Cherreads

Chapter 32 - Capítulo 30: El mundo y el vacío

El Cairo, madrugada.

El sol aún no asomaba, pero la oscuridad había comenzado a retirarse. El aire estaba espeso por el calor residual del día anterior, mezclado con el sabor metálico del polvo, la sangre, y algo más... algo que ya no era de este mundo.

DIO había desaparecido.

No muerto. No vencido. No sellado.

Absorbido.

Frente al grupo, Leo se mantenía inmóvil de rodillas, el rostro vuelto hacia la tierra resquebrajada, mientras un remolino dorado y negro giraba lentamente en torno a su cuerpo. Como si la realidad aún estuviera tratando de entender qué acababa de ocurrir.

Su respiración era profunda, pero irregular. No por agotamiento físico. Era su alma la que se agitaba. Dentro de su mente, una guerra sin tregua se desataba.

[Entidad absorbida: DIO Brando.]

[Digestión en curso: 84%. Compatibilidad estabilizándose.]

[Nueva habilidad registrada: The World Over Heaven – Nivel 1.]

[Capacidad: detener el tiempo hasta 8 segundos sin limitación de uso.]

[Habilidad derivada: reescritura de realidad mediante contacto. Eficacia sujeta a Influencia Narrativa.]

*[Stand principal actualizado: The Archive Over Void – Act 1 desbloqueado. Act 2: condiciones pendientes.]

Leo sintió a DIO. No su conciencia... sino su voluntad residual: densa, silenciosa, ambiciosa. No quería controlarlo. Pero sí persistir.

Y Leo, en vez de resistirse, la almacenó.

Como todo lo demás.

El grupo observa… y duda

Joseph fue el primero en romper el silencio, con voz baja pero cargada de tensión:

—¿Eso fue lo que hiciste…? —dio un paso al frente, sin apartar la mirada—. ¿Lo absorbiste… como si fuera combustible?

Leo no levantó la vista. Solo respondió con una voz que parecía surgir de dos gargantas a la vez:

—Él dejó de tener un lugar en este mundo. Yo me aseguré de que no tuviera otro donde escapar.

—Eso no me tranquiliza —gruñó Joseph—. Ese poder… esa cosa que tienes detrás… eso no es humano.

The Archive Over Void flotaba detrás de Leo, ya con forma estable. Humanoide. Alto, esbelto, con brazos cubiertos en bandas de código flotante y un rostro sellado por una máscara de vacío. No caminaba, flotaba. No respiraba, se expandía. Su presencia era antinatural, una mezcla entre grimorio viviente y espectro digital.

Jotaro entrecerró los ojos. No dijo nada. Pero su mano derecha ya estaba cerca de su gorra, en posición lista. Si algo ocurría, reaccionaría en una fracción de segundo.

Kakyoin, pálido, herido aún pero lúcido, lo dijo en voz baja:

—No es DIO el que me preocupa. Es lo que dejó atrás.

Leo se incorporó, por fin, con movimientos lentos pero controlados. Se sostuvo el brazo derecho, donde sentía que el pulso del tiempo estaba más fuerte que nunca. La energía giraba bajo su piel como tinta líquida, circulando a través de venas que no eran del todo humanas.

—No tienen que entenderlo —dijo sin arrogancia—. Solo aceptar que esto era necesario.

Joseph lo señaló con el índice.

—He visto muchas cosas en mi vida. Vampiros, dioses antiguos, hombres que se regeneran... pero nunca vi a alguien mirar al poder absoluto a los ojos y decidir tragárselo. ¿Por qué tú, Leo? ¿Por qué tú sí puedes soportarlo?

Leo giró hacia él. Su expresión era serena, pero en sus ojos ya no brillaba la compasión.

—Tal vez porque lo deseaba más que nadie.

Jotaro alzó una ceja.

—Eso no es algo que diga un aliado.

Leo sonrió, sin risa.

—¿Y qué esperaban? ¿Un mártir?

El sistema ya estaba activo. Leo lo sentía zumbando detrás de su oído izquierdo, como si una inteligencia paralela estuviera abriendo puertas que los demás no podían ver.

[Coordenadas definidas.]

[Destino inminente.]

[Transferencia de individuo: permitida.]

Un espacio a su alrededor comenzó a plegarse. Una grieta vertical apareció, suspendida en el aire, como si la noche estuviera siendo rajada por una navaja invisible. Desde dentro surgía un vórtice blanco y negro, girando como el ojo de una tormenta sin sonido.

—Tengo que irme —dijo Leo.

Joseph dio un paso.

—¿A dónde? ¿Vas a desaparecer sin más?

Leo no respondió.

Porque no era una conversación que valiera la pena tener.

—Esto es solo una estación —murmuró—. Y mi tren ya llegó.

Lisa Lisa lo observaba.

Llevaba varios minutos en silencio.

Sus ojos, que siempre habían sido hielo afilado, ahora estaban… opacos. Conflictuados. Había visto lo que Leo hizo. Lo que arriesgó. Lo que ocultaba.

Ella sabía.

No por palabras. Sino por lo que no dijo.

Leo la miró por fin.

Y sin bajar la voz, le preguntó:

—¿Vienes conmigo?

Lisa Lisa abrió la boca… pero no dijo nada. Bajó la mirada.

No tenía una respuesta que la hiciera sentirse completa. Leo no era su alumno. Tampoco un aliado. Y sin embargo… había confiado en él. Más de lo que quería admitir.

—No pertenezco a este mundo —dijo, al fin—. Pero lo que tú eres… eso tampoco pertenece a ningún mundo.

Leo extendió su mano hacia ella.

—Si no me tomas de la mano, no podrás cruzar. No eres parte del sistema. No estás registrada. Eres una anomalía.

Lisa Lisa lo miró.

En sus ojos había ira, miedo, decepción.

Y debajo de todo eso… dolor.

Dolor por lo que este joven representaba.

Por lo que había sido.

Por lo que aún podría ser.

Su mano tembló al alzarse.

Pero la tomó.

Y en ese instante, el portal reaccionó. El vórtice aumentó su intensidad, como si reconociera la conexión. La grieta se amplió. El aire cambió. El tiempo se dobló.

Leo no dijo nada.

Solo la sostuvo. Firme. Sin apretar.

Como quien sujeta una decisión… más que una persona.

Lisa Lisa cerró los ojos.

—No sé en qué te estás convirtiendo, Leo… pero te seguiré. Hasta que no quede más camino.

Leo asintió. Apenas.

—Eso es todo lo que necesito.

Y entonces, juntos, cruzaron el umbral.

El vórtice se cerró con un susurro. No con un estruendo. Como si nunca hubiese estado allí.

Y el mundo, una vez más, los perdió.

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