LOS OCHOS CAMINOS DE LA REDENCION DEL HEROE.
“No hay peor ciego que aquel que se niega a ver”
Tres semanas antes de la invasión de Eldoria…
Cuando apenas se levantaba Don de una siesta bastante difícil de conciliar, por culpa de los numerosos choques bruscos de una carreta lenta con el típico toldo blanco grisáceo, ensuciado por los numerosos viajes entre villas y pueblos, posesión de un humilde usuario de vegetación (un hechicero de segundo rango), y Don, sabiendo muy poco de las posibilidades de este mundo, le preguntó a qué se dedicaba aquel hombre de vieja edad. Esta fue su respuesta:
—Un cultivador —dijo el hombre.
El hombre reservado se negó a decir más, aunque fuese pagado por viajar con dos extraños junto a su ganado. Así que Don volteó la mirada hacia Miriel, dejando entender que le explicara lo que aquel hombre, sentado en el asiento del coche dirigiendo un caballo, quería decir. Entonces, ella le explicó que su poder probablemente le permitiría acelerar los cultivos o detectar mejor cierto tipo de plantas que serían útiles para medicinas, todo lo que tuviera que ver con vegetaciones naturales. Su poder lo limitaba a eso y, además, eran incapaces de ejercer la magia.
Se dirigieron hacia un destino bastante movido, como estos campos abiertos, donde se apreciaban vastos paisajes, donde el viento arrastraba y hacía bailar los cultivos, las hojas de los árboles y una adorable brisa que desarreglaba, cada cuanto, el arreglado corte de Miriel.
A su lado se encontraba Miriel, que seguía despierta durante todo el viaje, vigilando sin cesar cuando Don, por fin, abría los ojos.
Apenas pudiendo despegar los ojos… el pobre, sin poder evitar, todas las veces, caer en una tortura de minutos, o hasta horas, dependiendo de la dificultad del camino. Algunas rutas eran peligrosamente estrechas, mal hechas o llenas de obstáculos de todos los tamaños, desde gigantescos árboles derribados por quién sabe qué, hasta diminutas piedras que desgastaban la vida útil de la carreta de este humilde vendedor de hierbas medicinales.
Don, deseando encontrar la mínima paz, era de alcanzar el sueño en un transporte hecho para llevar cargas y no personas, aunque estuvieran protegidos del sol y el calor extremo que hacía en el valle de Lunaria. Esto hacía que el camino se volviera cada vez más peligroso, impidiéndoles recorrer, durante horas, valles rocosos, paisajes ausentes de la mínima gota de agua con total tranquilidad (algo que afectaba el ánimo de Miriel cuando hacían paros para descansar).
Una hora más tarde, Don, otra vez al abrir los ojos por unos minutos, se dio cuenta de algo... Al admirar tímidamente en el silencio, entre ellos dos había un tercer invitado a bordo del que Don no se había percatado. El sonido de una fantástica melodía cargada de mensajes del futuro, una melodía sensacional capaz de transportar al oyente a un mundo lleno de esperanza. Aquel joven de ojos púrpuras apagados, pelo negro de un corte corto y decaído hasta el cuello, con una trenza suelta a su derecha y un sombrero de pirata, probablemente robado, ¿o no? Apariencia treintañera, con una mandíbula pronunciada, vestido humildemente con una pluma de ave en la oreja derecha, tocaba la flauta con extrema proeza.
Don, que apenas abría los ojos con timidez una vez más, logrando apenas distinguir cómo se veía este curioso personaje, llevado por un fuerte viento de aburrimiento, se volvió a dormir.
Y, en contrario de lo que pensaréis, Don y Miriel no habían abandonado por mucho tiempo la última posada, desde la última travesía que tuvieron antes de encontrar el cristal de obsidiana fundido y empacarlo en su bolsa.
Este nuevo día dio comienzo al primer día de viaje para encontrar el próximo elemento faltante de la larga lista de Don para crear el objeto que le permitiría seguir caminando entre la multitud sin que lo vieran raro, o peor aún, que lo capturaran por un motivo que, hasta ahora, desconocía.
Abandonaron las tierras de los nobles Dusk hace ya más de tres horas, en el silencio y la discordancia que se sintió entre Don y Miriel cuando sus valores chocaron frente a decisiones duras de tomar, en situaciones extremas como vivió Don aquella noche en la que dos niños esclavizados murieron por su ingenuidad, ante un mundo cruel que no se esperaba.
Y aunque quería cumplir con las órdenes de su Maestro al conseguir los dichosos elementos de la lista, desde luego que empezaba a disgustarle bastante la actitud pasiva de Miriel ante las injusticias de ciertas personas hacia los demás.
Pues, contra todo pronóstico de una sonrisa y una cerrada de mano cálida en un principio… ahora ya no parecía lo mismo… solo después de dos días de dejar las tierras natales de Don, Dunkaster.
Este rifirrafe que se produjo entre un mundo que no tolera la estupidez disfrazada de nobleza y el deseo natural y digno de querer ayudar a todo aquel que lo necesita, nos hace pensar en dos mundos que se chocan y las curiosidades del uno por el otro se hacen trizas rápidamente.
Pero los dos son tan jóvenes que no podemos sacar conclusiones de esta historia de manera tan espontánea.
Ya después de cinco horas de camino… al sexto despertar de Don, conoció al joven hombre —que es muy apuesto, la verdad—, que acompañaba a nuestros dos aventureros en esta larga travesía para llegar hasta la siguiente villa. Don, muy maleducado, se quedó mirando al hombre tocando la flauta y cantando historias… secretos de mil lugares del mundo, haciendo que el viaje fuera menos aburrido y largo para algunos, como el señor que conducía con mucho esfuerzo y Miriel, que, de repente, desde hacía ya más de media hora, se mantenía alerta, advirtiendo que el atajo que tomó el señor no era el mejor, pasando por un bosque donde, tal parecía, el sol no llegaba…
Pero el señor, más allá de preocuparse, se quedó muy tranquilo, afirmando que había entregado miles de cargamentos de vegetales frescos y medicinas muy bien valoradas tomando ese atajo sin que los peligrosos ladrones interceptaran su cargamento, reiterando en su propia narrativa que los molería a golpes si era necesario.
Y… aunque no importa lo fuerte que seas, las personas que se dedican a robar, saquear y asesinar, la mayoría son conocidas por ser precisamente individuos que no juegan con su víctima o presa.
Ni en lo más mínimo.
La gran parte de sus víctimas relatan la crueldad y la falta de humanidad de aquellas personas.
—El artista que relata aventuras por donde pisa —mencionó él, cuando fue el primero en tirar y estrechar la mano de un joven que, aunque relativamente tuviera más edad que él sin saberlo.
Dio el primer paso en presentarse ante un joven curioso, pero de una mirada tranquila y serena, y empezó:
—Mi nombre es Gregory Newland y soy un simple artista que sueña con ser un caballero y amparar lo que considera sagrado. Un gusto conocerte, viajero.
—El gusto es mío, señor Newland…
—Por favor, llámame Gregory simplemente o Mini… —entrecortó su palabra, pareciendo corregir un error, y retomó—: Minigregory, a su servicio, Don.
—Je, je, je… Gregory me parece bien —respondió Don con una sonrisa llena de nervios.
Luego, Miriel, sin previo aviso, se hizo un hueco en la conversación, aunque antes de esto no hubo ningún cruce de intereses, ni siquiera un saludo entre ellos dos desde que Gregory subió a la carreta, y ella preguntó sin ninguna delicadeza:
—¿De dónde vienes?
—Miriel, es muy descortés de tu parte hacer ese tipo de preguntas —reprochó Don al comportamiento de Miriel.
—No… no te preocupes, es normal desconfiar de la gente, sobre todo cuando eres un guía, intuyo por cómo vistes y tu bolsa, que resguardas con fervor detrás de tus dagas. Pero sí, yo soy un artista, vengo de Dunkaster.
—¿En serio? ¡Yo también! —emocionado, respondió Don, acercándose más a él como si ya fueran parientes cercanos, o más bien… mejores amigos. Y continuó, pero confundido, echando la cabeza de un lado—: Pero qué raro… ¿Nunca te había visto antes? ¿En qué casa vivías?
—Sï… es que… no me quedé por mucho tiempo allí. Vivía con mis abuelos, pero mi deseo de viajar por el mundo, de conocer a su gente, su cultura, su historia, me cautivaron desde pequeño. Así que salí a descubrir las maravillas del mundo desde temprana edad. Es muy probable que tú aún no hubieras nacido en ese entonces —respondió Gregory, pero en esa respuesta Miriel frunció las cejas al mínimo, sin dejar de analizar cada palabra que salió de su boca… desconfiada de su actitud cautivadora.
Así que al instante miró a un lado, enfocada en lo suyo, vigilar el camino, mientras que él y Don seguían hablando de todo un poco. En su conversación, Don aprendió algunas modalidades de cómo se visten los varnokienses, qué comen, beben, festejan, cómo pelean, el enorme orgullo que tienen para enfrentarse y, sin mencionar, lo que no puede faltar en una conversación entre dos hombres jóvenes cargados de emociones fuertes atraídos por la belleza y la fertilidad de una mujer.
Una conversación que atraía la mirada vergonzosa de Miriel de solo oír los fetiches extraños de Gregory, como lavar los pies de una dama, y entre otros… Estoy seguro de que sería demasiado mencionar cada uno que, con orgullo y sin vergüenza, explicó a Don…