Y cuando Agaêl volvió a escuchar esa pregunta repetirse por segunda vez de los labios de su antigua amiga, ahora convertida en una persona diferente, con el corazón completamente corrompido, se estremeció.
Cuando Calenmir le hizo entender que su presencia a su lado no era necesaria, Agaêl se enmudeció, congelada, mirando a su reina a los ojos, intentando comprobar si sus intenciones realmente reflejaban sus sentimientos. Entre la duda y una triste esperanza, Agaêl se sintió compungida y respondió de tal modo para corregir su error:
—Perdón por la osadía, Vuestra Majestad... No debí hablarle así. Imploro su misericordia, le ruego me conceda una segunda oportunidad. Aunque no sea necesario y no le causaré ningún problema, permítame permanecer a su lado, mi reina. Se lo ruego —dijo, solo para mantenerse al lado de su reina y apoyar, como pudiera, a su amiga de la infancia.
Calenmir respondió con firmeza:
—¡Entonces empieza por dejar de faltarle el respeto a tu reina! —exclamó.
—Como usted ordene, Su Majestad. ¿Algo más en lo que le pueda ayudar? —preguntó Agaêl con un tono de voz afligido, en reverencia.
—Quiero que busques cuáles de nuestras antiguas tierras producían metales indispensables. Escribe una carta a nuestros aliados informando los cambios que negociaremos. Infórmate de las rutas comerciales entre nuestro reino y el de Montesis, y necesito hablar con mi general en privado. Quiero los informes en diez minutos, antes de la reunión. Eso es todo. Ve y no te demores —ordenó Calenmir.
—Por supuesto, Su Alteza —respondió Agaêl, y antes de retirarse inmediatamente, añadió—: Con todo respeto, si me permite, mi reina, me atrevería a presentarle mi humilde opinión.
—Adelante —concedió Calenmir.
—Por como la conozco, usted será la mejor reina de Zephyria que hemos tenido. Estoy segura de ello —dijo Agaêl alegremente.
—Gracias por dar tu opinión sincera. Pero debo rectificarte: no me conoces en nada. Ahora puedes retirarte, Vitrivil —declaró Calenmir sin mostrarle la más mínima sensibilidad.
—Me retiro —respondió Agaêl en reverencia y se alejó.
Los fríos e indiferentes ojos de Minimus invadieron el incómodo silencio de la conversación entre ellas antes de separarse, después de que Calenmir recibiera la visita del elfo con mayor rango de poder decisivo en el ejército: el general Amanon, un poderoso general de rango 6 que lideraba las tropas del ejército zephyriano.
Acompañada de su general y de Minimus, Calenmir penetró en la sala de la reunión, donde ya todos esperaban su llegada. Al instante, todos se levantaron para recibir a su reina proclamada. Doce espadas fueron desenvainadas de sus fundas y alzadas en honor a la llegada de la reina, al mismo tiempo.
La reina se sentó en el asiento distintivo en la parte superior de la mesa circular y, con gestos cargados de gracia, ordenó que todos guardaran sus armas. En la reunión estaban presentes catorce invitados, todos sin falta. Rápidamente, Calenmir dio por iniciada la reunión sobre cuáles serían los próximos pasos para ganar poder y respeto frente a las otras naciones con mayor poder decisivo y ofensivo en la faz de la tierra, como Miwova, Montesis y Astoria.
Agaêl, la dama de compañía de la reina, tomó la palabra y recordó ante todos en la reunión, compuesta únicamente por elfos, que, por desgracia, el reino de Zephyria y sus habitantes se encontraban en una situación desfavorable y de precariedad frente a las peripecias que les traería el futuro si no hacían un cambio de estrategia. Señaló que, ante cualquier enemigo potencial, el reino no representaba una amenaza, por lo que el respeto hacia Zephyria había caído en un 60% desde la toma de posesión de la última reina, Elysia Calgia III. Afirmó que las finanzas del reino estaban por los suelos: de cada diez elfos, siete eran pobres. Aunque poseían los mejores talentos del mundo en la práctica de la magia y el manejo de espadas, el ejército élfico presentaba un declive monumental por la falta de materiales indispensables para crear armas, bastones, armaduras y terralitos. Los pocos recursos y minerales, como el metal azul, el crifton y, lo más raro, el eldorium, estaban en escasez, y los precios que cobraban los reinos que los producían a gran escala eran demasiado elevados.
Agaêl enfatizó que, más allá de haber perdido más del 60% de sus tierras originales —tierras importantes que producían dichos metales codiciados por todo el mundo—, estas estaban ahora en posesión del avance pasivo del Bosque de los Siete Reinos. Aunque la corrupción estaba bloqueada y su paso limitado por barreras purificadoras hechas a base de una mezcla entre un terralito y una flor esmeraldia, llamada Pantalla, este terralito servía como amplificador y comunicador entre otras Pantallas, que se unían para crear una barrera que impedía y eliminaba constantemente el rastro de la corrupción. Finalizó su monólogo señalando que el avance de la corrupción preocupaba a los otros reinos, pues Zephyria era el frente más cercano que impedía su progreso, una corrupción que transformaba a todo ser vivo en un monstruo.
La reina tomó la palabra para agradecer el reporte de Agaêl:
—Gracias, señora Agaêl. Puede retirarse por ahora.
—Como usted ordene, mi reina —respondió Agaêl y se retiró del cuarto de inmediato.
—Señoras y señores, gracias por acudir a mi llamado. Como acaban de escuchar, nuestro reino está en una situación crítica a causa de las malas decisiones de mi madre y un mal trabajo por parte de ustedes —dijo Calenmir, mientras muchos de los presentes se mostraban indignados ante la franqueza de la reina—. Y yo no acepto mediocres e ineptos en mi reinado. Espero, por el bien de sus vidas y sus familiares, que se entreguen en cuerpo y alma al triunfo de mi reinado. Ahora, procedan a presentarse, empezando por mi general.
—Permítame, Su Majestad. Mi nombre es Amanon Aldaachadriel, comandante del ejército de Zephyria. Veterano de guerras pasadas, hombre de pocas palabras, respetado por mi experiencia en conflictos bélicos. Sirvo a mi reino desde Calginia II —declaró el general.
—Lord Thalanor Eryndor, a su servicio, mi reina. Líder del Estado del Norte de Zephyria —continuó el siguiente.
—Bienvenido, Thalanor —respondió la reina.
—Lady Sylmira Nyelthien, líder del Estado del Este, territorio agrícola y mágico. Le juro lealtad, reina Calenmir —prosiguió.
—Lord Agarrond Darethor, líder del Estado del Sur, zona militar y fronteriza. Es un honor conocerla, mi venerada reina —añadió otro.
—¿Cómo estuvo el viaje hasta aquí, señor Agarrond? —preguntó Calenmir.
—Lo he disfrutado, Su Majestad —respondió.
—Bien, qué gusto me da escuchar eso. Y tú, jovencita —dijo la reina, dirigiéndose a la siguiente.
—Lady Celebiel Virellen, a su servicio, Su Majestad. Líder del Estado del Oeste, centro comercial y diplomático —se presentó.
—Interesante. Mis cuervos me han susurrado con buen gusto tus habilidades, señorita Celebiel. Astuta, calculadora, maestra de la política interna. Me dicen que controlas las rutas comerciales y las redes de influencia entre nobles y casas menores —comentó Calenmir.
—Mi reina, me honra con sus palabras. Que Su Majestad reconozca mis esfuerzos es un privilegio que guardo con gratitud —respondió Celebiel.
Luego, la reina presentó a sus invitados especiales, algunos ya nombrados y otros, como Sindra, recién designados para sus puestos. Calenmir escuchó atentamente todas las presentaciones y los roles de cada uno en el reino. Pensó en cada caso y decidió hablar sobre ello de manera privada con cada parte, reservando la charla sobre un posible plan de guerra en extrema privacidad con su general y unos pocos más. Entonces, comenzó por la economía, dirigiéndose directamente a lady Celebiel y al recién nombrado Orodrîeth Velassar, diplomática encargada de tratados y relaciones exteriores, de voz suave y mirada afilada, conocedora de todos los idiomas y protocolos, quien había salvado al reino más con palabras que el ejército con hechizos superiores.
Calenmir ordenó:
—Celebiel, quiero que obtengas una audiencia con el rey Montesis III y fortalezcas aún más nuestras relaciones comerciales. Quiero que encuentres la manera de que nos bajen los precios de los alimentos, ya que nuestras cosechas están echadas a perder. Entrégale esta carta de mi parte y dile que le haré una visita muy pronto. Orodrîeth, encárgate de entregar estas cartas a nuestros aliados dormidos, de parte de la reina. Y les revelaré a todos qué contiene esta carta: señores, declaro que mañana por la mañana tomaremos el reino de Eldoria y haremos nuestras las bestias inmundas que beben, cojen y se reproducen sobre nuestras tierras.
—Disculpe, Su Alteza, ¿en qué nos beneficia hacer esto? No tenemos el poder suficiente ni siquiera para alimentar a nuestro pueblo —preguntó Orodrîeth.
—Nos beneficia en mucho, señores, pero dominar a las bestias no es el objetivo, sino sus piedras extremadamente raras —explicó Calenmir.
—Usted planea tener el control sobre las únicas piedras capaces de mejorar las armas, el eldorium. Pero si hacemos esto, estaríamos jugando con los intereses de Miwova y sus aliados. Los theriantropos de Emberfall no estarán muy contentos; eso crearía una guerra entre todos, Su Majestad —advirtió Orodrîeth.
—Verdad que sí. Pero solo estás viendo el pequeño panorama que tus sentidos logran percibir. Los cargamentos de eldorium extraídos en Eldoria pasan por nosotros. Es posible que estalle una guerra de intereses, cierto, pero a partir de mañana el mundo se dividirá en dos bandos: los que tienen el poder y los que se resignan a ser gobernados. La oferta a nuestros aliados es demasiado buena. Ahora, ustedes dos, retírense y hagan su trabajo —concluyó la reina, abriendo paso a la última conversación, la más importante, donde hablaría con mayor franqueza.
Entre sus invitados nombró a un rastreador real de sexto rango, Dringnir Faenlor. Pocos llegaban al rango 6, y menos del 30% alcanzaban el rango 5. Sobre la mesa redonda, activó un conjuro que permitía transformar o modelar cualquier objeto y convertirlo en un mapa mundial. Entonces, se reflejó sobre la mesa todo el bloque oriental: el reino de Montesis, Zephyria, el Bosque de los Siete Reinos, Eldoria y, por último, el reino de Tordontos.
El conjuro confirmó lo que la reina buscaba. No solo permitía ver la forma del lugar en el que se enfocaba, sino que, a este rango, el usuario podía localizar lo que contenía la tierra de esos lugares. Las tierras perdidas por el avance de la corrupción poseían las reservas más grandes de metal azul (un 70%), un 35.9% de reservas de eldorium —más que el mismo reino de Eldoria, un imprevisto que sorprendió a la reina— y un 13.8% de crifton, un metal usado para crear las criftocristales, bolsas que contenían el aetheris del individuo, indispensable para manifestar o controlar la magia. Todo aquel que llevaba una criftocristal la protegía con su vida, pues, aunque era indestructible, nada en el mundo podía destruirla o desvincularla de su dueño una vez creado el vínculo.
Pero ahí no terminaba la cosa. El rastreador logró encontrar el rastro de una gema única, que solo podía ser usada por alguien excepcional: el bastón del rey Tordontos.
—La Lagstone… —mencionó la reina, con los ojos completamente redondos, perpleja al saber de su existencia.