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Chapter 5 - EL COMIENZO DE TODO: Mi primera aventura

«Todos los viajes son emocionantes aventuras, pero no todos te enseñan a aventurarte».

Hay ojos que lo despiden todo, al ver tal horror, que les es imposible volver a ser lo que aquello fueron. A fuerzas y sangre, Don pudo llegar de manera clandestina al Nuevo Glimmetropolis, ciudad construida bajo la sangre sucia, la avaricia y el poder… un secreto muy bien guardado.

Algunos lo sabrán, pero la nueva Glimmetropolis fue declarada parte del reino de Montesis después de la guerra de Purificación.

[Don. P]

Mi maestro y yo vivimos bastante lejos del metrópolis y del reino de Montesis, para evitar tener demasiado contacto con los humanos, y repito sus palabras: «La gente de la capital o del reino de Montesis son todos elitistas que se creen mejores que los demás: rebajan y oprimen a quienes no consideran merecedores de vivir en su reino de mierda». Siempre me advierte que nunca vaya allí. Pero, viendo esta lista… ¡¿Qué?! Me quedé pensativo, mirando la pequeña hoja entre mis dedos. Y vaya que ahora no sé por dónde empezar con esta lista bien llena que me dejó mi maestro.

—Pero como siempre —dije amargado, de solo pensarlo—, hay que empezar por hacer el trabajo más difícil. Pero, de todas estás, ¿cuál es más…?

—A ver —dije para después leerlo a voz alta—, tengo que comprar un anillo común… ¡Pufff! Eso es fácil de encontrar. Solo tendré que encontrar un herrero… y ya tengo uno en mente… y tendré que comprar cristal de obsidiana… además tenía que ser cristal fundido. Eso sí complica aún más las cosas…, ya que estamos, ya veré lo que queda en camino.

Caminando tranquilamente entre los pastos verdes cerca de la casa, me dejé llevar por la hermosa vista y pensé intrigado:

—Probablemente, podré conocer a mucha gente nueva en el camino, que no sea la poca gente de Duncaster. ¡Hey! —me dije excitado—. ¿Y si en el camino me encuentro con una chica superbonita? —Me pregunté, rápidamente imaginando fantasías poco éticas—. Me imaginé su cuerpo, sus labios rosaditos, mis dedos bajando lentamente de su cuello hasta sus pezones… ¡Basta! —grité para regresar al mundo real—. Pero igual volví a caer y me pregunté: ¿de verdad algún día tendré novia?

Al distraerme tanto en el camino, no me había dado cuenta de los guardias frente a la entrada del pueblo y choqué directamente con uno de ellos.

—¡Pero, Don!

—¡Ay, qué tonto soy! Disculpe, estaba distraído.

—¿En qué estabas pensando tanto, que no mirabas por dónde ibas? ¡¿Eh?! —preguntó enojado.

—Lo siento, perdóneme otra vez.

—Cielos… el mal ya está hecho. Ya está oscureciendo. ¿A dónde vas, jovencito, si puedo saber?

—Voy a comprar algunas cosas por mi maestro, porque en tres días será mi cumpleaños. Voy a la herrería del centro del pueblo.

—¿Ah, en serio? No lo sabía. Pues te adelanto mis felicidades, pero te aconsejo que tengas cuidado en el pueblo cuando anochezca. Es muy diferente que de día. Bueno, ya puedes pasar, y apresúrate porque Mr. Snuch cierra más temprano estos días.

—Gracias por el consejo. Estaré alerta. ¡Rayos! —dije sorprendido y miré el cielo—. El sol se puso demasiado rápido.

Inmediatamente, me apresuré en llegar. Corriendo, esquivé a varias personas y, con los pocos con los que tropecé, me volví a levantar (obviamente me sermonearon de la peor manera posible). Pero, igualmente, no creo volver a ver sus caras… si tengo suerte. Por fin llegué cerca de la calle donde está la única herrería del pueblo. Solo me quedaba acelerar un poco más y girar a la izquier…

—¡Nooo! ¡Por favor, no! Se los suplico… déjenla ir. No tiene nada que ver con nuestro trato —gritó entre llantos la madre de la niña, que se veía en serios aprietos.

Con tanta prisa, pasé al lado de un callejón bastante oscuro y escuché a una mujer gritar.

—¿Y ese ruido? ¿Qué pasa? —Y al ver esa escena, recibí una rápida dosis de lo que son capaces los humanos.

Por primera vez en mi vida, sentí repudio al ver a una madre indefensa, suplicando por la vida de su hija, atrapada entre los puños de tres asquerosos humanos, mientras era forzada a ser violada delante de ella por otro.

—¡Mierda! ¿Cómo puedes tener un coño tan rico? —dijo el asqueroso, excitado en su euforia—. Sentí repudio y rabia al espiarlos. Y continuó—: Si no quieres que degollemos y después violemos el cadáver de tu hija, más te vale obedecerme, perra. Y si no…

Desesperada, respondió mirando los ojos sucios de su agresor entre sus piernas:

—¡No le hagas nada, por favor! Hazme lo que quie… —Su voz se entrecortó del miedo y cerró los ojos—. Hazme lo que quieras —respondió.

—Jefe, ¿qué hacemos con la niña? Ya estamos cansados, de soportar está malcriada —preguntó otro sucio de su banda.

—¡Mamá! ¡Déjala! ¡Suelta a mi madre, maldito! —gritó la niña preocupada una y otra vez. Pero su madre no respondía, desbordada por su horrible mala suerte.

El que parecía ser el jefe de estos maleantes, mientras violaba a la madre entre llantos, levantó la sonrisa y dijo:

—Viólenla igual. Eso les enseñará a pagar sus deudas… y después mátenla.

Inmediatamente, la madre se puso a gritar en defensa de su hija, pero rápidamente la repusieron en su lugar a golpes para que se callara.

Me puse en medio de la salida del callejón y les grité a esos malditos sucios:

—¡Paren ya con esta mierda y váyanse! —dije enojado.

Justo en ese momento, recordé uno de los consejos de mi maestro:

«Don, no importa en qué situación estés —ni me importa la gravedad—, nunca… y te lo advierto otra vez, chico: nunca trates de jugarte y hacerte pasar por un héroe, porque no lo eres y nunca lo serás. Los que lo intentan acaban siendo criminales prepotentes que no piensan en las consecuencias de sus acciones. Arriésgate si quieres, chico, pero tendrás que tragarte las consecuencias como un hombre».

—¿Y tú quién te crees que eres para hablarnos así? —respondió el violador.

—¿Yo? Nadie —respondí seco, mirando al jefe directamente a los ojos mientras levantaba la mano. Sentía cómo las llamas recorrían mi cuerpo. Mordí mis propios dientes para contener mi ira y mi repudio. Formé una bola de fuego poco a poco y le apunté.

Inmediatamente, pospusieron sus fechorías y todos me miraron por encima del hombro, como si fuese menos que ellos. Sobre todo el jefe, quien se puso a reír y respondió:

—No estarás de broma, ¿eh? Pues fíjate que somos usuarios de fuego: rango 3, y yo 4. —Me volvió a mirar por encima del hombro y continuó—: ¿Aún mantienes tu mirada? Somos peligrosos. Te dejaré la opción de irte y olvidar todo lo que viste, jovencito. ¿Qué dices?

Lo pensé, pero a estas alturas esto no es un juego. Entiendo perfectamente la situación: es matar o morir. Y mientras hablaba tanta mierda, estuve analizando el panorama. Porque sí: estoy en una situación muy desagradable. Son cuatro contra uno. Uno de ellos cautiva a la niña con un cuchillo en la garganta mientras manosea sus partes intimas… La madre está inconsciente, y los tres son usuarios de fuego. Pero el jefe no muestra nada y me mira con su sonrisa de mierda. Es un problema. Tengo que ser frío. Son fuertes, pero me encanta que me subestimen… eso es bueno. Pero, justo cuando me propuso irme y olvidar todo, noté que la niña cautiva era la pequeña María. Y al notar a la madre, se me disolvió la sangre y grité por las emociones:

En segundos, guardé la llama que estaba haciendo.

—¡Ardann!

—¿Pero qué…? —dijo el que tenía a María en peligro.

alze las dos manos para crear llamas debajo de los pies de cada uno y elevarlas a la altura de sus cabezas, con la intención de dejar solo sus cenizas. Me lancé primero sin pensarlo. Por un instante, me pregunté por qué… pero rápidamente entendí que eso era lo que debía hacer. Y aunque tuviera que retroceder, no lo haría. Ahora tengo que aceptar las consecuencias. Pero teniendo muy claro mi objetivo: proteger a la niña. Es lo único que debo hacer… proteger a María.

Por desgracia, dos de ellos, incluido el jefe, salieron ilesos del ataque. Y me sorprendió que el jefe lograra disipar sin problemas mi ataque, cubriéndose a sí mismo y a sus lacayos con Hydrokinesis. Pero el que retenía a María murió calcinado. Rápidamente, el jefe y yo nos enfrentamos. Cambiamos unos cuantos golpes, pero notaba que yo era más rápido. Él tenía la ventaja de la fuerza… demasiada fuerza, diría. Al esquivar su puñetazo, destrozó el muro detrás de mí. Inmediatamente, al notar que los otros intentaban acercarse a María (uno a la izquierda intentaba atraparla, y el otro a la derecha se preparaba para prenderla en llamas, ya que estaba bastante lejos), ella, en medio de todo esto… miré al jefe. Al instante, hice una bola de fuego en su barriga. Se protegió muy rápido, explotó y lo mandé directo al muro frente a mí. Solo tenía unos segundos para proteger a María, así que corrí hacia ella.

En el instante en que lo intenté, el jefe ya había llegado sobre mí, gritando como si estuviese satisfecho de pelear:

—¡Eres interesante! —mientras lanzaba su mano para agarrar mi cara y estrellarla contra el suelo.

—¡Le grité que corriera! Porque lo que preparaba el tipo era un ataque de fuego explosivo. Pero ella no se movió, tan traumatizada estaba. Creo que no me escucha… ¡Mierda! —pensé—. Y como no sabía de qué tipo era, me estresé por no saber qué hacer en el instante. No pensaba bien. Y se veía en sus caras que los tontos, comparados con su jefe, estaban desesperados. Y mi maestro me dijo: «Un hombre desesperado no teme calcinar a su propio compañero». ¿Tendrá razón?

Y… ¡BOOM!

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