En la mañana siguiente…
Muy temprano me levanté y me fui a lavar los dientes junto a ella. Desde luego, por donde iba, la niña se me quedaba atrás. Como todavía no terminaba el viejo Snuch de fabricar el anillo, pues tenía que gastar las horas. ¿Y cómo? Jugando, practicando nuestros dones. Parece que ella ya los tenía desarrollados mucho antes de los 5 años. Estos indicios siempre suelen salir en caballeros de primera división. Pero creo que este día me trajo algo más especial…
En cada actividad que hacíamos estaba la madre vigilando, supongo, como si fuéramos dos niños jugando. Mientras le enseñaba a María a entrenar bajo condiciones más pesadas —como entrenar bajo el agua—, ella dijo:
—Bueno, ya fue suficiente, María. Te va a dar un resfriado. Sálgate de ahí, ahora.
—¡Ok, mami! ¡Ya voy!
—Quédate ahí —dije en su defensa—. Igualmente, su madre no es guerrera. ¿Qué me puede hacer?
—¿Qué estás diciendo? ¡Soy su madre! María, apresúrate, ven aquí.
—Eres su madre, pues ya verás. Creo que están todos contagiados con el mal humor por aquí.
Me salí caminando del agua y me empecé a acercar a ella.
—Don, ¿qué haces? Hey… ¡Hey! ¡Suéltame! Don… ¡Suéltame! ¡No, no, no! ¡No!
De pronto la arrastré. Ahora la madre, con mal humor, se va directamente al agua y rápidamente retrocedí volviendo con María. ¡Plachh! Empezó a gritar de ira, y me impresionó, pero yo tenía más cara de estar divirtiéndome.
—¿Por qué hiciste eso, Don? ¿Qué te pasa?
—Ya lo verás… Malhumorada… María, mejor ponte a mi lado.
Empezó a querer ir rápidamente por María. Probablemente, si se acerca a mí y a ella, querrá saltar en mi cuello y asfixiarme, pero eso no va a pasar. Me aseguré de que no se moviera bloqueándola con tierra solidificada que la inmovilizó, e instantáneamente la mandé a 10 metros de altura sobre el agua. Empezó a gritar y gritar, y yo, tranquilo.
—Anoche hablaste sobre los miedos de tu mami. ¿Me lo recuerdas…?
—¿Qué? ¿Las alturas?
—¿Por qué haces esto…? —me gritó reenojada—. ¡Si yo no hice nada!
—¿Le subimos más arriba? —le pregunté a María.
—¿Cómo más arriba? ¿Quieres decir que con tu segunda habilidad de elemental?
—Sí, sí. Pero guarda el secreto, ¿de acuerdo?
—¡Don, maldito! ¡Bájame ahora!
—¡Dale, pues que mami suba hasta el cielo! —gritó con entusiasmo.
—¿Qué? ¡No! Bájame… ¡No! —gritó y continuó—: ¡Por la madre de Kora! ¿Por qué me haces esto, Don?
—Quiero que me des una sonrisa, y todo esto se acabará.
—¿TODO ESTO POR UNA PINCHE SONRISA? ¿ME QUIERES TOMAR EL PELO, PINCHE ESTÚPIDO? —gritó reenojada.
Como noté que no se podía razonar con ella, decidí hacer algo común para sacar algo que realmente anhelas por las fuerzas. Bruscamente la subí tan lejos de la superficie que parecía que iba a cagarse del miedo. Justo en ese momento la volví a bajar bajo el agua a velocidades casi extremas, pero no tanto que no pudiera soportarlo. Tampoco quiero matarla de un infarto…
—¡Pero esto sí está muy gracioso! —dije mientras María y yo nos partíamos de la risa. Parecía una tortura, cierto… pero creo que depende del ojo que lo ve.
Estoy seguro de que me va a matar en cuanto la baje, pero igual, si a mí y a María nos divierte, todo bien. Después de varios minutos así, ya no pudo aguantar más y nos dijo:
—¡Ya para esta mierda! De acuerdo, lo voy a hacer, pero bájame antes.
—No. Dame mi sonrisa ahora.
—¿Qué? ¡No! Bájame, tengo miedo de las alturas.
—Bueno, ok… —dije—. Pero a estas alturas, es un milagro que todavía no haya superado su miedo a las alturas, con lo tan enojada que estaba.
La bajé y, mirándola de cerca, le dije:
—Y bien… ¿mi sonrisa?
Ya parecía un perro rabioso. A pesar de las ganas que sentía ella de matarme —si me acerco mas, estoy más que seguro de que me arrancará las pestañas con los dientes de lo tan enojada que está—, tomó un pequeño respiro y lentamente logró dibujar en su cara una sonrisa hermosa. Admito que… en realidad no me esperaba que fuese aún más bella cuando sonríe. Así que se lo dije directamente, porque realmente lo pensaba.
—Tienes una hermosa sonrisa, Kira. Y creo que… realmente me encanta…
Me miró sorprendida, sin decir nada durante unos segundos. Pero…
—¡No me convence! pronuncie, mirando a un lado.
Y lo volví a hacer sufrir. Sus gritos volvieron y yo, regalándome una explosión de risa. Seguro que pasamos unos minutos más así, pero no me pude resistir más. Mi aeteris ya no aguantaba y me estaba mareando por excederme. En algún momento tenía que bajarla a tierra. En ese entonces, planeaba correr, pero igual me explotó la cara a golpes. Me dio de todo y por todos lados: patadas en la cara, en la barriga… Me golpeó una y otra vez hasta que quedé con la cara más hinchada que una papa de los cultivos de mi maestro.
Llegó un momento en el que ya estaba cansada de maltratarme y solo se sentó al borde del lago, con María echándome agua en la cara para calmar las heridas. Me dio tantos golpes que mi autocuración se activó sola. Creo que entiendo ahora cómo funciona: al parecer, solo se activa cuando de verdad tengo posibilidad de morir. ¡Y vaya que esta mujer tenía carácter!
Lentamente me recompuse. Cuando ya me encontraba bien, me levanté y caminé tranquilamente hasta llegar frente a ella. Me senté y lo primero que hizo fue alejarse unos centímetros, como si yo quisiera volver a provocarla, despues de recibir tantos golpes. Seguía enojada, y creo que tenía que disculparme. Así que a eso fui, y me rechazó:
—¿Y ahora qué quieres?
—Lo siento… Sé que me excedí un poco.
—Sí, claro —me respondió secamente, y siguió ignorándome.
De pronto, el silencio se volvió algo normal entre nosotros. La miraba, pero ella no. Parecía estar siempre lejos en sus problemas, y me inquietaba mucho ver a alguien que me cae tan bien estar mal y no saber cómo ayudarle…
—Kira.
—¿¡QUÉ!?
—No seas así. ¿Qué pasó? Siento que algo cambió entre nosotros. Déjame ayudarte; haré todo lo posible y lo que pueda.
Me miró y respondió:
—¿Y si te digo que ya no puedes ayudarme? No necesito de tu lástima. Es una estupidez; ya soy bastante mayor para eso…
De pronto le ganó el silencio y continuó perdida en el agua, pudiendo apenas resaltar sus palabras:
—Al fin y al cabo, los hábitos se vuelven normales.
Después de escuchar eso, admito no saber qué responder y continué…
—Aprecio que te preocupes tanto por mí, pero no pierdas tu tiempo. No eres un héroe, Don.
Me quedé pensativo durante unos segundos y le respondí:
—Lo sé, pero… no sabía que tenías tanto carácter —respondí sorprendido, pero aún así, con tantas dudas, tuve que sacar algunas—. Con tanto carácter, no me cabe duda de que eres más fuerte que cualquier persona que he conocido.
—¿Más que tu preciado maestro?
—Tampoco quiero mentirte. Ese viejo es un psicópata; en lugar de un cerebro, tiene brazos enormes para golpear y amenazar, igual que tu abuelo malhumorado.
Yo hablando en serio y pensando que dije algo malo, empezó a reírse de la nada. Me confundí y ni siquiera sabía por qué se reía, pero fue un momento extraño. Al fijarme bien, cuando la miré, creo que estaba admirando una verdadera sonrisa de Kira: sus ojos realmente brillaban. Así que solo me acosté sobre la tierra, miré el cielo tranquilo y pensé… creo que ya puedo estar contento y morir feliz. Y dijo:
—Pues, de algún modo, te le pareces mucho.
—Él es muy insensible, conflictivo y enojón. Pero yo no soy igual a él. Por alguna razón, odio ver el sufrimiento… Es como sentirte culpable por un crimen que nunca hiciste, sentir el sufrimiento del otro con solo mirarlo. Es horrible. Y por eso tal vez, si no puedo ser un héroe… protegeré a la gente que me importa con todo lo que tenga. Y por lo menos a ti, me encantaría protegerte. Que nadie jamás te vuelva a poner un dedo encima. Me parece un objetivo sensato: querer proteger algo tuyo… como tu sonrisa.
—¿Entonces debería llamarte «mi protector»?
—¿Que es eso? suena bien. Tal vez…
Y otra vez se presentó el silencio que siempre intentaba separar a Don y su enamorada inalcanzable.
Sin que Don lo notara, ella le estaba mirando a él. Don aprovechó y le preguntó:
—¿Me tienes miedo?
—¿Por qué me preguntas eso? —preguntó Kira.
—Quiero saber lo que sientes realmente. Sé que tienes el poder de saber lo que siente toda persona, pero estaré seguro: nadie sabe qué piensas ni cómo te sientes. Siempre te escapas y te escondes cuando me acerco a ti, desde siempre. O tal vez mientes para no revelar nada. Pero me parece que quieres infringirte un dolor que no mereces.
—No me lo esperaba —se rio levemente y continuó—: ¿Quieres decir que entonces me tenías un ojo encima, muchacho? Pues de acuerdo. Si piensas que de verdad te tengo miedo… te diré en qué estoy pensando, Don —me dijo lentamente.
De pronto se acercó a mí, muy cerca, diría. Tanto que solo me quedaba mirar sus ojos. Pero por alguna razón… por alguna razón no decía nada al mirarme. Tonto, igual terminaba por perder mis ojos en otro lugar. Sé que fue indecente dejarme llevar, pero aun así, mis ojos se deslizaban poco a poco hacia sus labios. Atrevido que fui. Pero creo que esas curvas pueden matar a cualquiera. Creo que sabe que ella me gusta, que me tienta a tocarla… que me trae tontito y loco enamorado por comerme sus labios, pero tengo miedo.
Miró a su hija jugando a lo lejos y volvió a mirarme:
—Estoy pensando en que me… —me vio mirar a un lado y me preguntó—: ¿Qué estás mirando?
—Tu abuelo… nos está mirando —dije lo más calmado posible, del cúmulo de estrés que me cayó de golpe.