—
—Él viene conmigo.
—Como usted diga, señorita Rockstone.
Cuando pensamos que todo ya había terminado, el guardia llamó a Miriel de vuelta y le confesó que no le importaba mucho lo que pasaría en el camino, pero acentuó que sería de muy mala educación entrar con su acompañante vestido como vagabundo, y le pidió que no pasen por vías públicas y que se encuentren cualquier confeccionista de la ciudad [En este mundo absolutamente nadie compra ropa nueva o usada, todos pasan a un confeccionista, bueno solo los pobres compran ropa, otra manera de distinguir gente de alto rango y gente pobre o de pueblo.], que pueda arropar a su acompañante. En ese caso, Don...
Al traspasar la entrada gigantesca, los ojos de Don deslumbraban de emoción al ver tantas personas elegantes y pasillos tan bien cuidados. La calle principal parecía un jardín mezclado con los tonos oscuros de cada casa. Algunos tenían al frente de sus casas pequeñas mesas y algunas sillas. Todo se veía modesto y limpio, pero lo más sorprendente ante sus ojos eran las hermosas doncellas que pasaban, algunas en grupo de amigas...
—¡Hey! Vamos, por aquí, no queremos atraer la atención.
—No… ¿por qué? Este es el camino principal, ¿no?
—¡Ven aquí, pendejo! ¿Ya olvidaste que estás desnudo? —Terminó, y justo así ella lo forzó a salir de las calles principales y pasar entre los rincones estrechos de la ciudad para encontrar una tienda de confección lo más cercana posible.
Bien que Don se negaba por su curiosidad tan ambrienta de saber, entusiasmado por ver lo más bonito de la ciudad e intrigado por lo que se puede encontrar y nunca ha hecho antes. Así que recorrieron unos 50 metros, pasando de callejón en callejón evitando muchas miradas. Aunque Dusk es gigantesco, tan grande que para recorrerlo cualquiera se tardaría un mes sin descansar.
Al llegar a la primera tienda, el confeccionista, con solo una mirada, se rehusó a trabajar para Don. Así que fueron a un segundo lugar, pero este ya se encontraba en medio de una zona bastante abierta donde justamente había bastantes tiendas y muchas personas. Había un poco de todo: vendedores de frutas, de herramientas, herreros, pescadores vendiendo pescado. Justamente, varias tiendas de confección que para Don venían perfecto. Entró a una primera y notó que los precios para un traje normal eran muy altos: 50 monedas de oro por cada pieza, pantalones, chaleco y demás.
Los aventureros pasaron por varias tiendas. La verdad, como es una villa de nobles altos y bajos, los gustos de la sociedad difieren con los de Don, porque cada confeccionista no entendía y juzgaba siempre con mala cara el estilo que indicaba Don. Al fin y al cabo, Miriel le dijo que se comprara uno de estos trajes de nobles y después, si quería cambiar de vestimenta, podría hacerlo. Así que Don, como siempre, negoció los precios con el confeccionista y se pusieron de acuerdo en un precio, pero justamente Don puso un inciso en un estilo modificado del original que, de por sí, después Don iba a lucir como un espía en traje con la manga recortada: un look que le pegaría bastante, pero como buen aldeano de Dunkaster, prefería lucir como un granjero medio mecánico de terralitos.
Y entonces esperaron sentados.
Durante la espera, de vez en cuando Don creaba fuego entre sus dedos; en otras, se quedaba tan callado que Miriel se sentía incómoda cuando no se oía nada; y en otras, hacía preguntas sobre absolutamente todo: «¿Qué tiene la ciudad?», «¿Si tienen nuevas cosas para comer?», «¿Si tienen playas? Que siempre ha oído hablar de ellas», «¿Cómo se ven los guardias de primer grado?», «¿Dónde está el rey?», «¿Cómo es la Legión de la Llama de la Tercera División?», «¿Qué es el pollo?». Preguntó de todo. Y Miriel es una persona que habla bastante más que él, y siguieron así durante dos horas completas. Pero en un momento muy capcioso de la conversación, él por fin le reclamó todo lo de antes, ya que Don no es estúpido: entendió que ella mintió para que pudieran pasar y entendió muy rápido que hay ciertas cosas que no se pueden pronunciar en público. Y le dijo, pronunciando Mai:
—My, ¿quién es Mei Wei? ¿Y cómo que… la jefa?
—¿No sabes quién es? Tiene el bar más famoso de Montesis… Bueno, igual, ya parece que es verdad que es la primera vez que cruzas las fronteras de Dunkaster. —Y de repente mencionó con decepción y arrepentimiento—: Pareces un niño que acaba de probar un dulce. Te emocionas por todo.
—Nunca he sentido las ganas de salir. Siempre he tenido la ilusión de quedarme en el pueblo y conocer a Kira. Parece raro, pero mi maestro y mi abuela son tan felices juntos que creo que de algún modo siempre quise ser como ellos.
—¿Y por esa razón te fijaste en una mujer de 5 o 7 años mayor que tú? ¡Qué humano más peculiar eres! ¿Qué edad tendrás: 17, 21…? Estoy intrigada.
—Te lo diré luego. Y, ¿qué me dices de ti? ¿Por qué el guardia te llamó Rockstone con un tono… como que eres muy importante? ¿Eres noble? —Rápidamente, el confeccionista volteó a ver si era real al escuchar ese nombre.
—¿Qué dices, estúpido?
—Solo quiero saber…
—Te lo diré luego… Olvídalo, no es importante.
—¡Oye! —dijo Don curioso.
—¿Qué?
—Es que… ¿puedo tocar tus orejas?
—¿Qué?
—Te estoy pidiendo si podría yo… tocar… tus…
—¡Claro que no! ¿Qué te pasa?
—Solo quiero ver si son reales.
—¡Sí lo son, estúpido! ¡Humano rarete! Bueno… quédate aquí, yo vengo ahora. No te muevas.
—¿A dónde vas?
—Voy a buscar un conocido que nos será útil. —Terminó. Se levantó y se fue.
Al rato, el confeccionista terminó de hacer la vestimenta completa y se presentó con él, luciéndola de una mano, y le pidió a Don que la luciera con una amabilidad que no tenía antes. Pero extrañamente, en los últimos momentos, al crear el traje, era muy lento, y de pronto, antes de terminar, cambió la hoja de estilo que usan los confeccionistas para seguir una orden clara al crear cada pieza personalizada, para que sea perfecta y de máxima calidad para cualquier persona que exija esos servicios. Pero me pregunto: ¿por qué de pronto cambió de actitud?
—¿Por favor, señor, me haría un favor de probarla? Esta es mi mejor obra de arte hasta ahora.
—Sí, claro. No tengo ningún problema, pero ¿estás seguro de que no se va a romper? Se ve un poco estrecho.
—No se preocupe, señor. Póngaselo, todo estará bien. —Dijo el buen señor. Y justo como lo mencionó, el traje se acomodó automáticamente al cuerpo de Don. Y vaya que Don lucía perfecto, diferente y muy elegante.
Don se quitó la manta de su maestro que le cubría el torso completo y puso a descubierto ante el confeccionista su cuerpo, sus cicatrices, pero sobre todo sus maldiciones: dos tatuajes fusionados con su cuerpo, uno enorme que cubre su espalda completa y el otro en su cuello. Y muchos, al verlo, pensarían que tiene dos sellos anclados a él, pero con toda la sorpresa, me temo que no es lo que parece.
Mira en el espejo un reflejo que lo observa con una precisión que roza lo inquietante. Su traje, tan meticulosamente compuesto, parece una declaración que habla por sí misma: pantalones negros, largos y perfectamente ajustados, que caen sobre sus zapatos relucientes como si fueran parte de un guion que se repite una y otra vez. La camisa blanca, casi impoluta, se recoge con gracia dentro de su pantalón, casi como si no pudiera existir sin estar allí, atrapada entre la tela y la vida que la lleva.
Las mangas recortadas —esas líneas que la tela deja abiertas— fue justo lo que pidió. Sin embargo, hay algo extraño, algo que le hace sentirse como un espectador de su propio reflejo: como cicatrices, justo colgaban cadenas del pantalón y le dio un aire de diseño incompleto, no terminan de encajar.
Y su cabello, tan desordenado, tan lejos de la perfección que la prenda exige. Se siente como si, por un momento, el caos de los cabellos despeinados estuviera desafiando la elegancia que, por lo demás, parece perfecta. Es un contraste incómodo, una lucha entre el control y la libertad. La falta de orden en su cabello le da la sensación de ser un hombre que no pertenece completamente a ese traje. El desdén por la rigidez del estilo formal lo hace sentirse como un intruso en su propia imagen, un extraño jugando a ser lo que no es.
Es como si la prenda, aunque lo envuelva con la promesa de elegancia, dejara escapar algo de su esencia. Entonces hizo sus fechorías en el traje terminado: pidió que le agregaran más bolsillos para poner más herramientas, y de pronto pensó en su cola. Se amarró la manta entre su cintura y terminó tapando su trasero. Luego pidió un pañuelo para cubrir su cuello, pero supondremos después que es para tapar sus ojos rojizos que pueden ver hasta en la oscuridad más extrema. Y así fue como casi el confeccionista se desmaya al ver cómo destrozan y ensucian su obra. Y justo como siempre lo quiso, se quedó con un look de mecánico elegante —creo que es la mejor definición que se le puede hacer al nuevo look de Don—. Y justo llega Miriel para presenciar esta aberración.
—¿Qué es esto? Te ves como un mecánico de terralitos.
—Eso soy. ¿Por qué lo dices como si fuese ofensivo?
—Sí, lo digo. ¡Ya nos vamos!
—Espérame, todavía no he pagado. Tome sus 15 monedas, señor.
—No se preocupe. Fue un gusto servir a un Rockstone. Solo acuérdese de este lugar y de mí.
—¿En serio? ¿No vas a tomar el dinero?
—No se preocupe. La señora le está esperando, vaya con ella.
—En serio… ¿Qué está pasando? —murmuró Don confundido, y partió de inmediato mirando cada metro atrás con la corazonada de que el comerciante no cambie de idea y lo llame ladrón. Porque ¿quién se creería que había conseguido un servicio tan costoso gratis? Y otra vez volvió a preguntarse la importancia y el nombre de su guía.
Pero parece que ambos tienen innombrables secretos que contar, pero ninguno se atrevería a revelar lo más profundo que les concierne en verdad. Un pequeño lazo… ¿Quién diría que una aventura que empezó con una hermosa elfa estrechando la mano con una sonrisa terminaría en una desgracia sin perdón?
Mientras caminábamos en el centro de la ciudad, le insistí a Miriel que me enseñara un poco la ciudad. Pasamos por bastantes lugares: almacenes y gigantes de mercancías, y pasamos por acantilados justo por debajo de la ciudad para llegar a los barrios de los pobres, porque justo ahí se encontraba el herrero que buscamos. Y no podemos pasar directamente desde arriba porque los guardias no nos dejaron pasar, aunque es más porque les prohíben a todo aventurero pasar por las calles del barrio de los pobres.
Era un camino muy oscuro y pasamos por mucho antes de llegar… Él fue insoportable. Si no hubiese salido, me hubiese desmayado. Aunque lo más interesante es que, pasado unos 2 kilómetros, ya el túnel está limpio y vigilado por otras personas que no parecían guardias. Miriel habló con ellos porque intentaron estafarnos, esos mandriles, porque justo estábamos en la entrada de uno de los mercados negros más hermosos que he visto en toda mi vida.
—¡NO PUEDE SER! —grité—. ¡Tienen un Condensador de Flux Éterico, un Fractalizador Aetérico, un… un… Omniarco de Plasma Éterico…! ¿Cómo puede ser? ¡Esto es el paraíso!
—Solo estamos de pasaje, Don. Además…
—¿1500 de oro por cada una? —pregunté enojado al vendedor—. Le tengo 50 monedas de oro, niño. ¿Podemos negociar por solo el Fractalizador? —le dije al niño que estaba comerciando tales cosas. Y además es un niño. Con ese Fractalizador, podré crear un montón de contenedores para almacenar bombas.
—Definitivamente no. 1500 o nada.
—No puede ser. Lo has visto: está usada y está dañada.
—1300 o nada.
—¿Cuánto dinero tienes, Don? —preguntó Miriel.
—1, 2, 3… 110 de oro.
—¡No me hagas perder el tiempo, pinche humano! Vámonos ya. Te pasaste todo el día comprando basura que no sirve y buscando chatarra que no sirve para nada en la basura.
—Tampoco tenías que gritarlo, ¿sabes?
Y así fue como empezó a arrastrarme. Cada vez que mis ojos empezaban a brillar por todo lo que veía en el barrio de los pobres, una vez afuera, lo que sí logré comprar fue comida, y no cualquiera. Hoy he desbloqueado un nuevo gusto, un gusto tan sabroso como el amor. La mujer más sexy del mundo me acaba de robar el corazón. Creo que por fin me voy a casar, como en los cuentos. Esta vez no con una mujer cualquiera, porque tengo un amante perverso y rico: una empanada de pollo con queso fundido. Por cada moneda de oro te dan 10. Y continuamos. Visité una tienda tradicional con mantas, cuna, boya común a precios muy baratos. Después, noté puestos donde exponían a personas: jóvenes como viejos, mujeres y hombres, pero sobre todo noté muchas niñas con cadenas en el cuello y en los pies. No entendí y quise acercarme para ayudarla a sacarse esas cadenas…
—No —respondió Miriel, agarrándome fuertemente del brazo.
—Oye, ven conmigo. Algo anda mal aquí: esas personas tienen cadenas.
—No puedes ir.
—¿Por qué?
—Porque lo que ves ahí son esclavos.
—¿Qué es eso?
—Son mercancía de otras personas, y para otros son objetos. Ya vámonos, no puedes hacer nada por ellos.
—¿De qué hablas? ¡Por qué no!