si eres un inútil. ¿Un supaibi? No me hagas reír, entiendo mejor por qué un puñado de gente os recuerda —mencionó entre labios con desprecio hacia Don.

Alzó la cabeza y miró directo al jefe, sin miedos, sin titubeos, sacó otra vez sus cuchillas a la vez y empezó con su postura de combate, una postura que, desde luego, marcaría un miedo en aquellos ladrones, aunque no estuvieran seguros de que su postura coincidiera con sus espinas mentales. Primero, con movimientos suaves, alzó los brazos con las dagas en la mano, apuntando hacia abajo de manera recta.

Y el jefe… al instante se dio cuenta de su error al fijarse bien a quién se estaban enfrentando realmente y que no eran simples campesinos vendiendo hierbas medicinales, como indicó la rastreadora que venía con ellos. Cometieron un error bastante grave que este grupo no solía pasar por alto… o varios. El primer error fue no fijarse bien a quién atacaban antes de robarles o asesinarles. Y el segundo, nunca atacar a una persona que porta un criftocristal, algo sumamente caro de crear y conseguir, por la ventaja táctica y logística que ofrece ese terralito.

Miriel, al tomar la postura agachada, inclinando sus cuchillas a sus costados, finalizando su postura de asesina, reveló un rumor siniestro en la mente del jefe de los ladrones, aquel hombre imponente, de barba prominente, con los pechos al aire como todo un bárbaro, llamado Tapia, creándole una preocupación importante. Preguntando a su aliado a su derecha, el de clase asesino, con mirada preocupada:

—Vargus, ¿la cagamos esta vez? ¿Ella no será la asesina de los cuernos blancos? Su postura es la misma.

—No lo creo, mírala, parece una guía. Tal vez se robó ese terralito, quién sabe, pero esta perra es una farsante. La mejor asesina de las serpientes lloronas, la misma luz blanca que mató a cien hombres y destrozó una organización en una noche como el aire que sopla una hoja, es imposible que sea esta plebeya, aunque sea una elfa hermosa. Cuando acabe, me lo voy a gozar —mencionó Vargus, mirando a Miriel con una sonrisa lasciva.

—Niña mocosa, ¿cómo pudiste fallar en esto? —gritó Tapia, enojado, después de que le tirase una bofetada a la que era la rastreadora del equipo, sin mencionar el gusto que tomó el hechicero al verla recibir su merecido.

Pero, aún así, Tapia vio la pequeña ventaja que tenían frente a ella. Ellos eran dos, bueno… una en realidad, contra cuatro con un buen rango cada uno. Las informaciones corren, y muchos saben que la asesina de los cuernos blancos es de rango 5, pero nadie conoce su verdadera identidad o las diferencias entre el tipo de maná que los diferencia. Ellos se confiaron y decidieron creer que solo eran rumores, ya que nunca se habían encontrado con ninguna de sus víctimas, de ahí su extraño apodo, The Cleaner .

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