Eché un ojito por la ventana, cerré las cortinas y le dije que hiciera rápido, que iba a hacer algo rápido. Y de pronto sacó su arma, una cuchilla bastante linda de su gancho en el muslo, se cortó la palma de la mano. Mientras su sangre goteaba, juntó las manos y sus dedos formaron un mantra, pronunció:
—De mi sangre, me informaré.
[Clave: De mi sangre. Deseo: me informaré.]
Me dijo que iba a hacer un hexagrama unicursal. En el piso se formó un símbolo y todo alrededor oscureció. Me advirtió:
—Lo que vas a ver hoy, tendrás que guardártelo. Si no, tendré que asesinarte por este secreto familiar.
"Llave decodificador, conjurado mediante una clave [Clave: es la palabra utilizada para llamar a un conjuro cualquiera] y un mantra. Utilizada para analizar y extraer información crucial sobre todo lo que esté en el rango de proyección del conjuro: persona, espíritu u objeto."
Cuando el sello se formó, esperaba sentir algo, pero no. Noté que Miriel estaba muy concentrada en lo que hacía.
Yo, por otro lado, no sé absolutamente nada de magia. Simplemente no puedo hacer conjuros, sellos, nada. Lo extraño es que sí siento el flujo de éter como todas las personas. La mayor decepción que siempre me recuerda mi maestro cuando me reprende cada vez que se le salen las ganas de hacerlo.
La única manera que tengo de defenderme es mediante mi espada de corta longitud —en lo que quizá soy bastante bueno— y el control elemental. Mi abuelo dijo que los de mi raza (los Supaibi) dominan fácilmente lo básico desde niños: la maestría sobre los cuatro elementos:
• Hidrokinesis (Control del agua)
• Pirokinesis (Control del fuego)
• Geokinesis (Control de la tierra)
• Aerokinesis (Control del aire)
Tengo buena memoria. Entiendo el duro esfuerzo que hice: entrené durante un largo tiempo y logré desarrollar el control sobre los dos elementos más comunes: pirokinesis y geokinesis. Mi maestro me lastimó tantas veces que temía más saltarme una sesión de entrenamiento por causas banales o graves —enfermarme, mal tiempo—. Me salté años de festivos en casa, preparándome para lo peor según él. Aun así, creo en su fuerza y su palabra. Es como mi padre. El maestro Max y mi abuela son como mis padres, aunque mi maestro afirme una y otra vez que no lo son. Representan lo mejor de mi vida, lo que olvidé aquella vez: mis verdaderos padres.
Hace más de cincuenta años, cuando me desperté en ese campo de guerra siendo un niño, lleno de barro, sucio, sin entender nada. Solo recuerdo a dos hombres arrastrándome bajo una tormenta que cegaba mis sentidos. Es lo único que logro recordar de mi pasado. En el fondo, siento que me falta una pieza importante. Desde ese día, tengo la sensación de estar incompleto, como un mago sin su bastón.
En los últimos días, esto ha empeorado. Es como si, en vez de mejorar mis capacidades mágicas —desarrollar superfuerza, manipulación de la gravedad o poderes comunes sin valor real en este mundo—, se me cerrara la puerta. Todo se esfuma poco a poco.
Mirando a Miriel, aún concentrada, pensé: «Al final, si el único deseo que quiero tener en este mundo es vivir tranquilo junto a Kira como mi novia, o tal vez mi esposa… ¿te imaginas?». Me pregunté emocionado, perdido en mis pensamientos. «¡Es el mejor sueño del mundo! Vivir un felices para siempre, como el de mi maestro y mi abuela. ¡Nada podrá impedirlo!».
Bruscamente, Miriel me llamó y me sacó de mis cabales:
—¡Quítate la camisa!
—¿Qué?
—Que te quites la camisa. Quiero ver tu espalda.
—Que sepas que solo tengo ojos para una mujer…
—Quítatela ya, humano estúpido.
Me dio vergüenza. No quería que nadie lo supiera excepto mi maestro y mi abuela. Sorprendida, se quedó boquiabierta. Sus ojos parecían salirse de las órbitas. Me miró y empezó:
—¡Oh, por la Santa Inocencia! Te maldijeron. Te pusieron un sello.
—¿Qué? ¿Eso? No es nada. Nunca me da molestias.
—Don, no juegues. Te maldijeron con uno de los peores sellos, y de los más complicados. Quien lo hizo debe ser de rango seis o siete. ¡Es una locura! En este reino solo existen cuatro de rango seis y uno de siete. Es raro ver rangos superiores al seis. Y viéndote la cara de crío que nunca salió de su pueblo… Dudo que te hayas enemistado con un caballero de la primera división. Además, no estarías aquí para contarlo. Dime: ¿quién fue? ¿Lo conoces? ¿Cómo terminó? —preguntó casi extasiada, como si la fascinara la magia—. ¡Qué random son los elfos!
—Eh… Bueno… Sobre eso… No sé quién fue. No me acuerdo de nada. «Creo que ya le dije demasiado a esta tipa».
—¿Cómo? ¿De qué hablas? ¿Cómo que no te acuerdas?
—No sé nada. Es la verdad… Y, ¿qué pasa conmigo? Ya tienes una respuesta.
Me miró a los ojos. Notó claramente que quería cambiar de tema y me siguió el juego —o eso creo—.
—Bueno… Sí. Veo algo. El sello que llevas se llama Sello de los Doce Reyes. Es muy poderoso, creado por el mismísimo rey caído Tordontos, el mejor…
—El mejor mago de la historia. Ya me sé esa historia. ¿Y?
—…Y… es una antigua marca de confinamiento para contener fuerzas inconmensurables. Forjado por la voluntad de doce monarcas en Tordontos, actúa como prisión impenetrable: restringe el flujo de energía y evita que el poder encerrado se libere sin la clave adecuada. Su ruptura es señal de catástrofe.
Ahora me lo pregunto más que nunca: ¿Quién diablos eres para portar tal sello?
—… —No me salió respuesta. No podía decirle que no soy humano, ni revelar mi pasado. Ni siquiera sé si es de fiar. Volvió a preguntar:
—¿Qué significa esa marca en tu cuello?
—¿Estás preguntando demasiado, no?… No es de tu incumbencia meterte en mi vida, elfa. ¿Ya terminaste? —pregunté enojado.
—Sí.
Al desconectar sus dedos entrelazados, la conexión con el sello se rompió y desapareció. Ni la miré. Me fui a dormir al suelo y la ignoré. Tras unos minutos, acostada en su cama, me dijo que vio algo. Algo que le impedía saber más sobre mí. Su verdadero objetivo era averiguar sobre mi persona. Se sorprendió de que algo bloqueara un sello de sangre como el Sello de Narzosas. No me explicó qué era, solo mencionó que debía ser demasiado poderoso.
—Sé que dominas dos elementos. Algo increíble para tu raza. Pero también sé que no… —se detuvo, pensativa.
—¿Pero sabes también qué?
—Tu flujo de éter…
—¿Qué le pasa a mi flujo de éter?
—Para desarrollar dos habilidades con un flujo tan débil, debiste entrenar toda una vida. Y ni así… Lo que pasa es que tu flujo se está apagando.
—Eso es imposible. Todo el mundo sabe que vivimos gracias al flujo de éter.
—Bueno… Parece que te estás muriendo. Sin efectos en tu vida. Probablemente ya perdiste el control sobre una de tus habilidades, ¿verdad? —mencionó con tono neutro—. Probablemente en cinco días o menos pierdas toda capacidad de conjurar hechizos y manifestar tus dones… Si alguna vez los tuviste.
…
—Pues te estoy siendo sincera. Ahórrate problemas para el viaje de mañana y vuelve a tu pueblo. La mayoría de las cosas en tu lista te traerán problemas. Pero en todo caso… ¡Eres muy interesante, hu-ma-no! —dijo con una leve sonrisa pretenciosa. Me di la vuelta, la miré a los ojos y me pregunté en qué estaría pensando esta chica—.
—Me voy a dormir. Quiero terminar esto y volver a casa. Buenas noches, Miriel.
—Ok. Buenas noches, Don.
[Y tras un silencio de dos horas, Miriel lo llamó de nuevo, sacándolo de su intento de dormir enojado.]
—¿Todavía no te duermes, verdad? —preguntó.
—Creo que escucho voces… O tal vez me estoy volviendo loco.
—Ven. Sube.
—¿No dijiste que no había forma de que…?
—¿De verdad quieres dormir en el piso, haciéndote el tonto?
—Ya voy.
Me subí a la cama. Era diferente: la sábana estaba calentita. Sentí que dormiría en minutos. Pero ella dijo:
—Déjame ver tu espalda.
—¿Eh? ¿Por qué haría eso?
—Quiero revisar tu herida.
—No te preocupes. Estoy bien.
—Quiero verlo, humano estúpido.
—Te digo que estoy bien, elfa estúpida.
Y hasta ahí llegó la conversación. Como esa mujer hace lo que quiere, traté de impedírselo. Me inmovilizó —no sé cómo—, me levantó la camisa, se subió sobre mí, me dio la vuelta instantáneamente y se quedó sorprendida:
—¿No tienes ninguna cicatriz? ¿Dónde está?
—Bueno… Con tantos conjuros que hiciste, tal vez uno me curó… ¡Ya bájate de mí! —la empujé a su lado de la cama y le di la espalda.
Quedó en silencio un momento y preguntó:
—¿Eres humano, verdad? —curiosa.
—Claro que sí… ¿Qué? ¿Ves algo diferente en mí? Ya déjame dormir.
—Ajá. Buenas noches.
Quería preguntarle sobre su relación con los tipos del muelle, pero no quise que se metiera más en mis asuntos y terminara revelando mis orígenes. Eso me traería problemas. Algo me dice que si sigo en este viaje, acabaré casi muerto como hace unas horas si de verdad estoy perdiendo todos mis poderes.
¿Por qué piensas en todo esto? —me dije—. Me calmé y pensé en las razones de mi maestro: si me dejó ir solo, es porque todo estará bien. Además, no sé nada sobre humanos, sobre Glimmeria… Un vasto mundo de culturas, razas, comidas, costumbres, vestimentas. Tantas cosas por descubrir que me da miedo viajar. Si tengo que hacerlo con una entrometida como Miriel, tendré que trabajar, ganar dinero y buscar un guía menos molesto.
Pero pensando en todo y en nada, volvieron los pensamientos oscuros.
Mi maestro me advirtió: bajo ningún concepto reveles que no soy humano, o me cazarán, odiarán y tratarán como a un vil goblin. Cualquiera que haya visto un goblin pensaría que es ofensivo tal comparación. Pero así es mi maestro: como puede ver el futuro, nunca anda con rodeos. Y viendo lo que pasó cuando casi muero… El mundo ya no es lo que creía.
Pensé que era un mundo de cuentos, donde los cielos se tiñen de rosa etéreo al amanecer, como pinceladas de un dios soñador. Donde la magia florece en bosques encantados y academias arcanas, donde jóvenes prodigios desatan torbellinos de fuego azul. Donde las rivalidades entre magos eran danzas entre genialidad y locura.
Las calles rebosaban aromas de manjares exóticos: especias doradas, frutas como gemas, carnes de bestias míticas. Tabernas resonaban con risas y canciones de bardos.
Pero los cuentos sobre el mundo, la magia y el héroe que derrotó al Rey del Inframundo —cuyo nombre fue prohibido— eran ecos de un pasado en sombras. Por miedo. Un miedo arraigado en la historia, en la memoria de cada ser viviente. Recuerdan la presencia calamitosa, mensajera de la desolación. Muchas razas quedaron en el olvido, sus tierras reducidas a cenizas, sus historias en susurros de libros prohibidos.
Pensé en el hombre de gris y me regañé por perder, por esforzarme años en ser lo que mi abuelo vio en mí —algo falso—. Miriel ya lo dijo: esto no es lo mío. Pensando en lo débil que soy, esto será otra lección de mi maestro. Olvidaré eso de ser fuerte para proteger a los míos. Para eso están los caballeros del reino.
Yo viviré una vida tranquila. Pasiva, con una dama, en una casa de campo. Abriré un comercio en el pueblo, me haré rico, poderoso, tal vez noble con tierras protegido por caballeros de alto rango. ¡Ojalá esa dama sea Kira! —dije, perdido en mis sueños—. Solo ella descubrió mi secreto.
Es en quien más confío. No necesito ser fuerte mientras los que me rodean lo sean. Aunque pierda toda capacidad de defenderme, me las arreglaré. Es lo que siempre hice y haré: hoy, mañana y pasado mañana.