Me aparté de ella mientras me gritaba que volviera, pero no me seguía. Me dejó ir y corrí hacia los niños. Cuando llegué delante de esa tienda, habían tres niños y un par de adultos sentados en el suelo, todos con la cabeza baja. Ya apenas empezaba a llover y ninguno se movía. Todos estaban muy delgados, casi moribundos, como si nunca hubiesen comido, con ropa sucia. Me dio pena verlos así. Intenté hablar con uno de los niños, pero no respondía. La cadena era bastante gruesa y se enlazaba entre todos, como si fueran prisioneros o monstruos. Me pregunté: «¿Quién pudo haber hecho esto a estas personas?». Tomé la cadena entre mis manos y la calenté hasta que se derritió. Pero cuando terminé con cada uno, les grité que se fueran una y otra vez, pero ninguno me hizo caso. Dos de los niños me miraron a los ojos; se parecían mucho, pero lo que vi en sus ojos fue algo terrible. Me desesperé, no sé por qué, e intenté forzar a uno de los adultos a ponerse de pie. Él solo... ni me miró, dio tres pasos atrás y volvió a sentarse tranquilamente. Un anciano entre ellos me miró y me dijo:
—Chico, veo el fuego de la inocencia en tus ojos. No sé lo que creas, no sé lo que te dijeron, pero todos aquí estamos por voluntad propia. Y nadie aquí va a seguir tus estupideces.
…
Y de pronto, entre el silencio y la lluvia intensa, recordé sus palabras: «Y te lo advierto otra vez, chico: nunca trates de jugarte y hacerte pasar por un héroe, porque no lo eres, y nunca lo vas a ser». Pero me negué.
—¿Qué es este alboroto? ¿Por qué hablan tanto, ratas? —dijo un enano con dientes de oro y la misma mirada de superioridad que tienen todos los nobles de la ciudad de Dusk.
—¿Quién eres? —pregunté con tono neutro, muriéndome de frío entre la lluvia.
—¿Tú eres quien está molestando a mis esclavos? ¿Quieres uno? ¿Por qué me miras así?
—¿Qué les hiciste? ¿Por qué los retienes?
—¿Esas cosas? —respondió.
—¡Cuidado con lo que dices! ¡Son personas! ¡Libéralas ya mismo!
—Je, je, je. Ya veo —dijo con una sonrisa extrema. Se acercó a uno de los gemelos y añadió—: ¿Quieres que libere a este de cabellos azules o a esta niña, un espécimen de ojos claros? Dígame, ¿qué prefiere usted, monsieur? —preguntó, jalando a los dos del cabello para que me miraran.
—¡No estoy jugando! La vas a pasar muy... ¡Libéralos a todos! Lo que haces no es correcto.
—¿Ah, sí? ¿Te parece que estoy jugando? ¡Qué desperdicio!... Yo elijo por ti: ¿qué tal la niña? —terminó. Y en segundos escuché un corte que dividió las gotas de la lluvia, separó el aire denso perfectamente en fracciones. Tan perfecto que no se oyó nada, pero sentí un poder tan abrumador que no podía moverme del miedo. Me quedé atónito. No sentía nada, pero de la nada sentí un poder demasiado abrumador... pero no venía de él. ¿No había nadie más que él? ¿De quién venía todo ese ether?
Luego miré a los niños y parecían estar bien, sin ninguna herida... hasta que…
—Bueno, qué desperdicio. Dijiste que querías a la niña, pues toma. —Y, mientras la sostenía del cabello, me lanzó su cabeza al suelo. El cuerpo se quedó temblando y chorreando sangre.
—Por favor, jovencito, vete de aquí. No causes más problemas.
Me quedé paralizado desde que vi la cabeza de la niña. Miré al viejo y se me escaparon algunas lágrimas. Miré al tipo y vi sus ojos: se reía, disfrutaba verme en ese estado de pánico. No paraba de clavarme la mirada con atención cínica. Pero todavía sentía ese poder que no sabía de dónde venía. Creo que estaba justo a su lado. Había alguien más, pero camuflado, alguien abrumadoramente poderoso, casi igual que el maestro o más. Retrocedí. Quería enfrentarlo por lo que hizo, pero estaba seguro de que si me quedaba, moriría. Retrocedí, intenté hacerlo lentamente, pero lo escuché decir:
—Mátalo.
Y al instante, cuando intenté correr, me tropecé por el agua. Escuché un zumbido en el aire, un fino sonido que parecía cortarlo todo. Mató a tres personas de la nada, partiéndolas en dos a más de doscientos metros de distancia. Mi respiración ya se volvía incontrolable; solo pensaba en salir de ahí. Al intentar levantarme, escuché una vibración que me estremeció la sangre. Sentía dos... como miles de ojos vacíos y fríos, juzgándome, culpándome. No podía moverme aunque lo intentara. Y lo sentí otra vez: el miedo de la desesperación. Sentí la muerte. No entendía cómo pasó esto, cómo llegué a este punto. Y luego no sentí nada.
Me dolía la cabeza; apenas podía abrir los ojos. Noté a Miriel con la cabeza en reverencia, como si se estuviera disculpando por algo. Por un momento creí que todo era un sueño. Cuando voltee la cabeza, volví a ver la cabeza de la niñita, con moscas entrando y saliendo de su boca. Rápidamente me levanté y vomité.
—Parece que tu acompañante todavía vive.
—Don. ¡Oye! ¿Estás bien? —pero yo seguía vomitando. Cuando pude recuperar un poco de mí mismo, le dije:
—La mató, Miriel. Él mató a esa niña.
Miriel me miró por unos segundos e hizo como si nada hubiera pasado.
—Vámonos. Levántate, nos vamos de aquí.
—No.
—¿Cómo?
—Tengo que hacer que pague por lo que hizo. Tengo que protegerlos… —Al finalizar mi palabra, me dio una bofetada y comenzó a hablar con voz baja en mi oído:
—Mírate, humano estúpido. Tienes la espalda abierta y apenas te pude curar. Y lo sé: igual que yo, lo sientes… sientes el ether de esa persona a su lado. Llegué a tiempo antes de que te devolvieran a tu pueblo en pedacitos. No la cagues. Mi vida también está en juego por tu culpa.
Terminó y, al escucharla, se me cayeron las lágrimas de impotencia. El tipo se reía sin parar de mirarme. Luego sentí un odio inmenso recorriendo mi sangre. Sin querer, mis ojos volvieron a su estado normal y miré a eso en las sombras: era un hombre vestido de gris, totalmente cubierto. Creo que notó que lo miré a los ojos, e instintivamente intentó atacar…
—Espera, ¿qué hizo tu novio? —dijo el tipo.
—Ya nos vamos.
—Espera, nadie se va de aquí.
—¿De verdad quieres problemas, Jonas?
—Tsss…
—Nos vamos.
Cuando me decía que nos fuéramos, al activar mis ojos originales, no solo vi al tipo gris, sino también la mirada del hermano de la niña que acababan de asesinar. No paraba de mirarme con miedo. De pronto me vinieron imágenes: un carruaje, creo que estaba en una jaula con otros niños. Había tres hombres, pero uno de ellos tenía una manta parecida a la de mi maestro… Y luego recibí otra cachetada.
[...]
Don se sentía tan abrumado que ya no entendía lo que pasaba. Se quedó viendo al vacío hasta que Miriel lo revivió para que volviera en sí.
—Santo cielo, Don. ¿En dónde estás? Ya vámonos.
—Ah, sí —respondió Don. Se levantó; su ojo había vuelto a la normalidad hacía rato, y su herida mortal en la espalda ya estaba sanando poco a poco. Sus fuerzas, aunque ínfimas, se recomponían. Todo automáticamente, sin que él hiciera nada.
Pero desde que el hombre entre las sombras vio esos ojos, lo entendió todo. Se acercó al oído del comerciante de esclavos y murmuró:
—Es un supaiba.
—Vaya, vaya. Je, je, je. Qué interesante. Los negocios vuelven a sus raíces. Este muchacho es mi futuro con patas. ¿Por qué Mei Wei tendría interés en él? —gritó—: ¡Oye, Miriel!
Miriel se volteó, lo miró, y escuchó:
—Que tengas buen viaje, mademoiselle —dijo con su típica sonrisa.
Pero Miriel lo ignoró y continuó caminando junto a Don. Él, aunque traumatizado, no paraba de mirar al niño, hasta que Miriel otra vez lo sacó de sus pensamientos.
Durante el camino hacia la herrería, Don preguntó:
—¿Podemos pasar a beber algo?
—Ya hicimos demasiado por hoy. Veo que ya puedes caminar solo. Aguantate tú solito; eres pesado.
Después de escuchar eso, justo en ese instante, Don empezó a pensar que Miriel no lo veía como él la veía a ella. Al principio, ella parecía muy emocionada de estar con él, pero ahora Don la notaba más distante y fría. Empezó a hacerse preguntas sobre ella: ¿por qué parecía que ya se conocían con el comerciante de esclavos? Y empezó a mirarla de otra forma mientras la acompañaba.
—Ya llegamos. Aquí encontrarás un buen herrero. Vamos a entrar.
—Sí.
[Don]
Entramos. Noté un lugar muy caluroso a pesar de la noche fría bajo la lluvia exterior, y me sentí un poco tranquilo.
—Bienvenidos. Parecen tener un día difícil —dijo una voz.
—Sí, que lo fue —respondió Miriel.
—Miriel, ¡qué sorpresa! ¿Qué haces aquí?
—Cuánto tiempo, Rognar.
—Sí, cuánto tiempo. Te he echado de menos, elfa insoportable.
—Un poco más de respeto. Soy mayor que tú, ¿niño?
—Lo que tú digas. Bueno, ¿qué quieren que les fabrique? ¿Armadura, armas, pociones, metales raros?
—Buscamos cristal de obsidiana fundido —dije.
—Hmm… Creo que me quedan algunos cristales de obsidiana. Estos días los metales raros escasean por la batalla en el frente del bosque.
—¿Tienes algo de información? —pregunté.
—Bueno, dicen que una de las barreras del bosque fue atacada por un grupo de delincuentes y abrieron una brecha. Los caballeros de tercer grado ya se encargaron del problema. Eso es todo lo que sé.
—Ah… Ah, ok.
—Entonces, vuelvo en veinte minutos con tu pedido.
—Oye, Don —susurró Miriel.
—¿Qué pasa?
—¿De qué te sirve fundir la obsidiana si puedes usarla como potenciador?
—Ciertamente, muchos usuarios de luz o fuego la usan para eso, pero ya sabes que es ineficiente. Según mi maestro, solo representa el 0,5% de la potencia normal de un usuario potenciador.
—Veo que le sabes. Pero no te entiendo: ¿qué vas a hacer con eso?
—…Eh… Ese cristal, llamado obsidiana, tiene capas con propiedades reflectantes. Altas capacidades de absorber y reflejar luz. Eso puede ayudar mucho.
—¿Ayudar en qué?
Don la miró por unos segundos y respondió:
—No lo sé. Pregúntaselo a mi maestro. Él me envió.
—Oye, chico —interrumpió Rognar—, ¿sabías que andas con la elfa más fea de su tribu y con menos talento? Vaya, ahora entiendo por qué terminó como guía —se rió de ella.
—¿Por qué le dices eso? ¡Mientes! —gritó Miriel.
—Sé el infierno que es viajar contigo. Lo hago por el muchacho. Ya lo sabes, chico: cuando te vuelva a molestar, dile lo fea que es.
Me lanzó el frasco con la obsidiana fundida. El trabajo era perfecto, de pureza impecable.
—Je, je… Sí. Eres muy bueno.
—Ay, ¿me estás halagando? Ya sé que soy el mejor de aquí, y pronto seré el mejor de todo el Reino de Montesis.
—No lo dudo. Nos vamos, Don.
—Oye, chico: no la juzgues demasiado pronto. ¿De acuerdo?
—Vámonos. El camino es largo.
—Sí.
«Economía: 85 monedas de oro».
Y así fue como nos despedimos. Tachamos uno más en la lista. Ahora quedaba encontrar la aleación mística. Ni siquiera sabía qué era ni dónde hallarla. Empecé a notar que me quedaba poco dinero, así que decidí gastar lo mínimo. Ella insistió en dormir en una posada, pero me negué a sacar una moneda más. Finalmente, pagó un cuarto para los dos. Como yo no contribuí, dormiría en el suelo y le debía el pago.
Al volver a Dusk, encontramos una posada. El recepcionista nos miró raro al pedir «un cuarto para uno» y nos acompañó. Al entrar, me sentí cansado. Extrañaba una cama después de cuatro días, pero solo había una.
—El que paga manda —dijo Miriel—. Duerme en el piso. No pienses en compartir conmigo. Eres un hombre, yo una mujer, bla, bla, bla… —pero ya no me importaba. Solo quería terminar este viaje y volver con mi maestro.
Cerrando el puño, pensé: «Me confié y casi muero. Cuando intenté usar mi control del fuego, no funcionó… ¿Qué me pasa?». Era como si perdiera el dominio de mis poderes.
—Oye, Don —rompió el silencio Miriel—. ¿No te preguntas sobre lo que te atacó?
—Sí.
—Sé que me odias por no ayudarte. Mejor no te metas en salvar a los que no tienen tu suerte. ¿Los liberaste y ninguno te hizo caso, verdad?
—Fue mi culpa… ¿Crees que los niños pudieron sobrevivir?
—Es probable.
—¿Quién era ese hombre? ¿Y qué era esa cosa gris a su lado? —pregunté.
Ella lanzó una mirada desconfiada y evitó responder. Tras minutos de silencio, contestó secamente:
—Olvida lo que pasó. Ese sujeto está loco y se cree dueño de todo. No le des motivos para perseguirte… Gracias a mí, hizo la vista gorda por intentar robarle su mercancía.
—¿Cómo te atreves a llamar «mercancía» a personas retenidas contra su voluntad?
—¡Cómo se nota que eres un crío! Buenas noches, Don.
Contuve las lágrimas de rabia al recordar mi impotencia y cómo asesinaron a la niña. La frase resonaba: «No eres un héroe, no eres un héroe…».
De pronto, un zumbido en mi cabeza se intensificó.
—¿Estás bien? —preguntó Miriel.
—¡Sí! —mascullicé, pero el dolor estalló. Grité.
Ella intentó hechizos de curación, pero ninguno funcionó. El dueño de la posada golpeó la puerta, alarmado. Todo paró como una rama que se quiebra.
—¡Ahora dime qué te pasa! ¿Te estás muriendo?
—¿Lo que hiciste antes era magia?
—Sí. Todos los conjuros fueron anulados. Eso no pasa con humanos normales —dijo, sospechosa.
—¡No me mires así! ¡Yo tampoco lo entiendo!
—Intentaré un análisis. Y más te vale callarte.
— Eso no existe, ademas es ilegal usar Magia.
— ¿Tu me lo vas a impedir? Me pregunto, y luego juntó las manos, ignorando mis protestas.