Morioh, 1999 – Día 4
El amanecer filtraba su luz sobre Morioh con una textura distinta. Como si el aire estuviera más denso. Como si la historia misma hubiera retenido el aliento.
Y Leo lo sentía.
Sentado en una banca oxidada junto al canal, con los zapatos descalzos rozando el agua, observaba su reflejo disolverse cada vez que una brisa cruzaba la superficie.
—Las mentiras siempre respiran por alguna grieta —susurró, mientras una pequeña página flotante se encendía a su lado, proyectando líneas de texto en blanco puro.
[Análisis narrativo: Hayato Kawajiri – punto de ruptura inminente]
[Identidad de Kira: suplantación en estabilidad crítica]
[Recomendación: insertar disonancia emocional en Hayato para catalizar revelación]
Leo cerró los ojos. Había llegado el momento de torcer la línea sin romperla.
Casa de los Kawajiri
Hayato desayunaba en silencio.
Kosaku Kawajiri —o mejor dicho, Kira— hojeaba el periódico fingiendo normalidad. Sus movimientos eran precisos, casi demasiado humanos.
—No olvides tu bentō —dijo con voz que rozaba la calidez artificial.
—G-gracias, papá.... —respondió Hayato con una voz hueca.
Mientras caminaba hacia la puerta, Hayato se detuvo un segundo. Su mirada se fijó en el pomo. Algo en su interior vibró. Una sensación incómoda. Como si la rutina que vivía no le perteneciera.
Y allí, entre las sombras del marco de la puerta, Leo lo esperaba.
El niño no lo veía.
Pero su cuerpo sí.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Como una alarma ancestral. Como si algo lo estuviera mirando desde antes de que él existiera.
A pocas cuadras de distancia
En un gimnasio abandonado, sellado por capas entretejidas de energía oscura, Lisa Lisa se sostenía de pie en medio del tatami polvoriento. Su cuerpo temblaba por la tensión. Silver Threads flotaba a su alrededor, como si se hubiera vuelto parte de su sistema nervioso.
Con cada inhalación profunda, los hilos respondían. Uno subía al techo, otro se estiraba hasta un cristal quebrado, otro trazaba una línea de defensa a su espalda.
—Otra vez —susurró para sí.
Y con un latigazo de su brazo derecho, todos los hilos se contrajeron, atravesando maniquíes cubiertos con sacos de arena. Los impactos fueron quirúrgicos: en ojos, cuello, arterias.
Precisión.
Silencio.
Control.
Pero su rostro no tenía paz.
En su pecho, una maraña emocional todavía palpitaba. El desarraigo, la muerte evitada, el futuro robado. Y por las noches, Leo.
Ella había dejado de preguntarse por qué lo buscaba. Ahora solo deseaba entender por qué se quedaba.
Leo observaba a Hayato desde la cima de un poste de luz. A sus pies, una página flotaba sobre el asfalto, proyectando líneas de posibles eventos futuros como si fueran partituras invisibles.
—El niño es consciente —musitó—. Pero la mente aún no ha decidido cómo procesar el monstruo que duerme en la cama de su madre.
Activó una secuencia.
[Reescritura ambiental: semáforo mal sincronizado – activado]
[Intervención narrativa: cámara de seguridad muestra a Kira observando a escolares – éxito al 89%]
Los detalles eran semillas. No un ataque directo. Un susurro. Una alteración. La duda no podía implantarse con fuerza. Debía florecer como paranoia.
Casa abandonada – noche
Lisa Lisa regresó con las muñecas marcadas por los hilos. Leo la esperaba bajo la luz de una lámpara moribunda, sentado entre papeles, sellos de energía y diagramas que parecían arquitectura de otra dimensión.
Ella no habló.
Él tampoco.
Pero cuando ella dejó caer su chaqueta y los hilos comenzaron a subir por su espalda como un abrazo táctil, Leo se puso de pie.
Una vez más, se vaciaron en la noche.
Una vez más, sin promesas.
Ni palabras.
Solo la certeza de que lo que hacían no era amor. Era una estrategia de supervivencia emocional.
**Madrugada – casa Kawajiri **
Hayato se despertó en medio de la noche. Tenía las manos heladas. Su corazón golpeaba contra su pecho.
Había soñado con una sombra que tenía la cara de su padre.
Y con un hombre de ojos vacíos, que lo miraba desde el reflejo de la televisión apagada.
—¿Papá…? —susurró.
Desde el pasillo, una silueta se detuvo frente a su puerta.
No respondió.
Solo se quedó allí… demasiado tiempo.
Esa mañana, Koichi rompió a llorar sin saber por qué.
Rohan dibujó el mismo rostro desconocido cinco veces sin querer.
Y Jotaro sintió que el sonido de los pasos de alguien, allá en la lejanía de Morioh… no eran de esta historia.
Leo abrió una página nueva en su libreta.
Solo escribió una palabra:
"Hayato."
Y debajo de ella, otra:
"Testigo."
—El detonador ya fue colocado. Solo falta esperar… la explosión interna.
Y mientras el sol se elevaba, una grieta invisible cruzaba el cielo.
Nadie la veía.
Excepto él.