En la Mente del Rey
Montesis usa el deseo como otra forma de dominio: toma a quienes considera hermosos, los convierte en objetos de placer y sumisión, los humilla o los eleva según su capricho. En su palacio hay cuerpos y estatuas, vivos o petrificados, que lo veneran sin voluntad. El sexo en su corte es ritual, herramienta, moneda, castigo. Su deseo no es por amor ni pasión, es por sometimiento, por control absoluto del cuerpo y del alma.
[Montesis III, Perspectiva]
Ante mis ojos veía cómo enormes jardines se morían a falta de la luz del sol, y de la nada las flores se incendiaban. La lluvia fría se tornaba en fragmentos de cenizas de los cuerpos hechos carbón; parecía ser el infierno… y la mano de un joven extendiendo una daga encadenada a su brazo, en mi cuello.
Sus ojos irradiaban el brillo rojizo de la venganza, furia por los suyos… La sombra de muchos espíritus acompañaba a aquel joven supaibi, pero algo más horrible estaba parado detrás de él a cientos de metros, aunque uno lo abrazaba completamente: una sombra con los ojos tan profundos que ningún ser o dios le podría escapar.
La otra entidad la conocía perfectamente, como el primer día de nuestro encuentro. No paraba de reírse de mí, en diferentes pesadillas y de diferentes maneras. Se reía de mí cada vez más fuerte cada vez que ese supaibi desconocido metía su espada en mi cuello. No importa lo que hiciese, yo, el rey más temido del mundo e imbatible, siempre acababa perdiendo ante ese escuincle, siempre de la misma forma, y ni siquiera parecía pelear en serio contra mí.
Mis ojos, aunque llorosos por la impotencia de cortarle la cabeza a esa cosa detrás, eran bloqueados por ese supaibi que siempre me cortaba el paso. No paraba de tener el mismo sueño incontables veces, un sueño por cada paso que he dado hasta ahora. Nunca siento poder alcanzar, arrancarle la cabeza, y mis manos tiemblan porque no siento nada más que furia y odio revolviendo mi alma. Cada vez más me doy cuenta de que necesito más poder, para que el día de su regreso del infierno pueda desmembrarlo por partes y dar de comer sus restos a mis lobos…
Y cuando el supaibi me cortó la cabeza, fue cuando, una vez más, pude salir de esa pesadilla que hostiga mi conciencia desde mucho antes de la última guerra que dio fin a todas las guerras.
Cuando desperté bruscamente de esa pesadilla, me encontraba en los baños reales de mi palacio, intentando relajarme en las aguas termales rodeado de hermosas elfas, Deltas y unas cuantas humanas… Pero mis favoritas siempre fueron las elfas, de modo que, en mi expansión sexual, nunca ignoraba a mi favorita de entre ellas, Shaylin. No paraba de morderme los labios en su presencia; sus orbes de una rareza púrpura hipnotizaban mis ojos de deseos solo por ella. Su belleza opacaba completamente la de otras decenas de mis juguetes. Aunque solo llevaba apenas unos pocos días, cuando se desvistió, su cuerpo deslumbraba feminidad: una piel clara sin imperfecciones, curvas pronunciadas, pero con partes ciertamente imperfectas. Cada vez me quedaba con la boca entre cerrada y abierta, perdido en su gracia al acercarse a mí.
Mis dedos seducían con interés sus suaves hombros y, de a poco, arreglaban el castaño largo de su cabeza, suelto en trenzas, cuando trataban de arruinar nuestros besos. Y solo después de horas de disfrutar su cuerpo y sus gemidos, dejaba que mis otros juguetes por lo menos pudieran tocarse y, en el futuro cercano, juntarse a nosotros. Pero Shaylin siempre era la primera en entrar en mi baño y acabar en mi cama, siempre dispuesta y obediente… Y empecé a ganar una confianza con ella que ni mis más altos mandos tendrían algún día…
3 días después de que nuestros viajeros ya se encontraban paseando por todo el reino…
En los pasillos del palacio, un agente encubierto, uniformado de manera diferente a todos los demás guardias, con un portapapeles entre las manos, avanzaba con firmeza hacia la sala del trono, donde permanece el rey la mayoría de las veces, esperando… ¿qué? Nadie lo sabe. Volviendo al vigilante del programa secreto, penetró las gigantescas puertas de la entrada principal hacia la sala.
Cabe mencionar que es muy raro ver su emblema pasearse por las diferentes salas públicas del palacio. Eso, para los simples guardias, indicaba que aquel guardia trabajaba dentro de un programa secreto, entre los tantos programas que ha creado el Rey Loco. Sorprendentemente, este se trataba de localizar y determinar el riesgo de un solo tipo de personas… para ser más específicos, de un solo tipo de raza. Un terralito que ayuda a identificar la raza de cualquier persona que entra o sale de la metrópoli, pero este equipo, detrás de la cámara llena de pantallas artificiales, registraba si un supaibi entraba o no dentro del reino.
Al llegar más cerca del trono, el agente inmediatamente se arrodilló ante un rey completamente indiferente a su presencia. Aun siendo un agente importante para el reino, Montesis bajó la mirada hacia el joven y le preguntó por su presencia, mencionando:
—Después de tantos años… he eliminado a cada supaibi de la faz de la tierra. Solo mis paranoias alimentan su existencia… Debería haber cerrado esto hace siglos ya. Pero días como hoy solo traen consigo sus malditos portapapeles, vistiendo sus hermosos uniformes. Ninguno de ustedes me ha traído lo que quiero. Queda un supaibi afuera, pero nunca… —dijo, interrumpido al final.
—Disculpe mi atrevimiento, Su Majestad. Hemos sido notificados sobre una alerta alarmante: una amenaza tipo S+ ha penetrado en nuestra metrópoli —informó el agente.
—¿Cómo ha sido eso posible? ¡Exijo explicaciones! —respondió Montesis.
—Pasaron normalmente, como cualquier mercader o gente común —explicó el agente.
—¿Identificaron la amenaza? ¿Cómo es posible que dejaron pasar a un monstruo en mi ciudad? —insistió el rey.
—No son monstruos, Su Majestad. Se trata de una elfa y un humano común y corriente. La elfa probablemente adulteró su poder verdadero con magia, porque se registra que es de rango 5 —aclaró el agente.
—¿Y el humano? —preguntó Montesis.
—Pues, señor, el humano fue registrado como anormal. No posee ningún poder y carece de flujo de éter, lo que significa que tampoco puede hacer magia. Es el ser más inservible que he visto en toda mi existencia —respondió el agente.
—¿Lleva dagas con cadenas ligadas a su cuerpo? —preguntó Montesis, pareciendo más tenso de lo normal.
—No, señor, no lleva ningún tipo de arma consigo, pero la elfa… —comenzó a decir el agente.
—¡Llévame a la cámara de vigilancia! Quiero verlo con mis propios ojos —ordenó Montesis.
Al llegar, Montesis miró las grabaciones donde dos jóvenes pasaban el control sin ningún tipo de problema antes de entrar a la metrópoli. Pero Montesis no paraba de mirar al joven inútil que mencionó aquel vigilante. Nadie notó que, por unos segundos, el rey inquebrantable estaba paralizado del miedo, esperando el momento en que ese joven se quitara la máscara que tenía.
Fue en ese ipso facto que su respiración se aceleraba dos veces más rápido por cada segundo que sus ojos seguían los pasos de ese joven entrando tranquilamente a su reino. Los operativos esperaban una orden de su rey, pero su boca, entre abierta y cerrada, mostraba una respiración entrecortada. Al instante, tratando de retroceder, miraba la grabación como si hubiese visto la muerte a los ojos, repitiendo en voz baja, como un pensamiento:
—Es él… es él, es… ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Dónde estaba escondido todo ese tiempo? Mis pesadillas… Viene a cobrar venganza, viene por mí… Quiere matarme.
Perdió el equilibrio, cayéndose fuertemente, arrojando algunas piezas y decorativos, como macetas y una espada. Los otros, tratando de ayudarlo, fueron rechazados. Le preguntaron qué quería que hicieran con ellos, porque se notaba a distancia que el rey veía más allá de una simple amenaza. Entonces, empezó:
—¡Quiero que atrapen a ese chico! ¡Es un monstruo disfrazado de humano!
—Pero, señor, es muy probable que la elfa sea la amenaza… —intentó decir un operativo.
No tuvo la fortuna de terminar su frase. Montesis liberó su éter, que llevaba controlando y reduciendo su influencia para que nadie se sintiera intimidado en su palacio. Pero esta vez no tuvo control, y su ira hervía sin parar. Levantó un golpe de pie a la altura de la cabeza del operativo, impulsando su cráneo contra el muro enfrente. Solo… lástima que su cuerpo no lo acompañase al mismo destino y simplemente cayera al suelo, brotando un río de sangre que calentaba los pies de sus compañeros.
Montesis, postrado y sin remordimiento, miró al cielo, gritó de furia, aumentando su alcance, dejando un siniestro sentimiento de miedo en todo el reino. Nadie podía ignorar esa cantidad de poder. Los que estaban más cerca vomitaron sangre. Pero, a los minutos de relajarse, agarró de la cabeza a uno de sus vigías, lo levantó buscando sus ojos y repitió con extrema frialdad, respirando violencia:
—Tráiganme a ese supaibi. O, si no, desmembraré a cada uno de ustedes, sus familiares y sus amigos. Si no me traen resultados, os volveré el festín de Varnok, que os quede claro. Quiero que la Primera y Segunda División se encarguen de esta calamidad lo antes posible.
El soldado, hundido en el miedo, asintió con la cabeza. Lentamente, paseando por el pasillo, todos se quedaban viendo al rey sin hacer nada. Nunca antes lo habían visto tan enojado.
Pero, en realidad, el sentimiento correcto era pánico. Y así siguió hasta sentarse en su trono, pensando, explicando, resolviendo todos los hilos enredados en su cabeza, acentuando su locura:
—Si lo capturo, me volveré más fuerte… Si consigo su sangre, viviré cien siglos más… Sí, eso es… —empezó a reírse tenuemente hasta que pareciera que estuviese murmurando solo, como si su personalidad hubiese cambiado en un instante, como si el antiguo nunca fuera el verdadero Rey Loco, solo dormía hasta este momento. Continuó con manos temblorosas—: Si consigo matarlo, volveré a ver a mi hija… Eso querría ella, eso es… Lo mataré y conseguiré el poder para rescatar a mi pequeña del infierno y matar a ese demonio… Te odio con todo mi ser, Lucibel.
El destino eligió al que es probablemente el único sobreviviente de su raza, capaz de estar en conexión con una fuerza inexplorada, el punto negro. Algunos textos antiguos dicen que los que están en conexión con la Nada traen sufrimiento y muerte.
Otros dicen que pocos pueden nacer bajo esta fuerza sin morir en el intento, y otros… dicen que su extensión es tan grande que nadie merece nacer bajo su flujo. El destino eligió a un joven que no tiene ningún interés en ser un héroe o el prestigioso protector, una persona que no piensa en el bien de todos, sino solo en el de sus amigos y sus cercanos, una persona egoísta, impulsiva e ingenua. ¿El destino habrá elegido mal? ¿Cómo puede un joven de 129 años, con los anhelos de un joven humano de 17 años, frenar todas las ambiciones expansionistas de reyes y reinas malévolas? ¿Qué hará si su nuevo hogar es destruido? ¿Qué hará si las barreras caen?
Hasta ahora, ninguna nación o reino sabe cómo recuperar lo que ya fue tomado por esta presencia. A día de hoy, aquel que fue y sigue siendo el protector es odiado por algunos reyes y olvidado por el pueblo común.
Por desgracia, un zombi petrificado y sin conciencia sostiene la supervivencia del mundo por un hilo que, poco a poco, pierde su resistencia antes de que las puertas del infierno vuelvan a abrirse.
3 semanas antes de la invasión de Eldoria…