Morioh, 1999 – Día 2
El sol matinal acariciaba las calles de Morioh con una quietud engañosa. Todo parecía avanzar con la cadencia de la rutina: los estudiantes saludaban, las amas de casa regaban sus jardines, y los gatos se estiraban bajo los autos. Pero a unas pocas casas del corazón de ese mundo aparentemente idílico, Leo observaba. Silencioso. Invisible. Calculador.
Desde una banca en el parque frente a la casa de los Kawajiri, Leo bebía té helado de lata sin mirar la etiqueta. Sus ojos estaban fijos en la ventana del segundo piso.
Hayato Kawajiri, 11 años, salía para la escuela como todos los días. Uniforme perfectamente planchado. Mochila ajustada. Expresión petrificada.
Leo no necesitaba confirmación. Ya había vivido esta historia.
"Hayato será la primera grieta. El eco dentro del cascarón de Kira."
En una vieja sala de karaoke abandonada, Leo entrenaba a solas. El espacio estaba sellado con capas de The Archive Over Void, que reducían la percepción espacial desde el exterior como si el edificio mismo hubiera sido borrado.
Ahí dentro, Leo practicaba la reescritura de objetos.
Un cigarro que se regeneraba tras quemarse. Un reloj de arena cuyos granos retrocedían. Una botella de vidrio cuyo contenido se tornaba tinta con cada contacto.
[Reescritura de objeto: exitosa al 63%][Condición: contacto directo + concentración narrativa]
El poder de The World Over Heaven no era constante. No era fuerza. Era autoridad narrativa. Y Leo sabía que necesitaba dominarla si deseaba absorber a Kira con precisión quirúrgica.
Lisa Lisa, el cuerpo que quedó fuera del tiempo
El refugio de ambos era una casa deshabitada al borde de la ciudad, oculta entre un muro cubierto de glicinas. Allí, Lisa Lisa pasaba sus horas ajustando su respiración, entrenando su Hamon, y ahora también, entrenando su Stand, Silver Threads, buscando afinar el control sobre los hilos de energía que su voluntad manifestaba. Al principio, solo podía moverlos en espasmos reflejos, pero poco a poco aprendía a usarlos para percibir espacios, leer tensiones en el aire, e incluso sentir emociones ajenas. Y a veces, observaba a Leo mientras dormía sentado con los ojos entreabiertos.
Pero por las noches, cuando el peso de lo imposible se acumulaba, y los nombres, las líneas temporales y los enemigos invisibles convertían la mente en una caja sin oxígeno, Lisa Lisa lo buscaba. Y Leo, sin una palabra, la recibía.
No había romance. No había ternura. Solo cuerpos encontrándose en la penumbra, como dos llamas que titilan sin promesa de amanecer. Leo era exacto, sus movimientos como trazos de un ritual calculado. Lisa Lisa, más humana que nunca, respiraba contra él buscando algo que detuviera el vértigo. A veces, los hilos de Silver Threads se desplegaban en silencio, como raíces de luz que buscaban aferrarse a algo real: el suelo, el tatami, la espalda de Leo. Era el único momento donde el presente no exigía pasado, ni futuro. Solo existencia.
Leo lo hacía para vaciar su mente. Lisa Lisa, para recordar que seguía viva. En esas madrugadas, el eco rígido del futón golpeando el tatami, los jadeos contenidos y los dedos marcados de Hamon rozándole la espalda, eran la única prueba de que el universo aún los necesitaba presentes.
Nunca hablaban al final.
Y nunca se miraban cuando salían al amanecer.
Al día siguiente, con la serenidad de quien ejecuta una partitura conocida, Leo comenzó a seguir al niño desde la distancia. Medía su comportamiento, sus gestos. Cada cruce de mirada. Cada titubeo.
Y de vez en cuando, manipulaba el entorno: alteraba el color de un semáforo, ajustaba el reloj del aula desde el exterior, empujaba una hoja para que cayera frente al niño justo al doblar una esquina.
Pequeños detalles. Sutiles rupturas de la normalidad.
Hasta que Hayato, al regresar a casa, se detuvo en seco.
Leo estaba al otro lado de la calle.
El niño no lo reconocía. Pero su cuerpo lo recordaba. El miedo. El instinto. El náufrago reconociendo la forma del kraken antes de ver sus ojos.
Leo alzó la mano. Y sonrió.
Jotaro se había vuelto más silencioso. Había algo en el aire, lo sentía. Josuke estaba frustrado. Rohan no confiaba en nadie, ni siquiera en la versión oficial de los hechos. Koichi, el más sensible, había comenzado a escribir nombres que no conocía en los bordes de su cuaderno.
Un nombre que apareció tres veces:
"Leo"
Y una frase junto a él:
"No es parte de esta historia. Pero la conoce mejor que nosotros."
Lo que Leo aun no sabia era el daño e impacto que su influenza empezaba a hacerle a los personajes de este mundo.
En su casa, Kira sintió una nueva grieta en la fachada de su mundo.
No era su esposa. No era Hayato.
Era algo que sabía que estaba allí.
Algo que ya lo había leído.
Y por primera vez, se preguntó si el monstruo aún no había nacido.
O si simplemente... él ya no era el peor.