Cherreads

Chapter 10 - EL COMIENZO DE TODO: Mi primera aventura - Parte 6

«La mujer que tanto quieres duerme con su abuelo.»

—¿Qué estás diciendo? Son familiares, eso no se puede… ¿De quién hablas? —pregunté impactado.

—Vaya que eres un crio. Don, no pretendo molestarte, pero sí es verdad que esperaba más de ti por lo que escuché. En el caso de Kira, que se está acostando con el enano, esto lo sabe todo tu pueblo. Mister Snuch se irrita por cualquiera que se le acerca a su hijastra. La ama tanto que su amor trasciende lo normal. ¡Me lo dijo palabra por palabra un día frente a una hoguera como esta!

Un poco picado y con el estómago revolviéndose del malhumor que me cayó como un rayo, pregunté:

—¿Y por qué me cuentas esto?

—Nosotros los elfos no podemos mentir… Bueno, eso dicen.

—Nunca te pregunté nada.

—Lo sé. Lo hice porque me parecía necesario. Tal vez le diste una paliza a unos bravucones, pero créeme que no quieres meterte con ese enano.

De pronto, el quedarme cerca de ella se volvió insoportable. Quería alejarme:

—Voy a caminar un poco —dije.

—No te alejes demasiado. Mañana partiremos temprano. Descubrirás muchas cosas, ¡anímate! —Donde pasó el Don que hablaba entusiasmado sobre conocer todo más allá de las fronteras de Duncaster.

—Acabas de quitarle las ganas.

Y me fui bastante lejos del lugar donde estaba el pequeño campamento.

__________________________________________________________________________

[Narrador]

Dolido y enojado, Don se alejó. Caminaba entre las brisas templadas. Se sintió perdido, se dejó llevar por donde el viento lo dirigía. Sus pasos pronto se sintieron tan pesados que, comparado con su pena, repetir y repensar los momentos que había pasado era erróneo. Así que, de repente, empezó a culpar a la vida por su traición. Aunque equivocado, se sintió igualmente traicionado por haberle dado falsas esperanzas, y maldijo el nombre del enano que se había atrevido a levantar esa flor que tanto amó. 

Una lenta caminata en el frío, sintiendo de pronto la humedad templada. Un fuerte olor a follaje lo perseguía. El silencio de la noche en medio de un bosque desconocido comenzó a cambiar cuando llegó ante un lago, y recordo ese mismo lago que le dejó ciertos buenos momentos. El sonido de ciertos pájaros le acompañaba en una silenciosa pena y rabia que simulaba el crecimiento de semillas venenosas y corrompidas, que poco a poco, por lo que miró al cielo, entonces prometió que la salvaría de las garras de aquel enano sucio e inmundo que pretendía ser su familia, pero que al final cada noche engullía el valor de la mujer que tanto el, amaba.

Y entonces miró su reflejo en el agua. De repente, empezó a salir una cantidad insana de burbujas bajo el agua, del calor intenso que empezaba a brillar en el corazón del pequeño lago. El lago se evaporaba poco a poco, siguiendo un estado natural al que no podía escapar. Don miró su reflejo con repudio. Su furia le ganó. Sus chancletas se quemaron y todo bajo sus pies se prendió en llamas. De pronto, todo su alrededor empezó a arder. Perdido en sí mismo, le llegaron unas imágenes horrorosas: cuerpos colgados, llamas por todos lados, una casa ardiendo, una mujer crucificada a lo alto del tejado, y gritos… llantos, dolor y sufrimiento… De golpe, le dieron ataques severos en la cabeza. Un dolor extremo. Empezó a gritar y a rodar en el suelo por el sonido exageradamente agudo que derrumbó sus pensamientos. Sin explicación, de golpe volvió a la normalidad, como una rama que bruscamente se divide en dos. Cuando pudo recomponerse después de varios minutos, miró a su alrededor: el lago ya estaba completamente seco. Los peces muertos, calcinados. El aire caliente se sentía pesado y soplaba las cenizas de los animales que tuvieron mala suerte, un aire denso y sofocante, dejando fuertes olores a carbón. Porque sí: gran parte del bosque estaba en llamas.

Don miró y miró, sintiendo su cuerpo y su vista girar constantemente bajo sus pies. Aturdido, no entendió ni el momento ni las consecuencias. Miró su brazo y notó que estaba en su forma original, y eso antes de lo previsto: solo tenía dos pociones para ocho dias. Entonces salió corriendo del bosque en llamas bebiendo un frasco.

Todo mientras, entre el fuerte viento ardiente de las llamas y las cenizas de los árboles quemándose, lo estaba espiando una elfa de ojos azules, atenta con una ardiente valentía en su carácter silencioso y su capacidad para desaparecer en un instante.

A Don le quedaba solo un frasco con un efecto de dos días cada uno… pero ya parecían ser dos días que se alargaban, en dos días más.

¿Qué hará si no es suficiente? ¿Qué hará si descubren su verdadera identidad? Y me pregunté: ¿quién será ese personaje de orejas puntiagudas y de ojos azules?

____________________________________________________________________

[Don perspectiva]

En la mañana siguiente…

Don se encontraba tirado sobre la tierra en medio de ningún lugar después de pasar una noche tan larga. Por suerte, la señorita Miriel lo encontró en un estado deplorable y empezó, preocupada por el estado de Don tirado en el suelo sucio, sin zapatos y casi desnudo:

—¡Don, levántate! —Luego procedió a darle varios golpes a lo bruto—. ¡Que te levantes! —Y continuó—: ¿Qué te pasó? ¿Qué le pasó a tu ropa y tus zapatos?

—¿Qué…? —respondí medio dormido y totalmente destrozado.

—Si supiese que me ibas a caer tan mal, mejor me lo hubiera guardado. ¡Te pareces a uno de esos gorilas de la taberna de la señora! —dijo, cambiando de actitud conmigo.

—¿Señora…? —pregunté, pero instantáneamente fui interrumpido por terribles migrañas que se volvieron más intensas que desde la primera vez que se presentaron.

Al instante pasó como si nada. De un clic, se sintió muy extraño. Miriel me ayudó a levantarme y me preguntó si me encontraba mejor. Con lo mal que estaba, sin saber por qué estoy como estoy, me pregunté qué hice para acabar con mi ropa toda destrozada y quemada. Pero lo que pareció sobrevivir fue la manta de mi maestro.

—Tienes suerte de que no te hayan saqueado con lo lejos que estabas soñando. Y bueno… ¿Ya estás listo para partir?

—¿Cómo? ¿Así como estoy? ¿Estás loca?

—Desearía tener algo en la mochila para que te cambies, pero no. Tienes suerte: estamos cerca de la ciudad, solo quedan dos kilómetros, creo... No está muy lejos. Entonces te comprarás uno en la ciudad.

"Me rehúso a ir y entrar por primera vez a la ciudad de los humanos vestido como un vagabundo —pensó Don al ver su aspecto."

Don:

—¡Prefiero volver a casa! —dije, negándome, y di media vuelta—. Aunque… no sé ni dónde estoy, ni cómo volver.

Miriel:

—¿Qué haces, Don? ¡Vuelve aquí, tonto!

—¿Dónde está la dirección para volver a casa?

—Creo que se acabó mi paciencia contigo, pinche humano. Me pagaron dos dias de viaje para terminar mi trabajo y eso haré. Así que deja tus estupideces y ¡sígueme, humano estúpido!

Miré hacia un lado e hice como si no la escuchara. Le respondí:

—Como usted diga, señora elfa.

— ¿señora dijiste...? —menciono alterada y luego continuo.—: No tenemos más tiempo. Estamos justo aquí ahora mismo —dijo señalando su posición en el mapa entre sus manos: un punto alejado con un campo enorme de cultivos alrededor de la ruta principal—.

— Llegar a donde me quieres llevar, Miriel, creo que son ocho kilómetros caminando como ahora. No tenemos montura, carruaje, dragones, nada, ningún tipo de transporte.

Miriel:

—Tenemos que llegar a los "barrios de los pobres" cuanto antes, y para eso tendremos que pasar obligatoriamente por las tierras de los nobles. ¡Vamos!

—¿Y cómo me encontraste? —Le pregunté con la duda, porque literalmente se ve que estoy bastante lejos de donde estuve y no sé ni cómo llegué hasta aquí.

—¿Y tú? ¿Qué pasó anoche?

—¿Qué qué pasó…? Me parecía obvio, pero de pronto me quedé pensando y me di cuenta de que no recuerdo absolutamente nada de lo que pasó anoche. No recuerdo.

—Sí que eres un caso extraño. Bueno, no importa… Tápate lo más que puedas. Y cuando entremos a las tierras de los Dusk, trata de no hablar nada y mirar a ningún hombre o mujer acompañado de guardias. A esta gente no les gustan los extranjeros, bueno, los aldaneos… Bueno, no hables con nadie. ¿Entendido?

—Entendido.

[Narrador]

Justo así empezó la pequeña travesía de Don para poder encontrar el segundo objeto de su lista: un pequeño frasco de cristal de obsidiana fundido.

Recorrieron un camino extenso y tranquilo. El sol, apenas cálido y rojizo, iluminaba los árboles del nuevo pequeño pueblo que nuestros dos jóvenes aventureros descubrían, pero por supuesto, uno más que el otro. Aun así, las casas a lo lejos seguían iluminadas y los niños apenas amanecían para jugar. Y las tiendas cercanas a la entrada, a lo lejos, se notaba que apenas estaban arreglando los tomates, los recolectivos, las papas o los terralitos[1] reciclables, mientras que mucho más arriba se inclinaba un castillo: una fortaleza como una montaña que rozaba las nubes rojizas difuminadas entre la niebla que recorría la ciudadela. Y estoy seguro de que, como Don y su acompañante, estarían de acuerdo en que esta vista fue hermosa mientras el sol se ponía.

Sin mencionar que, entre los fuertes vientos, Don, todo sucio y con la vestimenta exponiendo más de lo debido —su cuerpo en calzones con una manta peluda y enorme sobre sus hombros— caminaba perdido en los paisajes enormes de cultivos de maíz y pastos verdes. Al llegar al pequeño pueblo antes de cruzar la entrada de los nobles, Miriel saludó amablemente a algunos conocidos.

El sol acariciaba con su luz dorada los adoquines desgastados por siglos de pisadas. Se sentían como bloques de piedra naturales (granito, basalto o similares), tallados y dispuestos después en un patrón irregular. En el recorrido de Don, ya el mercado se ponía bullicioso, y más los susurros de los comerciantes ya se sentían como una costumbre para Don. Él, con sus ojos que recorren hasta el pasado inhóspito de cada rincón del pequeño pueblo con curiosidad, pareciera que estuviera acostumbrado desde Dunkaster, pero a ninguna persona que llegara a notar su pasaje pensaba igual. 

Entre las sombras danzantes de los puestos y el aroma a madera envejecida, estos dos recorrían las calles de la Entrada con tranquilidad, pero un poco apresurados por llegar a su destino, sobre todo Miriel. 

«La Entrada» es el nombre designado de manera peyorativa a este pueblo que sirve únicamente como frente decorativo antes de llegar al muro que es la entrada en Dusk. Y sí: la Entrada no tiene protección de los Dusk contra ciertos robos en algunas horas del día, cierta delincuencia y delitos menores. Los más graves son sentenciados a muerte, así que los Dusk mantienen algo de orden infundiendo miedo. 

Pero cuando la gente común y corriente veían a su acompañante —en este caso, Don— igual lo saludaban de manera irónica y burlona a la vez. Hasta decían que era guapo, y algunos niños, amigos conocidos de Miriel, lo admiraban por su cuerpo tan bien esculpido, pero como igual estaba cubierto de cicatrices, infundía un poco de miedo en la pequeña sociedad de bajos y medianos recursos. Que es la primera puerta hacia la gran villa de los Dusk. Ellos, personas tan excéntricas, no dejarían que gente totalmente pobre sea la primera impresión de la quinta villa más hermosa de toda Nueva Glimmetropolis, así que mantienen la belleza de la Entrada como se les da la gana. En este caso, no tanto.

Miriel rápidamente le bajó de sus nubes llenos de halagos, porque cuando llegarían frente al muro, los guardias no lo tratarían de igual forma viendo cómo viste y cómo se comporta. Ella intenta explicar que es tan curioso como todos los aldaneos de las tierras del conde Richard Choiniere. Sin tardar, ella le sugirió taparse más y no tomar tanta confianza con nadie del pueblo. 

Y de paso, cerca de llegar, Miriel le reveló unos rumores bastante interesantes:

—No te creas todo lo que viste. Son bastante hospitalarios, pero solo son máscaras de lo que son realmente. Son… bueno… aquí no les gustan mucho los extranjeros, y más ahora que desde hace unas semanas se ha estado expandiendo la Corrupción más allá de las barreras. Y todavía nadie entiende cómo pasó: pájaros que se vuelven locos y se estrellan en cualquier lugar, y cultivos infectados. Así que la gente desconfía un poco. El miedo, poco a poco, se va infundiendo.

Y Don respondió:

—Pasaba algo similar con los cultivos de mi maestro: pájaros que se comían los núcleos de éter, o a cada paso encontrabas un pajarraco tirado, escondido entre los cultivos de arroz.

—Silencio —dijo ella al momento que llegaron a la fila de entrada de pasaje en Dusk y delante la entrada gigantesca de los muros que acariciaban el cielo entre sus cientos y cientos de metros de altura que protegían la ciudad de Dusk. Pues varios guardias que parecían de muy alto nivel vigilaban a quienes quisieran entrar ilegalmente. Y frente a los ojos de Don sorprendido, golpearon y llevaron adentro a un falso comerciante con identificación falsa de comercio, y no para hacerle cosas muy lindas…

Habían mujeres con niños, comerciantes, aventureros, guerreros, retirados, nobles de bajo y de muy alto rango. Y estos últimos no tomaban fila. Por su suerte, Miriel le señaló con quién nunca tendría que meterse en la ciudad, como el duque Martin Dusk, que justo pasaba en su carruaje lujoso, movido por cuatro caballos monumentales y sanos, mucha joyería que relucía riqueza y ornado de fragancias de estatus que derretían a cualquiera que estuviese cerca. Y Don se quedó impresionado, sin poder apartar la mirada. Y entre las cortinas del carruaje notó una mirada, la de una mujer hermosa que cruzó los suyos, y pareció atraer la atención de la joven contra su voluntad, ante un cuerpo tan expuesto. De buena manera, tal vez…

Rápidamente, Miriel le golpeó la cabeza para revivirlo de sus sueños húmedos de subir algún día en esos transportes excesivamente lujosos.

—¡No mires, estúpido! ¿Nos quieres meter en problemas?

—¿Qué hice?

—Tonto… Camina, que la fila ya está lejos de nosotros.

La fila se acercaba más y más. Y cuando llegaron frente a los chequeos, dos guardias hicieron pie delante. Uno se acercó como si fueran amigos de siempre, estrechando la mano a cada uno de ellos, mientras que el otro no pronunció absolutamente nada, mirando fijamente a Miriel y a Don como si fueran criminales de rango cuatro. Y justo ya tenía su mano acariciando el bucle de la espada envainada por si hacían cualquier movimiento raro. Miriel quiso hablar primero, pero el guardia la ignoró y miró al rarito antes y empezó:

Guardia:

—¿Cómo están? ¿De dónde vienes, muchacho?

Don:

—Yo… eh… Soy de Dun…

Miriel:

—Él y yo venimos de la capital.

—¿Y por qué vienen del norte? No tiene mucho sentido salir de la capital desde tan lejos hasta nuestras tierras.

—Soy guía y trabajamos para Mei Wei. Dábamos una vuelta porque la señora quería que encontrara más productos farmacéuticos en Dunkaster y nos dejó ir a los dos.

—¿Mei Wei? Sí, claro. Tus papeles, elfa.

Muy rápidamente, el otro guardia desenvainó su espada y los miró, esperando la próxima orden de poder atacar sin razón alguna. A simple vista, el guardia se ve bastante fuerte e intimidante, con un aura tan presente que estremecía a quien pudiera sentirlo. Don, en una pelea por rebeldía, muy seguramente acabaría muerto. Ella se las entregó en mano: un documento oficial que probaba su proveniencia y oficialidad desde el reino de Montesis. Pero el documento decía que era de la propiedad de Mei Wei y su miembro de seguridad de rango cinco. Y el guardia la miró analizando algo que nunca sabremos qué fue. Supondremos que quedó estresado al presenciar un rango cinco frente a él y rápidamente le devolvió sus papeles.

Guardia:

—Perdóneme, señorita Rockstone. Disfrute de su día en Dusk —rápidamente, el otro envainó su espada, luciendo una postura de soldado calmado y mirando al frente. Miriel agradecio, la amabilidad del guardia y a punto de marcharse, Enseguida, el guardia continuó—: ¿Y los papeles del joven?

[1] [Terralitos (sustantivo, m.):

Se denomina así, de manera natural, a cualquier objeto capaz de imbuir magículas (partículas de magia) en el ether y utilizarlas para generar un efecto específico de forma cíclica. Dicho efecto ocurre en bucles continuos hasta que el terralito agota su capacidad limitada de almacenamiento o transmisión de magículas.]

More Chapters